etcétera. toco y me voy

TOCO.jpg

Al fin solos

Milagros ocurren de vez en cuando (la campaña de Racing, por ejemplo); hay quienes afirman que en realidad ocurren todo el tiempo y que no estamos preparados para advertirlos y disfrutarlos. Uno de esos milagros es que de golpe estés solo en tu casa. ¿Cómo no hay nadie? ¿Dónde están todos? TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected]

Determinada alineación planetaria, la influencia de las mareas, la posición de Marte con respecto a la Osa Mayor (que no es doña Marcia, lo aclaro ya mismo, viejita, porque no quiero problemas con mi inefable vecina) y de pronto tenés un impensado agujero negro en tu casa: son esas raras ocasiones en que, en medio del vendaval de horarios, obligaciones corridas, de pronto no está ni tu pareja, ni tus hijos, ni el perro ni nadie. Sólo vos solo. Solo con vos mismo. ¡¡¡¡¡Ahhhhhhh!!!!

La primera impresión en efecto es de extrañeza. Es absolutamente inhabitual que nadie esté entrando, saliendo o posándose sobre alguna de las habitaciones de la casa. De pronto sos dueño de todas ellas, podés circular libremente y hay una sensación apabullante de libertad e independencia, que uno invariablemente terminará usando i-rresponsablemente.

En el apuro, en el inusual silencio, empezás a repasar mentalmente y sí: mujer en la peluquería, spa, pileta o bingo o lo que fuera tres horas mínimo-, hijo uno en la facultad o en una quinta o en un lugar de cuatro horas o más de ausencia; hijo dos de pesca dos días-; hijo tres de los abuelos y así sucesivamente. Cosas que no suceden nunca, o solamente suceden de a una o sucesivamente, pues, un día, un único e increíble día suceden: todos están afuera y por un rato largo.

Entonces, revisado y resistido el primer momento de inquietud y hasta de angustia, empezamos a hacernos cargo de la situación, cuando siempre es al revés: la situación por lo general se hace cargo de nosotros.

Estamos ontológica, primitiva, virtual y realmente solos en casa con toda esta soledad recién inaugurada a cuestas.

Hay un listado inmediato de cosas que queremos y encima podemos hacer cuando estamos solos. Las listas de ellas y ellos varían, aunque sospecho que en el fondo, no demasiado.

Me imagino a la mujer de la casa (ontológica, primitiva, virtual y realmente) en cueros, patas y pelos, original y prístina, sin maquillaje, un monstruo bah, deambulando feroz con una sonrisa satisfecha. La veo fumarse el pucho que no fuma nunca, sentarse a sus anchas o finas (según los casos) en el inodoro, o meterse en la bañera o llorar ante un novelón mexicano.

Veo a los vagos tirados en un sillón, con cerveza o vermú más fuerte que lo habitual- a deshora y con el control sin transferencia ni cesión posibles, clavados en los programas de fútbol, así se trate de la Primera Z de Sri Lanka (ahí la mueven, seguro), a los provechitos sin mesura (si los quieren con mesura, también hay, carajo), destemplados y rancios, solos, solos.

Porque no me vengan ahora con la tontería de que en ese agujero silencioso y generoso en el medio de un día, un año y una vida (así de excepcionales son a veces los días de estar solos), ustedes en vez de torrar o rascarse el higo van a regar las begonias, lavar los cubrecamas, completar la monografía sobre la cuadratura del círculo, cortar los pastos, lavar el auto y hacer algo que les quite la angustia de tanta impoluta ausencia de ruidos en la casa, su casa, aunque ahora, transfigurada por el silencio (cuando la casa está sola se me da por la poesía) parece otra y uno mismo es un extraño, un visitante, un inquilino y hasta un ladrón, espiando cosas y viendo y reviendo con ojos nuevos lo que vemos de pasada todos los días.

Hagan, mis chiquitos y chiquitas lo que quieran con sus días de estar milagrosamente solos. Vivimos queriendo lo que no tenemos (la vida no es mucho más que la tensión entre resignación y rebeldía: no sé si les dije que cuando estoy solo también se me da por la filosofía, de entrecasa, se entiende); cuando estamos solos queremos estar acompañados y cuando estamos masivamente y rumorosamente acompañados clamamos por un mágico momento de soledad. Y ese momento, no sé si les quedó claro, comienza ni bien coloque este silencioso y solitario punto final.

Me imagino a la mujer de la casa en cueros, patas y pelos, original y prístina, sin maquillaje, un monstruo bah.