Caza mayor en el sur del país

Un premio de doce astas

En la tarde del tercero de cuatro días de aventura en las inmediaciones del cerro Azul, en la ruta de los Siete Lagos, Javier Toniollo consiguió su recompensa de tener en la mira de su arma a un ciervo de ciento ochenta kilos.

Santiago Chemes

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Dispuestos a comenzar con los relatos sobre caza mayor, contactamos a Javier Toniollo, quien acostumbra a realizar este tipo de actividades y se mostró predispuesto a contar su experiencia vivida hace un tiempo en el sur del país.

Al respecto, el relato comenzó con sus antecedentes en la actividad: “trato de hacerla cada tanto, siempre que puedo, es una actividad que se disfruta mucho porque es algo que te saca completamente de la rutina de ciudad”.

La experiencia data de marzo de 2008, que hizo en compañía de un amigo, “después de viajar largas horas compartiendo mates y anécdotas, llegamos a San Martín de los Andes. Luego de recorrer un poco la ciudad, buscamos al guía que nos iba a acompañar, al cual contactamos en Santa Fe”.

El Cerro Azul de escenario

“Partimos hacia el cerro, distante a unos ochenta kilómetros de la ciudad, en las inmediaciones del Chapelco”. El cerro al cual hace referencia es el Azul, uno de los más altos del cordón montañoso Chapelco, con casi 2500 metros de altura y la ruta de acceso es la llamada “de los siete lagos”, uno de los caminos más hermosos de nuestro país.

“Ya en el lugar, dejamos la camioneta y comenzamos a caminar. Para ingresar al cerro se debe pagar una entrada, en este caso el control de las inmediaciones lo tienen integrantes de comunidades Mapuches asentados allí. Así dábamos comienzo a un programa de cuatro jornadas” dijo Toniollo.

El equipamiento

La caminata requiere estar provisto de un equipo importante. “Se necesita equipamiento de todo tipo, ropa especial, carpas y bolsas de dormir sofisticadas, si tenemos en cuenta que estuvimos a la intemperie y en la altura”.

Para la actividad es imprescindible cierto estado físico y mental, ya que por momentos las cosas se ponen adversas. “La montaña te exige mucho desde lo físico porque hay lugares que son difíciles y además las distancias son importantes, por lo que hay momentos en que se camina demasiado. Otro tema es la higiene, porque obviamente uno no se puede bañar en ningún momento, para eso es que se lleva lo que se llama primera piel, una especie de conjunto de pantalón y remera de mangas largas muy finito que repele la transpiración, lo que hace que te mantenga seco durante todo el tiempo”, comentó tratando de describir detalladamente la prenda.

La experiencia más allá de la caza resulta apasionante, “uno vive como en un campamento, hay que ser muy cuidadoso en la forma de relacionarse con el medio ambiente. Un ejemplo de ello es la cocina, porque una vez terminada la comida hay que estar muy atentos al apagar el fuego ya que es una zona muy propensa a los incendios. Para eso el guía, que es un hombre preparado en estas cosas, hace un pozo y da vuelta el fuego tapándolo con tierra hasta que se extingue por completo”.

La caza

El rifle elegido para la caza del ciervo fue uno calibre 270 W. “La caza requiere de muchas habilidades, entre las que se destaca la paciencia; cuando se divisa el objetivo hay que caminar mucho y en forma muy cuidadosa. Esta vez fue preciso esperar bastante, ya que solo pudimos ver al ciervo al tercer día, alrededor de las cuatro de la tarde. Por suerte, el tiempo nos favoreció, ya que al haber sol podíamos tener una vista clara del objetivo. En total fueron como tres horas de idas y vueltas en las que el silencio era total. Ambos estábamos concentrados en cada movimiento, no solo de la presa sino los nuestros propios, porque el animal tiene una vista muy sensible por lo que cualquier llamado de atención automáticamente lo ahuyenta”.

También la puntería es decisiva. “Es un solo tiro posible, si fallás la presa se escapa. En esta ocasión me tocó ser a mi quien consiguió disparar y cazar al ciervo. Estuvimos un rato largo esperando y pude hacer un tiro sentado en una piedra”, contó hacia el final de la charla aclarando que el rifle no estaba apoyado en ningún tipo de trípode por lo que debió ser muy preciso a la hora de apuntar.

Doce puntas

Los ciervos se miden por la cantidad de puntas de sus cuernos, obviamente mientras más puntas, más grande es. En este caso la pieza era de un tamaño importante, tenía doce puntas y un peso aproximado de 180 Kg. “No es la más grande que he cazado en mi vida ya que una vez conseguí una de dieciséis”.

Cuando lo consultamos acerca del destino del animal cazado, manifestó “del animal se sacan dos cosas: la cabeza y el lomo. Mientras el lomo se come, la cabeza es para exhibir. El resto del ciervo se deja como comida para los pumas que viven en esa zona, por eso es que no se hace daño a la naturaleza ya que luego sirve para alimentar a otros animales”. Con esta última afirmación terminó su relato.

Finalmente le pedimos el contacto de su compañero de aventuras, pero nos comentó que justamente estaba en el sur en otra de sus “salidas de caza” por lo que tenemos asegurada una nota para su regreso.

Un premio de doce astas

Premio compartido. La cabeza del ciervo se constituye en el trofeo clásico en una aventura de esta naturaleza.

Foto: javier toniollo

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Misión cumplida. La caza sirvió para una vuelta a casa llena de anécdotas.

Foto: javier toniollo

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ACLARACIÓN

La calidad de las imágenes guarda relación con el material que recibimos de parte de los protagonistas de las aventuras objeto del relato o crónica.