Artes Visuales

“El sueño”

Domingo Sahda

En fecha reciente fue abierta a consideración pública una propuesta que vincula los conceptos de Espacio y Tiempo, en una resolución planteada como instalación plástica entendida como espacio proyectivo del cortometraje, cuya autoría le compete a Silvia Cuffia, en tanto que el hábitat que conjuga diversos elementos, a más de procesos plásticos y su solución final, el cuadro es de autoría de Ricardo Calanchini.

La idea-fuerza de este acontecer, que vincula instancias de tiempo y espacio en una proposición compartida, se concretó en las salas del Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas. La propuesta de ambos -Cuffia y Calanchini- puede apreciarse, pues la proyección del texto visual se reitera, articulándose en esta experiencia dos vías de entrada a la fruición del hecho estético.

Imagen estática, imagen dinámica, sonido, luz y tiempo acotado son los ítems por sobre los cuales se construye esta proposición, la que gira en torno de una problemática.

El sueño, que puede interpretarse en varios sentidos interconectados.

El relato-idea filmado por un equipo de técnicos y especialistas en cine, con la conducción de su directora: Silvia Cuffia transita, a sostenido ritmo visual, una historia que permite poco margen para la expectativa y/o el “suspense”, sin lograr el embargamiento atento de quien mira la película. En el filme se aprecia un excelente encuadre visual desde diversos ángulos de la cámara-ojo, que crea en torno un espacio irreal; en él se desovilla la trama de aquello que se narra con imágenes y sonido, el que de modo recurrente y obsesivo entorna la dinámica del protagonista, Ricardo Calanchini.

El artista que expone, el artista que actúa sus propias obsesiones, interpretándose a sí mismo con sus conflictos. El relato visual merodea, sin definición, entre la ficción y la documentación. Las bellas imágenes —las más— registran el continente de la acción y lo que allí sucede desde una distancia expresiva lineal incontaminada, esencialmente descriptiva de las situaciones, sin enfatizar de modo expresivo la luz, o el color o la distorsión icónica. El ojo escruta aquello que se muestra sin tomar posición alguna.

En las salas del museo se encuentran esparcidos, en regular disposición, elementos de uso cotidiano que remiten a la idea del “sueño”, como acontecer fisiológico antes que psicológico. Aquí no hay proposiciones surreales, sino enumeración de objetos conducentes —hipotéticamente hablando— a la idea central que se narra en el filme, esto es “El sueño”.

Sobre los muros del museo y a modo de respaldo se muestran imágenes fotográficas de los protagonistas y los técnicos durante el proceso de elaboración de la película, a modo de acentuación estática de aquello que se proyecta. Estas fotos son interesantes recortes visuales que admiten un moroso recorrido analítico de cada encuadre, la incidencia de la luz y la creación de relaciones de intensidad expresiva en cada imagen.

La historia proyectada está ajustada a un cierto convencionalismo en su periplo, desde el inicio al fin. No hay misterio alguno ni enigma a develar que sorprenda. El cuadro-pintura determinante del sentido del cortometraje, el origen de lucha consigo mismo, se exhibe en la sala Susana Bachini, del precitado museo. A él se anexan otros trabajos que mixturan pinturas en proceso, con dibujos en ciernes de concretización. En ellos Calanchini se retrata a sí mismo en la acción de crear la obra citada, que es causa de su obsesivo deambular por el ficcionalizado taller, con referencia constante al sonido del piano y a la presencia de su ejecutante, Héctor Roger, quien crea el espacio sonoro de la historia y a quien acude de modo constante el protagonista.

La pintura citada, en proceso de gestación y ejecución, los conflictos inherentes a la dificultad de su concretización, la ansiedad del autor desorientado que busca anclarse para definir su obra, sus apelaciones alternativas son las que recortan el conflicto.

En suma, un sueño entendido como ansiosa actitud entre el principio y el fin, entre la vida y la muerte.

Ricardo Calanchini, dueño de un oficio impecable, no traspasa su frontera de excelencia gráfica autoimpuesta. Sus trabajos predeterminan el recorrido de la mirada y la interpretación de los mismos, sin dejar espacio para alternativa emocional o expresiva.

Sus trazos delimitan las formas, son fronteras que la imaginación no logra traspasar. Apela constantemente a una idea surrealista sin apresarla en plenitud.

En el filme, Calanchini habla de los conflictos de Calanchini, en tanto que es artista plástico. Se asiste visualmente a una suerte de elíptica confesión de sus expectativas, en acciones de gesto envarado.

El esfuerzo de esta “ópera prima” que dirige y firma Silvia Cuffia, sostenida por un equipo de realización numeroso y destacado a ojos vista, se encaja en el marco del loable empeño de quien se atreve a construir un corpus propio, en un medio proclive a las explicaciones y justificaciones antes que a las acciones concretadas.

Filmar en Santa Fe se asemeja a una quijotada. Bienvenido sea este primer escalón que supone una ascendente escalera. Asumirlo y continuar es el desafío. Vale para la directora. También para el resto de viajeros que navegan ese proceloso mar que se llama cultura local.

2.jpg
“El sueño”

Momentos de la propuesta presentada en el Museo Municipal.

Fotos: mauricio Garín.

3.jpg