Al margen de la crónica

Las cosas por su nombre

La manifestación protagonizada esta semana frente al edificio municipal por alumnos secundarios, con la connivencia de estudiantes universitarios disconformes con el costo del boleto estudiantil, estuvo lejos de ser una exteriorización democrática.

Es harto sabido que el sistema de transporte por colectivos en la ciudad es de los peores y más caros del país. De a poco, y con la complicidad de muchos, se fue deteriorando hasta convertirse hoy en un negocio monopólico que está lejos de conformar a los usuarios. Pero ninguna razón, por más válida que parezca, amerita destruir lo que es patrimonio de todos.

Si se popularizara la forma de discrepar a pedradas, empleados, jubilados y escolares, por ejemplo, podrían justificar el destrozo de otros inmuebles públicos y hasta se podría llegar a disculpar, en nombre de la justicia de un reclamo, la agresión a personas.

Hay cosas poco claras detrás de lo ocurrido; las autoridades escolares manifestaron tener conocimiento del evento y aún así no previeron que personas mayores acompañaran y contuvieran a los chicos. Agitadores veteranos, de otro nivel de estudios, azuzaron al escudo infantil, probablemente con otras intenciones además de la convenida. Y lo más llamativo es que, previamente, los padres debieron autorizar la participación de los chicos. ¿Por qué razón no buscaron alternativas dialoguistas para solucionar el tema? Después de todo, son ellos quienes pagan por el transporte de sus hijos.

Se sabe que los adolescentes actúan básicamente resistiendo los cánones de la madurez y desafiando toda autoridad. Impredecibles y contradictorios, se sienten seguros imitando lo que hacen sus pares. Cualquier adulto hubiese podido sospechar que si uno de ellos arrojaba una piedra, el resto haría lo mismo.

Y, al igual que en los actos delictivos a los que estamos acostumbrados, en los cuales los chicos son usados por malhechores mayores para zafar de penas duras, acá sucedió -salvando las distancias- algo parecido. Un buen escarmiento, y ya que se sabe de dónde provino la agresión, sería que quienes facilitaron los destrozos edilicios se hicieran cargo de pagar los gastos, ya que es injusto que el resto de la ciudadanía, que sufre iguales o mayores pesares económicos, deba abonar el salvajismo de una fracción.

Por otra parte, los padres y los maestros deberían estar más atentos a las conductas juveniles y no permitir que sus hijos y alumnos sean utilizados por agrupaciones con propósitos político-partidarios. La protesta estudiantil frente al Municipio no fue un acto de democracia; fue simple y sencillamente un episodio provocativo y vandálico.