“Otelo”, de Pepe Cibrián Campoy y Ángel Mahler

Conocer las pasiones humanas

Roberto Schneider

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William Shakespeare es, siempre, un redescubrimiento. Cada vez que asistimos a la representación de sus obras vuelve a asombrarnos la consistencia de sus personajes, la sabiduría con que se estructura la acción dramática, la fuerza teatral del texto y, en sus tragedias “políticas”, la modernidad de su pensamiento. En el caso de “Otelo”, esas virtudes se ponen de nuevo evidentes, mezclada la emoción de las situaciones con la capacidad del bardo inglés, para desvelar el sentido último de ciertos comportamientos políticos, la subordinación de las grandes palabras -a menudo generosas- a la ambición individual de quienes ansían el poder.

Por todo esto y mucho más, es inteligente el trabajo de Pepe Cibrián Campoy cuando re-escribe su propia versión de la obra -tomada como disparador-, básicamente porque se apoya en el original y concibe la representación de modo tal que se transforma en un ejemplo de hasta dónde la imaginación puede llegar a ser una forma de conocimiento, en este caso, de las pasiones humanas.

En el texto de Cibrián Campoy, se abstrae en tres personajes esenciales el verdadero ritual de Otelo, compuesto por un discurso poético romántico muy teatral en el cual sobresalen el melodrama clásico y la ópera occidental; unos personajes llenos de pasión e inteligencia con el trasfondo implícito del espectáculo histórico, y con ingredientes de variada intensidad como la traición, los celos, las pasiones, la inocencia, el pañuelo, el Moro y Venecia, indispensables en la gran obra teatral.

“Otelo” es, en esta versión, una historia de amor extrema llena de gestos que llenan el aire de la escena. Es una historia repetida y nueva, anacrónica y actual, retórica y poética, pasional e intelectual, incoherente y ordenada en un texto austeramente lírico representado con toda contemporaneidad para disfrutar. Y para que el espectador sienta la sed de la palabra viva, es decir, el teatro.

La puesta en escena tiene varios aciertos. En principio, Cibrián Campoy logra de su actor protagónico Juan Rodó una fuerte presencia escénica que, por momentos, llena por sí misma el escenario. El actor canta de manera magnífica la música de Ángel Mahler y su labor es profundamente intensa, a partir de una indisimulable entrega. Lo acompañan Diego Duarte Conde como un Yago vigoroso, intencionado, maligno y a la vez nítido y claro. Su capacidad para ser el personaje es excelente, del mismo modo que Daniel Vercelli como Casio (justamente ovacionado en el saludo final), ambos disputándose el afecto de Otelo. Lorena García Pacheco interpreta a la temible Bianca, el personaje que con verdadero instinto teatral está agregado a la trama. La actriz tiene un registro vocal estupendo. Georgina Frere es la atribulada Desdémona, a partir de una lograda interpretación.

En la dirección de actores deben sumarse aciertos y cumplen con señalada corrección sus roles los actores santafesinos designados para la ocasión: Orly Teplitzky, Fiorela Boratto, Agostina Arangio Ale, Lisandro Miranda, Silvana Coppini, Rocío Quaranta, Fernando Bertona, Clara Fontanarrosa, José Nualart, Sebastián Villagra, Gustavo Lauto y Juan Cruz Castelló.

Decisión y garra

El director armoniza con excelencia la estupenda música de Mahler que combina orquestaciones de rica variedad tímbrica con armonizaciones perfectas, con la solvencia interpretativa de sus criaturas protagónicas. Todas las secuencias de conjunto tienen el sello de la sincronización. Sería injusto no hacer especial énfasis en destacar signos de indudable teatralidad en esta puesta. La espectacularidad del riquísimo vestuario de René Diviú -es brillante el baile en el Palacio Ducal- y la iluminación del mismo Cibrián y Adrián Condomí, que es también protagonista porque crea climas y subraya situaciones.

Es posible que Shakespeare no haya imaginado nunca su texto representado según la puesta en escena de Pepe Cibrián Campoy, pero es indudable que hubiera valorizado la decisión y la garra de una relectura apropiada, donde cobran fuerza notable el dramatismo y la poesía. El uso excesivo del humo no empaña una totalidad que adquiere indudables tintes barrocos y en la que surge nítidamente el tema de las traiciones. Cuando desde la política la temática tiene dolorosa vigencia cotidiana, Cibrián Campoy pega en ese sentido una cachetada. Eso sí, con talento.

/// EL DATO

Funciones

El espectáculo dirigido por Pepe Cibrián Campoy, con producción de Marcelo Medina, se podrá apreciar hoy en dos funciones previstas para las 20 y las 23, y mañana domingo 31, a las 20.

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Todo el talento en la interpretación del personaje protagónico, a cargo de Juan Rodó. La larga ovación final premió su labor.

Foto: Flavio Raina