EDITORIAL

Las elecciones, el discurso y la dura realidad

La experiencia histórica enseña que en los momentos de crisis externas los gobiernos se esfuerzan por tranquilizar los ánimos y despertar confianza entre los principales actores sociales y económicos. Sin ir más lejos, los gobiernos de Europa, y el propio gobierno de EE.UU., insisten en tranquilizar a los mercados e impedir que una corrida bancaria, una fuga precipitada de capitales o un prolongado conflicto social agraven una situación que ya está de por sí comprometida. Para ello, lo que se impone es el diálogo, la búsqueda de consensos amplios y, por sobre todas las cosas, la prudencia y la serenidad.

Estas reglas básicas del buen gobierno, fundadas en la sensatez y la experiencia no parecerían ser apreciadas por el gobierno argentino. O quizá no sepa cómo llevarlas a la práctica. Al respecto, hay que señalar que el sentido común aconseja que a la hora de convocar a elecciones no se deben plantear alternativas dramáticas o de hierro, el famoso “yo o el caos”, además de ser una opción mentirosa en general, en momentos de crisis puede ser letal para la estabilidad del sistema.

Lo más grave es que semejante opción es planteada por el oficialismo, el más interesado, teóricamente, en preservar el orden institucional. De modo que al desconocer las enseñanzas de la historia y las lecciones cotidianas de la política los Kirchner promueven una opción que inevitablemente se transforma en un bumerán. Si esta consigna la hubiera planteado el opositor más enconado, las consecuencias negativas no hubieran sido tan efectivas.

Los resultados están a la vista. En el último trimestre se han fugado de la Argentina alrededor de seis mil millones de dólares. Los cálculos estimativos proyectan que para fin de año la suma puede llegar a los veinte mil millones, lo cual prácticamente replicaría las fugas de 2008. En consecuencia, la Argentina podría perder en dos años una enorme cifra de dinero que oscila entre 40.000 y 50.000 millones de dólares, recursos que en vez de volcarse al financiamiento de iniciativas propias terminan apuntalando proyectos en otros sitios de la tierra.

Los Kirchner dirán que los capitales que se fugan son de malos argentinos o de los enemigos de la patria. Ninguno de esos exabruptos modificará esta tendencia, ni las consecuencias nocivas que la falta de confianza le provoca a la Nación. Lo que más llama la atención es que los Kirchner en lugar de atenuar esta orientación, exacerben el proceder al anticiparle a los mercados -nacional e internacional- que éstas seguirán siendo las reglas del juego.

De más está decir que si este escenario se consolida, una de las puntualizaciones retóricas del oficialismo -la lucha contra la pobreza- será de cumplimiento imposible. ¿De dónde saldrán los recursos para financiar los planes sociales? ¿Con qué se sostendrán las políticas de salud, educación y vivienda para el tercio de la población argentina sumergida en las más básicas carencias? Para estos interrogantes hoy los Kirchner no tienen respuesta.