EDITORIAL

Crisis global y hartazgo social

La ya lanzada contienda electoral en un escenario nacional recesivo, enmarcado por una crisis global, desnuda los límites de la política de nuestro tiempo y el peligroso distanciamiento entre los ciudadanos y los políticos. Quienes trabajamos en medios de comunicación sabemos que hoy los temas políticos no interesan, pero no porque no sean importantes, sino porque la gente de a pie ha dejado de creerles a los políticos. Éste es un dato gravísimo, revelador de una severa pérdida patrimonial: la atinente a la confianza de la ciudadanía en el sistema democrático. Y, a decir verdad, la quiebra de este aspecto intangible es peor que la quiebra del sector financiero o industrial, porque desarma la base sobre la que se asienta todo el edificio institucional.

En los días que corren, la erosión de los ingresos, la pérdida de puestos de trabajo y el oscurecimiento de las expectativas, conjugados con el aumento de los impuestos y los problemas de inseguridad, se combinan en un cóctel tóxico que exacerba las broncas y produce estallidos en la piel de la sociedad. Para colmo, los gobernantes, en vez de reaccionar a tiempo y abrir canales de diálogo que puedan encauzar las demandas y mitigar las angustias, se empeñan en contradecir las vivencias cotidianas del común con estadísticas forzadas que anuncian la evolución positiva de la economía, mientras las personas de carne y hueso padecen la dura realidad de los ajustes sucesivos en sus casas y sus trabajos. Peor aún, muchos la experimentan en la búsqueda de un empleo que no se consigue, o que se pierde por la falta de actividad del empleador.

En la Argentina, cuyos gobernantes hasta hace un tiempo consideraban blindada frente a las contingencias externas, las cosas están mal, como lo están, con distintas variantes, en un mundo abismado por la globalización financiera que ha avanzado a un ritmo febril sobre la economía real y la noción del trabajo productivo y honesto.

El facilismo, el afán de ganancias rápidas, la financiación de cualquier iniciativa disparatada con los gigantescos excedentes de una renta virtual sin límites de expansión fueron algunas de las causas de las burbujas que acaban de reventar. El presidente Obama termina de sincerarse frente a la ciudadanía norteamericana al decir que los excesos de endeudamiento y consumo de los últimos quince años conducían a un desastre cantado. En efecto, en ese lapso, los EE.UU. dejaron de lado el ejemplo de sus padres fundadores, las conductas prudentes, las políticas de reinversión, para ingresar a los garitos de la timba financiera, la incontinencia consumista y un hedonismo agraviante para la mayor parte de los habitantes del planeta, cada vez más empobrecidos y expuestos a la escasez, las pestes, la violencia política, la acción de las mafias y el desamparo de los gobiernos.

Así las cosas, la creciente conflictividad social, las reacciones a veces destempladas o poco comprensibles, pueden leerse como una enorme y multiforme ola de protesta general contra políticos y dirigentes que siguen bailando en la cubierta de un Titanic global.