Al margen de la crónica

¡Que llegue el 29!

No es por los ñoquis, ni refiere al 29 de mayo; ¡que sea 29 de junio! El hartazgo que esta campaña política ha generado en gran parte de la ciudadanía es el resultado de años de mentiras y de promesas incumplidas. Produce hastío tener que desayunar, almorzar y cenar compartiendo el espacio de la familia con el delirio de los candidatos. Están en televisión todo el tiempo; diarios, revistas y hasta publicaciones del corazón se ocupan de sus vidas. Virtuales o reales, los “aspirantes a lo que sea”, saturan con muletillas que huelen a fábula.

El modelo, por ejemplo, ¿qué es el modelo?, ¿cómo se lo continuará o por qué debe ser cambiado? La redistribución de la riqueza, ¿qué se considera riqueza?, ¿a quiénes se les quitará?, ¿a quiénes se les dará? El achicamiento de la brecha entre ricos y pobres ¿será para beneficio de los que menos tienen o seguirá engordando los bolsillos de los amigos del poder? El caos ¿será si ganan los que gobiernan hoy o vendrá si es que hay renovación?

Son muchos los que, de resultar vencedores, deberán repartir su tiempo entre tres trabajos diferentes en localidades distintas, ¿cómo se las arreglarán para cumplir con todo?, hasta dan pena por el sacrificio al que estarán sometidos.

Esposas, novias y amantes se inmolan en listas capitaneadas por sus hombres con el único afán de “ayudarlos”. Artistas y deportistas se suman al fenómeno electoralista y se muestran dispuestos a pelear un lugar en la tribuna del manoseado poder.

Todos hablan y ninguno dice. Sus participaciones terminan -la experiencia lo indica- el día posterior al que se apropian de sus victorias: abandonan los barrios y dejan de besar chicos, de escuchar el lamento de los jubilados y de firmar autógrafos, para encerrarse en sus acomodadas oficinas, rodeados de decenas de asesores y dar rienda suelta al desarrollo del proyecto que más les interesa: el que los beneficia a ellos mismos.

Mientras tanto delirio crece, la delincuencia castiga a la gente común, se cierran negocios, las empresas restringen sus inversiones, aumentan los desempleados, se multiplican los pobres y nos acorralan las enfermedades de la miseria y la ignorancia. Poca gente los escucha y menos personas les creen. Pero no reniegan de su ambiciosa cruzada. La formación política desde partidos formales es cosa del pasado; esa actividad está devaluada, ahora las candidaturas surgen desde ámbitos mediáticos. El intercambio entre espectáculo y política es tan corriente que, sin ir más lejos, el showman número uno del país inventó una parodia de convivencia entre los actuales postulantes para que no nos olvidemos de sus máscaras, ni siquiera en los espacios de esparcimiento.