EDITORIAL

La importancia de prevenir en la normalidad

Dolor, pérdidas humanas y materiales, miedos y reclamos dejó la inundación de 2003, la mayor tragedia hídrica que recuerden los santafesinos, con una cifra oficial de más de cien mil personas afectadas de manera directa y una cantidad incalculable de ciudadanos en los que la tragedia impactó de una u otra forma. Seis años después, son muchas las heridas abiertas y los planteos por atender. Sin desconocer la urgencia ni la gravedad de cada caso, es posible reflexionar sobre algunos conceptos que desde entonces comenzaron a integrar el campo del discurso científico con el de los medios de comunicación, plasmándose además en acciones públicas e incorporándose lentamente a la vida cotidiana de los santafesinos.

Términos como amenaza, riesgo hídrico y vulnerabilidad ya no resultan extraños, y su significado está directamente vinculado a las condiciones en que se habita el territorio pero también a las medidas que se toman o se dejan de tomar en relación con esa realidad.

En los últimos años, se profundizó en conceptos como construcción social del riesgo, conocimiento del riesgo y, fundamentalmente, en la trascendencia que cobran las acciones que se concretan en épocas de normalidad -es decir fuera del período de emergencia- para mitigar los efectos que puede tener un fenómeno atípico sobre la población, condición que lo convierte en catástrofe. Antes sólo se hablaba de ciclos y fatalidad.

Expertos de las más variadas disciplinas han advertido sobre la vital importancia que adquiere la información, que debe ser certera y oportuna, tanto para quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones, como para quienes comunican una medida a la población, y para los propios vecinos que deben conocer el territorio que habitan y las principales amenazas que surgen de esta ubicación.

En seis años se consolidaron obras con el objetivo de defender a la ciudad de un desborde fluvial, pero también de evitar anegamientos por lluvias anormales. Pero a estas respuestas tecnológicas en marcha se suman medidas que buscan modificar políticas públicas y conductas de la población, e incorporan -precisamente- acciones en las que autoridades y vecinos son protagonistas, tales como manejo del riesgo, planes de contingencia y una fuerte difusión de la problemática.

Una inversión permanente en obras de infraestructura y en planes que lleguen sin obstáculos a la población, que sean comprendidos y aplicados en el momento de crisis; la certeza de que es necesario trabajar en la normalidad para no lamentar consecuencias en el futuro; una real toma de conciencia sobre el riesgo que constituye la ubicación geográfica de la ciudad son pasos fundamentales. Pero igual de necesario es que estas acciones trasciendan gestiones y signos políticos para quedar instaladas en la agenda pública y en la comunidad.

Términos como amenaza, riesgo hídrico y vulnerabilidad ya no resultan extraños, y su significado está directamente vinculado a las medidas que se toman o se dejan de tomar en época de normalidad.