Llegan cartas

Cambiar el rumbo

Roberto Ale.

DNI. 6.262.178.

Señores directores: Nos estamos acostumbrando a caminar con una “piedra en el zapato”. Nos molesta, pero nos aguantamos, al punto que terminamos siendo espectadores pasivos de una situación que fue degenerándose hasta llegar a nuestros días.

Tomemos un tema, de los muchos que nos afligen: la inseguridad. Hay una sociedad desprotegida y atemorizada, a merced de un conjunto de malvivientes que la hace retroceder y refugiarse en sus domicilios, tras barrotes de hierro, perros, etc. dejando a la política que solucione el problema, cuando sabemos de sus limitaciones.

Cuando la delincuencia pone en jaque a las autoridades, éstas son incapaces de resolver por sí solas, sin la asistencia de la sociedad. Sobre el hecho consumado, acude la policía, observa, pregunta, saca fotografías, levanta huellas, etc. A su alrededor la gente comenta y los medios informan... Y todo queda ahí, con pocos resultados positivos.

No se aporta creatividad y la ventaja de ser mayoría en relación a los delincuentes no se aprovecha de parte de la población. No conocemos ni recordamos los nombres y los rostros de los maleantes, se los cubre y protege cuando deberían ser expuestos y estar a la vista del público en impresos cubriendo los espacios disponibles que hay en cualquier ciudad o pueblo. Nombres, apellidos y los alias de los condenados y reincidentes, principalmente los violadores, que andan entre nosotros, como simples ciudadanos al acecho de una futura víctima.

Otra sugerencia es colocar buzones en lugares estratégicos para recibir denuncias a efectos que se les investiguen, estimulando a los colaboradores. Todos sabemos que la gente ha perdido confianza y rehúye comprometerse directamente.

Se debería dar a conocer los e-mail, números de mensajes de texto, números de teléfono y sitios en Internet donde comunicarse. Deberían ser obligatorios los espacios en los entes privados y públicos, incluso en los comercios para este tipo de información.

Se deben dar charlas, realizar reuniones, y entre los niños trabajar sobre la temática en escuelas primarias y secundarias, entidades intermedias, ONG, etc. con el propósito de intentar modificar aunque sea lenta y progresivamente la mentalidad de los que ven con simpatía a “los pibes chorros” y otros por el estilo, a los cuales emulan y consideran referentes.

Es preciso dar solución a todo esto, tan grave que ya no se respetan iglesias ni escuelas religiosas, y lo más llamativo, son cada vez más jóvenes los que depredan en lugares donde acuden y acudieron a clases y a comedores escolares, incluso donde los bautizaron, confirmaron o tomaron la primera comunión.

Esto es mofarse de sus creencias religiosas —si la tuvieran— burlarse de las instituciones y de la sociedad constituida, verdaderas compadreadas de los inimputables y privilegiados, de los que entran por una puerta y salen al rato por la misma, otra vez “mojando la oreja” a todos nosotros. Es preciso ocuparse y tratar de ir cambiando el rumbo.