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La misión secreta de San Martín en Londres

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Rodolfo Terragno presenta el fruto de sus investigaciones sobre las actividades de San Martín en el año 1824.

Foto: Archivo El Litoral

De la Redacción de El Litoral

El año 1824 se presenta como clave en la vida de José de San Martín. Ninguna afirmación parece más arriesgada, ya que en aquel tiempo el Libertador se había retirado. Como comúnmente se cree, su participación en las campañas de independencia habría concluido después de Guayaquil, “exactamente, el 20 de septiembre de 1822, cuando él depuso en Lima, “la insignia que caracteriza al Jefe Supremo del Perú’”.

Dos años después el general viaja a Londres con el declarado propósito de acompañar a su hija y “ponerla en un colegio de aquel país”, en el anhelo de lograr que Merceditas sea en el futuro “una buena madre y tierna esposa”, y según ha confiado a algunos, alejarla de la abuela Tomasa, que la ha criado desde la muerte de Remedios de Escalada, esa “amable señora que por el excesivo cariño que le tiene la ha resabiado, como dicen los paisanos”.

A través de una meticulosa investigación, y de un texto que rehuye sea la aridez que suele acompañar a los estudios académicos sea recurrir a la novela histórica (ese género que esconde a menudo la irresponsabilidad historiográfica y se aprovecha con afán mercenario de nombres y sucesos reales), Rodolfo Terragno descubre que otros motivos encerraba aquel viaje del Libertador a Londres. Una historia oculta, una misión secreta.

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En “Diario íntimo de San Martín”, publicado por Sudamericana, el varias veces legislador y ministro Rodolfo Terragno describe en forma cronológica y amena el fruto de sus indagaciones que, como él mismo declara, comenzaron hace muchos años en Chelmsford, en Inglaterra, al encontrar cartas inéditas de San Martín, junto a documentos de Diego Paroissien y Juan García del Río, dos de los colaboradores que en 1822 el entonces Protector del Perú había enviado a Londres con la misión de conseguir “dinero y un emperador”.

En 1824, escribe Terragno, “San Martín ya no era más el Protector del Perú. Y en ese país, cuya independencia él había declarado, Bolívar las pasaba moradas para acabar con la Contrarrevolución realista. De triunfar el Libertador de Colombia, no habría monarca. De vencer los realistas, sí; pero sería Fernando VII. Cuando San Martín partió para Londres, en febrero de 1824, no era fácil predecir qué ocurriría.

“Él fue a ejecutar un plan. El objetivo: asegurar la libertad del Perú y, con ella, la de toda Sudamérica”. Esto es, en síntesis lo que Terragno fue descubriendo y expone en su libro, que incluye un apartado final en el que explicita ampliamente la fuente de cada una de sus aseveraciones.

En el diario en cuestión no es San Martín quien habla en primera persona, ya que ese expediente hubiese inevitablemente implicado el ingreso en la absoluta ficción. Se lo sigue paso a paso en tercera persona durante aquel 1824, con la meticulosidad que los documentos de la historia han permitido al autor recomponer el derrotero del general en Londres. La exposición en tiempo presente y el desarrollo cronológico que pauta el discurso son los que dan forma de “diario” al texto; el expediente otorga una interesante vivacidad al libro y le permite desplegar los acontecimientos (y una necesaria y clarificadora relación del contexto) con la suspensión que la historia adquiere en su devenir.

Entre otros tantos temas y avatares, los distintos meses del diario nos cuentan de los pretextos inverosímiles del viaje de San Martín, de las tratativas con el Vaticano, de las credenciales católicas y la masonería del Libertador, del endeudamiento de Rivadavia, de la seducción de Bolívar, de la travesía del océano, de la campaña de San Martín (1817-1822) tal como fue seguida por The Times, del enfrentamiento con Alvear, del acuerdo de Rivadavia con la Baring Brothers... Un último “capítulo” del diario encuentra a San Martín en enero de 1825 viviendo en los Países Bajos, después de haber dejado Londres en septiembre del año anterior. Merceditas ha mejorado y se está “enderezando” (“Cada día me felicito más y más de mi decisión de separarla del lado de su abuela, sin cuyo paso estoy seguro de que esta niña hubiera sido bien desgraciada”). Y lo que importa: “La participación de San Martín en la guerra de la independencia terminará dentro de unos días, cuando Jorge IV anuncie el reconocimiento de nuevos Estados en Sud-América”.

Terragno recurre a una meticulosa investigación y a un texto que rehúye tanto la aridez académica como la novela histórica (ese género que esconde a menudo la irresponsabilidad historiográfica y se aprovecha con afán mercenario de nombres y sucesos reales).