El último gran velero francés

Una reliquia del mar que sigue navegando y haciendo escuela

El Belem, con su tres mástiles, es uno de los barcos más antiguos que todavía surca los mares del mundo. Botado en 1896 como navío mercante, con sucesivas modificaciones, nunca dejó de navegar. Por estos día se encuentra en el puerto de Rabat, en Marruecos.

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La gallarda figura del Belem, con todas sus velas desplegadas, arriba al puerto de Rabat, en Marruecos. Su gira continuará luego en Portugal y en la Bretaña francesa.

Foto: Agencia AFP

Marta Garde

Agencia EFE

El último superviviente de la flota de grandes veleros franceses del siglo XIX, el navío de tres mástiles Belem, recala estos días en Marruecos para mostrar a profanos y expertos los secretos de uno de los barcos más antiguos que todavía navegan en el mundo.

La imponente figura de este buque de 58 metros de eslora y casi nueve de manga descansa majestuosa en el muelle de Rabat, dispuesta a revelar una historia que se remonta a 1896, año en el que empezó su trayectoria como navío mercante.

“Pese a ser una embarcación de 113 años, está en perfecto estado”, recalcó a EFE el comandante, Yann Cariou.

Precisó, no obstante, que aunque “no puede considerarse un museo viviente porque ha sufrido modificaciones para adaptarlo un poco a la navegación reciente, es una muestra del patrimonio navegante galo”.

En el currículum de este velero figura su compra en 1914 por el duque de Westminster, quien lo convirtió en yate de crucero de lujo para sus familiares e invitados, o su transformación en 1951 en buque escuela, labor que ejerce desde entonces.

Por él pasan cada año cerca de 1.200 personas, que comparten y aprenden con los 16 miembros de la tripulación todas las disciplinas de a bordo, en estancias de entre dos y seis días, a partir de los 360 euros la experiencia (unos 488 dólares).

“Hay muchos grandes veleros escuela -destaca Cariou-, pero la particularidad del Belem es que no embarca ni a militares ni a marinos mercantes, sino que está abierto a todo tipo de público”.

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Yann Cariou, el comandante del Belem, en su cabina de mando. Su pasión es enseñar a los jóvenes embarcados todos los secretos del mar.

Foto: Agencia AFP

Tan sólo se requieren dos condiciones: “Tener más de 14 años y pasión”, la misma que este hombre muestra cuando confiesa que hace treinta años aspiraba ya a convertirse en el comandante de esta nave, clasificada como monumento histórico en 1984.

“Recibir un navío tan emblemático es un orgullo”, asegura a EFE Omar Benslimane, director general de la sociedad Marina Bouregreg, que ha firmado un convenio con la Fundación Belem, encargada de la conservación del velero, para hacer posible su presencia en la capital marroquí.

“Hace más de 60 años que los barcos dejaron de penetrar en el puerto fluvial del Bouregreg, el primero del país. Y desde entonces no se había visto un barco de este tamaño en el muelle de Rabat”, asegura quien considera un “símbolo de modernidad el haber podido restituir la navegabilidad del río”.

Hasta esta nueva atracción se acercan por turnos grupos de escolares, a los que se deja curiosear y a los que se cuentan anécdotas como que “ha atravesado grandes tempestades”, pero que “afortunadamente, en todos los viajes que ha realizado, no se ha encontrado con ningún peligro grave”.

Entre esos trayectos se incluyen recorridos como el que lo llevó a cruzar el Atlántico el año pasado, para representar a Francia en el 400 aniversario de la fundación de la ciudad canadiense de Québec.

“El barco está preparado para cubrir largas distancias sin problemas. En la actualidad viajamos con total seguridad, porque contamos con instrumentos de navegación modernos”, indica el comandante, que se puso al frente de este navío a principios de mes.

En total, el Belem sale a la mar entre seis y siete meses al año, tras los cuales es sometido a inspecciones rigurosas y descansa hasta la próxima temporada “allá donde se encuentre un astillero naval disponible, normalmente en Francia”.

Y su mantenimiento, según explican, no es cosa de niños.

Los costes de explotación del velero rondan los tres millones de euros (cuatro millones de dólares) y los gastos de mantenimiento alcanzan los 600.000 euros (814.000 dólares), una cifra “bastante elevada”, a juicio de Cariou, pero significativa de la envergadura del buque y de la misión encomendada.

Finalizada su etapa marroquí partirá hacia la ciudad portuguesa de Oporto, y desde allí le espera una apretada agenda de escalas que finalizará en octubre en la Bretaña francesa, adonde habrá llegado, una vez más, haciendo historia.