EDITORIAL

China, los cambios y el recuerdo de una masacre

Se cumplen veinte años de la masacre de Tiannanmen. En China el aniversario intentó disimularse incrementando el control político sobre disidentes y periodistas en general. No obstante ello, la fecha fue conmemorada en el mundo en diversos tonos y registros. Como se recordará, en la primera semana de junio de 1989, los comunistas chinos en el poder ordenaron la represión contra estudiantes, intelectuales y trabajadores que protestaban en la calle reclamando más libertades democráticas, menos corrupción y mejor calidad de vida. Como consecuencia de la represión se estima que fueron asesinadas entre quinientas y cuatro mil personas. En cualquier caso, fue una masacre. Y la orden fue impartida por un régimen que, a decir verdad, nunca había vacilado a la hora de asesinar o ejecutar disidentes.

En 1989, en la URSS ya estaba en marcha la Perestroika y no era difícil adivinar que en el futuro inmediato los regímenes comunistas de Europa del Este se iban a derrumbar. Seguramente, esas consideraciones fueron procesadas por los burócratas antes de ordenar la represión. Los reclamos de los disidentes eran modestos, pero ya se sabe que en un orden totalitario la más leve grieta en el edificio del poder puede precipitar su derrumbe.

Los analistas políticos tiene al respecto opiniones divididas; para unos, la respuesta obedece a la lógica de un régimen totalitario, pero otros entienden que de acuerdo con la lógica del sistema, en un país con más de 1.300 millones de habitantes, los cambios deben ser lentos y en todos los casos debe privilegiarse el orden porque las consecuencia de una crisis de poder pueden ser catastróficas. En este sentido, una visión crudamente realista del contexto chino puede entender lo que la civilización occidental no puede aceptar. Queda claro que este tipo de especulaciones no pueden hacer perder de vista valores básicos receptados en los cuerpos normativos del moderno Estado de Derecho, particularmente el valor de la vida.

Las particularidades de China, sus tradiciones, el valor relativo de la vida -que siempre han estado presentes en la dirigencia comunista-, pueden explicar lo sucedido pero de ninguna manera justificarlo. Así lo pensaron en su momento los principales jefes de Estado de Occidente, quienes acordaron un embargo de armas respecto del enorme país de Oriente, y una actitud parecida asumieron las más importantes instituciones defensoras de los derechos humanos.

Como se sabe, a partir de la muerte Mao Tse Tung, China inició un proceso de modernización económica fundado en los principios de la competitividad capitalista pero bajo el control de un régimen que se autodenomina comunista. Esta conjunción de economía de mercado, bajos sueldos y severo control político, ha creado condiciones extremadamente competitivas que explican su constante ascenso entre las naciones. No obstante, semejante proceso de crecimiento producirá -antes o después- inexorables contradicciones que el gobierno actual confía en administrar mediante una gradual apertura hacia una sociedad más libre.