Al margen de la crónica

De cara al Bicentenario

Durante su paso por Santa Fe y poco antes de dictar su conferencia en el ciclo denominado “Pensar la Nación”, el director de Le Monde Diplomatique edición Cono Sur, Carlos Gabetta, aseguró que cada país tiene los dirigentes que su sociedad es capaz de generar.

En definitiva, Gabetta respondió de esta manera a la eterna pregunta sobre el huevo o la gallina: ¿los argentinos estamos como estamos por culpa de los dirigentes que tenemos, o tenemos esta clase de dirigentes por ser como somos?

Una rápida observación sobre los nombres de aquellos líderes políticos (se podría hablar también de los sindicales, profesionales, deportivos, empresariales, etc.) con aspiraciones a conducir los destinos de la Nación permite dejar al desnudo una serie de falencias preocupantes: algunos tienen un pasado oscuro y contradictorio, otros no dudan en aliarse con viejos enemigos o traicionar a viejos aliados con la única idea de sumar votos. Los hay con escasa preparación intelectual, autoritarios, poco creíbles y hasta en conflictos con la ley.

La Argentina también tiene dirigentes políticos probos, responsables, equilibrados y respetuosos de las instituciones. Sin embargo, en general existe la íntima convicción de que ninguno de ellos cuenta con espalda suficiente como para llegar al poder real o, si pudiera lograrlo, difícilmente se sostendría allí con éxito.

En definitiva, no serán los malos dirigentes los que siembren las bases de un país mejor, ni los que avalen la llegada al poder de líderes responsables y honestos.

La semilla del cambio está en la base sociedad, sobre todo en aquellos sectores con capacidad de discernimiento y decisión. Sólo habrá mejor futuro si estos grupos -que en la Argentina siguen siendo amplios- dejan de pensar en sus intereses sectoriales y deciden priorizar el interés general para construir los cimientos de un nuevo modelo de país. De lo contrario, el futuro sólo podrá deparar más quejas y decadencia.