“La religión americana”

Bloom estudia los credos

originarios de Estados Unidos

(Télam)

Con su afán polemista siempre activo, el crítico norteamericano Harold Bloom examina en su libro “La religión americana” una serie de credos de origen estadounidense -el Pentecostalismo y el Mormonismo, entre otros- y se interroga sobre la vinculación entre la religión y la cultura.

Al autor de “El canon occidental” y “Genios” pocas cosas parecen otorgarle tanta satisfacción como escandalizar al establishment académico políticamente correcto o contradecir los gustos populares que le parecen desmesurados, como lo demuestra en este ensayo, que escribió hace algún tiempo, pero que el sello Taurus acaba de lanzar en la Argentina.

Bloom ha dedicado buena parte de sus lecturas y reflexiones a la cábala, al misticismo e, incluso, a los seres alados, y hasta suele abandonar por temporadas la crítica literaria para dedicarse a la crítica de la religión. De esa faceta teológica o espiritual del neoyorquino surge esta voluminosa obra, traducida al castellano por Damián Alou.

En esta ocasión, el autor arremete contra los credos surgidos en Estados Unidos, a los cuales les atribuye como paradoja central “una confesión auténticamente bíblica, mientras que el Judaísmo y el Cristianismo nunca lo fueron”, basándose el primero en formas de pensamiento griegas y el segundo, en los padres de la Iglesia y los teólogos protestantes.

“Mientras que el Judaísmo y el Cristianismo no son religiones bíblicas (a pesar de todo lo que afirman), la religión americana sí lo es, aunque su Biblia se reduzca, en gran medida, a San Pablo (los baptistas del sur), o sea, un conjunto de escrituras americanas que pretenden reemplazarla”, analiza Bloom.

Acaso la mayor decepción para el ensayista es que las distintas expresiones de la religión norteamericana, tan omnipresentes en la vida cotidiana de los Estados Unidos, no hayan producido ninguna obra maestra de la literatura. “Ninguna nación occidental está tan empapada de religión como la nuestra, donde nueve de cada diez personas aman a Dios y son amadas por Él. Esa pasión mutua centra nuestra sociedad y exige ser comprendida, si es que hay que comprender una sociedad como la nuestra, obsesionada con el Apocalipsis”, señala en el libro. “Como americanos, estamos obsesionados también con la información, y consideramos la religión como el aspecto más vital de la información. La información se convierte en el emblema de la salvación”, sostiene Bloom, quien más adelante dictamina: “Somos una cultura religiosamente desaforada”.

Bloom considera “variedades indelebles” de la religión al Mormonismo, la Ciencia Cristiana, el Adventismo del Séptimo Día, los Testigos de Jehová, el Pentecostalismo y la Convención Baptista del Sur, pero no aplica su crítica a la Cienciología o a la Secta Moon, de la misma manera que la crítica literaria, dice, no elige textos de Danielle Steel.

El autor de “Qué leer y por qué” sitúa el nacimiento de esta la religión americana el 6 de agosto de 1801 en Cane Ridge (Kentucky), en lo que llama “el primer Woodstock”, una reunión al aire libre que duró una semana, con 25.000 personas llegadas de la frontera, que pasaron por la experiencia de fusionarse para disolver las diferencias entre las confesiones.

A partir de aquel festival, el siglo XIX americano vio el nacimiento de varias iglesias que coincidían en el orfismo, el entusiasmo y la gnosis o conocimiento intuitivo y perfecto de la divinidad, según Bloom, un nacimiento paralelo al del sueño americano.

“La influencia de las sectas en la sociedad americana ha sido enorme. Son una de las fuentes principales de nuestro individualismo y de la dominante idea americana de que todos los grupos sociales son frágiles y precisan un esfuerzo energético constante que los mantenga”, dispara Bloom.

“Predicarles a los fanáticos religiosos americanos la necesidad de lo colectivo es una empresa vana; la experiencia del encuentro con Jesús o con Dios pesa demasiado como para que se acuerden de lo colectivo, y el creyente regresa del abismo del éxtasis con el yo fortalecido y todo lo demás devaluado”, señala.

El mesianismo de George Bush, que justifica la invasión de Irak como una suerte de guerra religiosa contra el terror es, para Bloom, el síntoma del carácter espiritual de todo el pueblo americano. En el Nuevo Continente, el Cristianismo se convierte en una experiencia solitaria e individual que lo retrotrae al primitivo Gnosticismo.

“¿Cómo vamos a comprender y juzgar una espiritualidad americana que, para ser auténtica, parece siempre condenada a hacer del creyente, en última instancia, peor ciudadano, a pesar de todas las bobadas de nuestra ideología?”, critica Bloom.

Fragmento

Por Harold Bloom

La libertad, en el contexto de la religión americana, significa estar a solas con Dios o con Jesús, el Dios americano o el Cristo americano. En la realidad social, esto se traduce en soledad, al menos en el sentido más íntimo. El alma permanece aparte, y algo más profundo que el alma —el yo verdadero, o el ego, o la chispa— se libera para estar totalmente a solas con un Dios que también permanece separado y solitario, es decir, que es un Dios libre o un Dios de libertad. Lo que permite que el yo y Dios estén en comunión íntima es que el yo ya es Dios; contrariamente al cuerpo e incluso al alma, el yo americano no forma parte de la Creación ni de la evolución a través de las épocas. El yo americano no es el Adán del Génesis, sino un Adán más primigenio, un hombre antes de que hubiera hombres y mujeres. Anterior y superior a los ángeles, este verdadero Adán es tan antiguo como Dios, más antiguo que la Biblia, está fuera del tiempo y no le mancilla la mortalidad. Sean cuales sean las consecuencias sociales y políticas de esta concepción, su fuerza imaginativa es extraordinaria. En la práctica, ningún americano se siente libre si no está solo, y ningún americano reconoce, en última instancia, formar parte de la naturaleza.

(De “La religión americana”, Taurus, 2009).