DE RAÍCES Y ABUELOS

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En esta nota, el sacerdote recuerda la vida religiosa de la comunidad de Guadalupe.

Colonización de Guadalupe y su vida religiosa

 

Nuestro asiduo lector y colaborador, el querido Pbro. Edgar Stoffel, recientemente fallecido en la ciudad de Gálvez, había escrito esta historia para ser publicada en De Raíces y Abuelos.TEXTOS. PBRO. EDGAR STOFFEL.

El 29 de abril pasado conocimos la triste noticia del fallecimiento del Pbro. Edgar Stoffel, permanente colaborador de esta sección de la Revista Nosotros. A continuación reproducimos parte de la última investigación que envió a nuestra redacción, que todavía no habíamos tenido oportunidad de publicar, a modo de homenaje.

El residencial barrio de Guadalupe era -hacia 1860- un vasto territorio situado a unos 6 kilómetros del centro de la ciudad de Santa Fe y que se extendía desde la laguna Setúbal hasta el río Salado. Estaba escasamente poblado y tenía como centro de referencia la capilla que -hacia 1779- había erigido el ermitaño Francisco Xavier de la Rosa.

A partir de 1864 comenzaba el proceso de colonización, ya que desde Brasil llega un grupo de alemanes integrado por Juan Blum, José y Juan Koch, Federico Bock y Enrique Hassing y sus respectivas familias y José Ode, que era soltero.

Sobre esta base surgirá la colonia Guadalupe, que tendría como ventaja su cercanía con Santa Fe y como inconveniente la estrechez de las tierras entregadas en concesión.

A pesar de la ayuda otorgada por el gobierno, los primeros tiempos fueron difíciles por lo limitado de las parcelas, no demasiado aptas para la agricultura, por lo cual algunos de los primeros colonos emigraron a colonias vecinas. Los que permanecieron en la zona debieron trocar sus deseos de ser agricultores por el oficio de quinteros.

Para 1871, la situación había mejorado y Wilckens destaca que estaba poblada por 97 familias, existía una escuela con 25 alumnos y las chacras estaban cercadas en su mayoría con alambres y postes de ñandubay.

¿Quiénes eran algunos de estos vecinos cuya laboriosidad es reconocida en diversos informes, los cuales estaban asentados hasta lo que hoy sería Aristóbulo del Valle?. Algunos de ellos pertenecían a viejas familias de origen criollo que desde hacía siglos habitaban la zona como Stanislada Méndez, José María Godoy, José María Quintana, Rosa Torres, Tomás Cullen y Pío Sequiera, pero la mayoría eran extranjeros como los citados José y Juan Koch, a quien se le sumaba Lorenzo, Carlos Claus, Miguel Yungues, Ignacio Heymo, José Geiser, los citados Bock y Blum, Pedro Verat, Melchior Montara, Elias Albrecht, Jorge Hilgert, Ignacio Escher, Francisco Esper, Cristian Hillmann y Guillermo Beckmann.

MÁS ITALIANOS

El informe de Aragón de 1881 habla ya de 596 habitantes y el de Bouchard de 1883 señala la existencia de 69 familias, en las cuales 180 son varones. En cuanto al origen étnico, Bouchard indica 22 son alemanas, 2 brasileras, 22 italianas, 5 suizas, 8 argentinas, 6 francesas y 4 españolas.

Con el correr del tiempo, los italianos irán superando a suizos y alemanes, aunque unos y otros sustituirán definitivamente el sustrato criollo. Esto volverá a revertirse hacia la década del ‘50 del siglo XX, con la construcción de barrios obreros, especialmente en el sector oeste y -a posteriori- con las migraciones del norte santafesino, del Chaco y Formosa.

Hacia 1890, R. Lassaga realizaba un análisis preciso de aquel proceso de cambio, sosteniendo: “Hoy ese sitio desierto se ha convertido en una colonia floreciente. La selva impenetrable de otro tiempo ha sido talada totalmente, y en su lugar la vista se deleita al contemplar las quintas cultivadas con sus jardines de diamelas y de rosas y sus bosques de nogales, naranjos y limoneros, con sus cercos de pita o eucaliptus y sus océanos de trigo que mece la brisa perfumada, imprimiéndole al verde tallo ondulaciones suavísimas. A la guarida del salvaje, ha reemplazado la hermosa y sencilla casa de campo suiza o alemana, con su rojo tejado y su nítida blancura, en cuya puerta el colono, ayer pobre y enriquecido hoy con su trabajo, se sienta rodeado de sus rubios hijos a los que cuenta la historia de la libre Helvecia o la ilustrada Germania, mientras ellos lo interrumpen con infantil imprudencia, para repetirle la narración de las campañas argentinas, de las glorias de su patria americana, que aprenden en la vecina escuela, en esa casita rústica pero alegre, sombreada por frondosos paraísos y perfumadas con flores campesinos. Todo ha cambiado, ¡todo!. La transformación llega desde la casa al que la habita. El traje pintoresco del gaucho ha desaparecido con sus hábitos nómades y sus aventuras sangrientas y sus juegos caballerescos”.

mayor PROGRESO

Entrado el siglo XX, la colonia continuará progresando gracias al esfuerzo de los vecinos, la llegada del ferrocarril en 1908 y a posteriori el tranvía de la Línea 4, con lo cual surgirán diversas casas de comercio en los alrededores de la Estación Guadalupe, al punto que en 1918 la población alcanzaba los 2000 habitantes, con una tasa de natalidad de alrededor de 80 niños.

A esto hay que agregarle -a partir de 1904- la construcción del actual Santuario y en 1907, el establecimiento del Seminario Metropolitano.

Los colonos de Guadalupe profesaban mayoritariamente el catolicismo y en el Santuario de Guadalupe encontraron el ámbito propicio para su vivencia religiosa, lo cual los ponía en situación de ventaja frente a los pobladores de otras colonias donde sólo después de varios años solían recibir atención espiritual.

En 1871, Wilkens informaba que “los colonos católicos concurren a la iglesia Guadalupe para sus deberes religiosos”, en tanto Aragón -década mas tarde- señala que “en el centro de esta colonia quedó el santuario de Guadalupe que sirve a los colonos”.

Según Lina Beck Bernard “esta capilla se muestra deliciosa bajo el azul radiante del cielo, con sus muros blancos, su torre cuadrada, y el portal coronado por una cupulita árabe, de estilo entre cristiano y morisco. [...] En el atrio se levanta una altísima palmera de las más bellas que he visto en el país. Hay algunos naranjos de un verde sobrio, que contrasta con el color blanco de la Iglesia, y el fondo azul inalterable de la escena. Está decorada al modo de las iglesias españolas del siglo XVIII, hay conjuntos esculpidos llamados retablos que representan frutas, flores, cabezas de serafines circundados de alitas doradas y columnas salomónicas ornadas con hojas de ocanto’.

Entre los sacerdotes que atendían a los colonos se destacaron los Pbros. José Luis Doldán y Severo Echagüe, santafesinos de pura cepa, y ocasionalmente acudían algunos padres jesuitas de origen alemán como Auwellier, Tewes, Zeltmeyer, Curten y Walter como también del Verbo Divino para los colonos que hablaban aquella lengua.

Colonización de Guadalupe y su vida religiosa

Para los colonos de Guadalupe, el Santuario fue el centro de su vida religiosa.

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El Pbro. Edgar Stoffel falleció el pasado 29 de abril.

De Santuario a Parroquia

A partir de 1900, el Santuario contará con capellanes estables y -si bien los vecinos pertenecían a la Parroquia del Carmen y desde 1910 a la de San Juan Bautista para cumplir con los deberes parroquiales- muchas veces acudían a los servicios debido a la lejanía de las sedes parroquiales.

De allí que estos colonos de origen extranjero se encontrarán entre la mayoría de los firmantes que en 1918 elevan un petitorio a Monseñor Boneo solicitándole que el Santuario se convierta en Parroquia, lo cual le es concedido con fecha 10 de setiembre de ese año.

Entre los apellidos de los solicitantes aparecen los de Zanuttini, Miglietta, Benassi, Virgolini, Elrech, Cantarutti, Hanel, Massara, Contini, Beckmann, Rica, Gigante, Colautti, Koch, Bock, Ferraro, , Gesse, Meneghetti, Klein, Hagemann, Biagioni, Tacca, Maujri, Iomo, Clausen, Mastyronardi, Lucietto, Bertani, Gambini, , Mir, Toniolo, Pagliero, Brizzoto, Marcuzzi, Lauenstein, Betela, Soldi, Assenari, Rissotto, Parola, Walker, Escher, Pallero, Del Carlo, Sarto, Uhde, Brambilla, Savignano, Bock, Parune, Bruno, Virgolini, Colombini, Geisser, Luraschi, Brrengio, Tibursi, Albe, Oldani, Coi, Armelini, Rocco, Pagliolico y Bagnaroli.

También son de origen extranjero los primeros integrantes de la Comisión que -en 1901- funda Mons. Boneo para el mantenimiento edilicio del Santuario y el sustento del capellán. Entre ellos se encuentran José Koch, Enrique Brean, Miguel Colombini, Carlos Scaranotti, Juan Cantarutti, José Massara, Miguel y José Farelli, Ambrosio Alve, Guido Virgolini y Juan Geisser.

También son mayoritariamente extranjeros o hijos de ellos quienes acompañan al Pbro. Echagüe en la formación de una banda musical que acompañaba las procesiones y amenizaba reuniones comunitarias, siendo algunos de ellos los tres hermanos Beckman, José y Francisco Koch, Juan y Guillermo Bock, Enrique y Santiago Bar, Ignacio Medrano, Augusto Kieffer, Teodoro y Telmo Courtois, Augusto Udko, Cristian, Juan y José Yungues, Emilio Hegms y Luis Berraz, entre muchos más.

Comenzadas las obras del actual Santuario, los colonos fueron los encargados de transportar la arena donada por el vecino Rafael Funes, desde su campo hasta el obrador, utilizando sus carros o alquilando cuando no tenían. [...] Algún tiempo más tarde se registran donaciones en dinero: [...]

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Inmigrantes y criollos mezclados en torno a la imagen de la Virgen (1901).

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El colono Federico Bock y su familia frente a su casa en Guadalupe (Circa 1887).

DE RAÍCES Y ABUELOS

Anfitriones de los peregrinos

En ocasión de la festividad de la Virgen de Guadalupe, muchos de los colonos se convertían en anfitriones de los peregrinos que venían desde las colonias vecinas. Así, en 1896, los católicos de Esperanza recordaban que -en ocasión de la peregrinación de ese año- “los alemanes católicos de Campo Crespo y Guadalupe se han distinguido por su delicado gusto de adornar nuestro paso con arcos triunfales en los que se leían letreros de salutaciones y de bienvenida”, “que una vez llegados a una quinta vecina (posiblemente la de Koch) se apearon todos y se pusieron en grupos de dos a dos formando una vistosa procesión” y que luego de los actos en el Santuario volvieron “al sitio del paradero de nuestros carruajes y con apetito crecido y, sentados a la sombra de los árboles, saciáronse todos con frugal almuerzo en medio las hermosuras campestres de aquel pago”’.

Estos colonos debieron también confrontar su religiosidad con las prácticas de los criollos, a las que don Augusto Kieffer no duda en calificar de “extraño espectáculo”, ya que frente al Santuario había observado una treintena de tiendas con sus mesas y sillas donde se expendían bebidas y en los alrededores a una multitud de gente que había llegado en coches o caballos.

De entre ellos, unos bebían, otros jugaban, otros iban a la Iglesia a participar de algunas de las Misas y luego de la Procesión y finalmente, no faltaban quienes jugaban con un hueso (la taba) apostando todo el dinero, el caballo y hasta la montura.

Los colonizadores de Guadalupe tuvieron el singular privilegio de ser no sólo testigos del culto a la Virgen -comenzado por el ermitaño de la Rosa en las tierras de los Setúbal- sino que se convirtieron en sus grandes difusores y contribuyeron a su desarrollo y consolidación y si bien es cierto que transformaron costumbres y estilos de vida en que la tradición criolla pasó a un segundo plano, en la devoción a la Virgen encontraron un ámbito de comunión particular. Con Lassaga podemos concluir diciendo “Todo ha cambiado, todo (...) pero el colono extranjero, como el gaucho argentino, rinden culto a María en su poético Santuario y enseñan a sus hijos las santas oraciones que aprendieron éstos de sus padres y aquellos repitieron en reverencia de la Virgen del lugar”.

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El 20 de abril se realizó la presentación del último libro del sacerdote.

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Monseñor Boneo construyó su casa de descanso en el centro de la colonia.