Al margen de la crónica

Parecido pero diferente

“Corruptos hay en todas partes”; esta aseveración popular es bastante acertada. El escándalo que desató la reciente publicación en el Daily Telegraph de gastos espurios realizados por parlamentarios ingleses, y que culminó con la renuncia de la máxima autoridad de la Cámara de los Comunes británica, no hace más que abonar tal afirmación.

Cuando Margaret Thatcher gobernaba, decidió que, al no poder otorgar aumentos al resto de la población, los políticos debían ser los primeros en dar el ejemplo y sus sueldos debían ser congelados. Pero, como hecha la ley hecha la trampa, de a poco se fue estableciendo un sistema de “compensaciones” que cubrían ciertos “gastos” de los legisladores; un incremento de salarios encubierto, algo semejante a nuestros aumentos “en negro”.

La salida de su cargo del presidente de la Cámara de los Comunes, que es el tercero en importancia después de la reina y del primer ministro, es la primera en 300 años.

Michael Martin, el líder de la Cámara -de él se trata-, y un grupo de colegas, desde hace tiempo estaban en la mira de la prensa y de la ciudadanía, sospechados de corrupción, pero evitaban cualquier explicación con una metodología para nosotros familiar: primero, negaban los hechos, y después, lograban eludir la información para que no llegara a la prensa. Así, Martin disimulaba, por ejemplo, gastos de taxi de su mujer y alquiler de propiedades, al tiempo que protegía a otros congresistas de ser investigados por extravagancias como comprar alimento de mascotas o sillones para masajes con dinero público. En el último escándalo, salieron a la luz desde pagos hechos por un canciller para redecorar su casa y jardín por U$S 40.000 hasta una factura presentada por una parlamentaria por tres chocolates consumidos. Pero, la bronca de los ingleses hizo que, días atrás, no le quedara otra salida que una renuncia leída en no más de treinta segundos. Tanto escándalo ha llevado a que los políticos busquen soluciones desesperadamente y algunos son tan pesimistas que cuestionan el sistema democrático representativo y vaticinan su fin.

Las comparaciones son inevitables. ¿Qué pasaría si los ingleses conocieran cómo funciona nuestra política? Por estas latitudes, la cosa pública pasa a ser uso privativo de quienes están a cargo de administrarla. ¿Quién no recuerda cómo farolas que estaban en antiguas avenidas y partes del viejo Puente Colgante pasaron a decorar las residencias particulares de gobernantes? Con el correr del tiempo, la corruptela fue aumentando, al mismo tiempo que disminuyó nuestra capacidad de sorpresa; lo anómalo pasó a formar parte de la cotidianeidad.

Y hoy, aunque denuncias periodísticas como las del Daily Telegraph se hagan públicas, las conductas de los funcionarios y de la Justicia argentina son disímiles respecto de democracias como la inglesa. Quizás deberán pasar 300 años para que algunas cosas sean sólo parecidas. Por ahora, son parecidas pero diferentes.