cultura

La belleza que esculpe el dolor

Rebeca Matte dando sus últimos toques a la escultura “Santa Teresa”, París, 1907.

La belleza que esculpe el dolor

Rebeca Matte, en Chile, y Lola Mora, en Argentina, pueden ser consideradas pioneras en el continente dentro de la escultura, una tarea desusada para la mujer en aquellos años. Aquí, una semblanza de la artista del país vecino.TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA.

Durante mucho tiempo busqué en vano datos de Rebeca Matte, protagonista de una vida propia de la imaginación de Jane Austen.

En un reciente viaje a Chile encontré por fin una minuciosa obra de la profesora Isabel Cruz de Amenábar, a la vez de poder disfrutar de la imponencia de sus obras, que se levantan como mudo testigo de la vida que transcurre en las calles de Santiago.

LA SANGRE QUE RECLAMA

Por qué motivo una niña delicada, acostumbrada a la monocorde vida social de una clase acomodada de fin de siglo, se siente atraída por la monumentalidad de las formas, es algo que no tiene una respuesta concreta. Tal vez la temprana ausencia materna la lleva a expresarse en esa manera. Tal vez hereda la inquietud de una tía paterna, Delia Matte, adalid de los derechos de la mujer en Chile y fundadora de un temprano Club de Señoras. O tal vez el exquisito espíritu de don Andrés Bello, su bisabuelo, bulle en su sangre dotándola de la necesaria sensibilidad que a su vez ella transmitiría a su hija.

Rebeca Matte era hija de Augusto Matte, abogado, político y diplomático, hombre de considerable fortuna; y de Rebeca Bello Reyes, nieta del citado escritor, educador y poeta. El hogar Matte Bello era protagonista y receptor de la sociedad chilena de fin de siglo XIX. Pero al nacer Rebeca, en 1875, la madre se ve sumida en una demencia que obliga a su reclusión de por vida.

Tal vez sea éste el motivo de una precoz sensibilidad en la niña, que es llevada a vivir con su abuela materna. Rebeca nunca superará esa ausencia y la nostalgia que ésta provoca será una constante en su obra.

El hogar de la abuela era un centro intelectual de la época, y la niña, delicada y frágil, creció frecuentando las más destacadas figuras del momento. Si bien nadie se preocupaba por entonces de la formación de una mujer, Rebeca se sentía cómoda escuchado los diálogos de políticos y pensadores. Pero era una niña rica y no necesitaba ser sabia para casarse -de acuerdo a la manera de sentir de la época-; a lo sumo educarla para que pudiese cumplir con el primitivo designio. El eterno destino femenino: su sempiterno rol de hijas obedientes, esposas sumisas y madres abnegadas.

EUROPA COMO DESTINO

Pero Augusto Matte sufría demasiado la enfermedad de su esposa y decide alejar a la niña de esa trágica presencia, así es que la lleva consigo a Europa a recorrer el mundo, como parte de un proceso educativo. El francés se convierte en su segunda lengua. Teatros, música y los mejores libros pasan a constituir una sólida base para la formación de la niña.

Sin embargo, la ausencia materna es una constante en la formación de su carácter. La niña crece hermosa e inteligente, pero silenciosa y tímida, delicada al extremo. Una de las pocas fotografías de su infancia la muestran el día de su primera comunión, fecha que por esos años era tan importante como el casamiento.

Rebeca tiene 14 años cuando llega con su padre a París, la meca de la intelectualidad del momento. Augusto Matte desempeña una activa carrera diplomática, mientras su hija queda internada en un colegio religioso. Los días de la joven son solitarios y cargados de recuerdos. La escultura, a través del barro, comienza a ser depositaria de su exquisita sensibilidad.

A los 21 años culmina su formación en el colegio. Su padre le instala un pequeño atelier, donde la joven comienza a trabajar la arcilla que va corporizando las formas de su alma solitaria. Su formación clásica fluye y sus delicadas manos son el instrumento adecuado.

Así surgen los primeros trabajos que ya denotan una fuerte carga dramática, donde la figura femenina adquiere marcado protagonismo. Tres estilizados jarrones son sus primeras obras notables: La Tierra, el Agua y el Viento. No puede sustraerse en estos ensayos al movimiento simbolista que invade los círculos intelectuales de la Ciudad Luz.

El padre comprende que la niña considera eso como algo más que un pasatiempo y parten hacia Roma, donde la inscribe en el taller de Giulio Monteverde, considerado en ese momento como el más grande y notorio escultor a la vez que maestro.

Es posible que en este lugar se haya cruzado alguna vez con una morocha de fuerte personalidad, que para manejarse mejor entre barro, bronce, yeso y escaleras, haya adoptado las prendas masculinas. La argentina Lola Mora -a ella nos referimos- era la antítesis de Rebeca. Segura de sí misma, avasallante, carente de recursos económicos, se bebía la vida de un sorbo, aprovechando lo que la oportunidad le brindaba.

Rebeca, introvertida, encontró en la escultura el camino para expresar los sentimientos que iban naciendo a medida que la niña se hacía mujer.

LA GÉNESIS DE SU OBRA

La formación recibida en el taller de Monteverde es la base que servirá para su madurez como artista notable. A través de las enseñanzas del maestro, Rebeca podrá encontrar el lenguaje que la ayude a encauzar su rico mundo interior.

Al volver a París, se encuentra con el mundo de Rodin y sus discípulos, entre los cuales figura una joven que, como Rebeca, apenas si logra contener su entusiasmo y creatividad: Camilla Claudel será como una delicada mariposa presa en las garras de un hombre que no tuvo la suficiente sensibilidad para comprender su pasión, pero sí la necesaria inteligencia para intuir que la alumna podía opacar al maestro. Pero esa es otra historia.

Rebeca es inscripta en la Academia Julian, el lugar obligado para las niñas acomodadas que querían manifestar sus inclinaciones artísticas. El primer trabajo que realiza, influenciada por la formación clásica, tiene mucho que ver con el silencioso y nostálgico mundo que lleva en su corazón. “Medea” es la personificación de la locura y un trágico destino de desesperación y abandono: la madre despechada, mata el fruto de sus entrañas en un inexcusable arrebato de locura. De alguna forma, la joven expresa la ausencia materna en su obra artística. Será una constante a lo largo de su vida.

A esta época corresponde una de sus obras más impactantes: “Horacio”, una figura imponente en el gesto duro y resuelto con que marca el destino de los hijos. Los ojos vacíos denotan la frialdad y determinación del terrible momento. Actualmente está ubicado en el Hall central del Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile. Rebeca tiene sólo 24 años cuando realiza esta obra, pero ya está en la madurez de su creación.

Y luego viene el Salón de París de 1900. Es aceptada en él a través de una obra cargada de mensajes íntimos: Militza. La figura femenina comienza a ser el centro de atención en sus trabajos. Hay una minuciosidad del detalle, el acabado perfecto, la delicadeza de las formas. Militza es la gitana que en un gesto desesperanzado, apoya su delicada mano sobre el cerrojo que aprisiona al amado.

EL MATRIMONIO

Rebeca estaba en edad de cumplir con su destino ineludible de mujer: el casamiento. Su padre elige para ella a un candidato que parecía reunir todo lo necesario: Pedro Iñiguez, joven diplomático y aspirante a político. Nada se sabe con respecto a los sentimientos de ella. Tampoco en ese momento eran importantes como para ser tenidos en cuenta. De esta unión nacería Lily Iñiguez, delicada niña a la que la madre entrega su corazón huérfano de ternuras. La escultura quedará postergada algunos años, en que los dedica exclusivamente a la crianza de su adorada niña.

En 1902, el padre de Rebeca decide el retorno de la familia completa a Chile. Para ella es sacudir un pasado casi inexistente en tiempo, pero presente en sentimientos de ausencia y nostalgia. La figura de la madre vuelve a corporizarse en cada rincón de la casa paterna. Ahora, ella es la mujer que lleva la maternidad en un protagonismo que no quiere delegar.

La ternura que acompaña la presencia de la hija se proyecta en el rostro de su obra “Lily”, logrando trasladar al mármol la delicadeza de esa niña.

OTRo DESARRAIGO

Pero Chile no es más su lugar. Se impone el regreso a Europa. Florencia será su destino definitivo. A partir de 1912 retoma su labor creadora, realizando estupendos trabajos que demuestran su madurez.

Sin embargo, la carga existencial en la vida de Rebeca se va haciendo notar. Su matrimonio se debilita. Pedro Iñiguez no logra o no quiere penetrar en el mundo íntimo y exquisito de su mujer. Ésta, a su vez, estrecha cada vez más los lazos con su hija que ya comienza a sentir los síntomas de la enfermedad que la llevará a la muerte: la tuberculosis.

Todo contribuye a una exacerbación de la sensibilidad artística de esta delicada mujer que va volcando en sus obras la tristeza soterrada a lo largo de su existencia.“Santa Teresa”, “Desesperanza”. “Crudo invierno”, demuestran la garra de una artista en plena madurez.

LA GUERRA

Es entonces cuando llega el encargo para realizar un monumento que será emplazado en los jardines del Palacio de la Paz que se estaba construyendo en La Haya y que se inaugura en 1913 como un deseo utópico frente a los terribles acontecimientos que se desatarían sólo un año después.

El trabajo realizado por Rebeca se titula “La Guerra” y tiene en el rostro de la figura principal todo el horror que puede esconder la muerte que, vencedora, apoya su pie sobre la humanidad yacente. Una alegoría del sufrimiento y del horror. Esta obra hace que su trabajo sea conocido en el mundo.

Lily, mientras tanto, escribe un diario en el que refleja los acontecimientos que marcan la vida de estas dos mujeres envueltas en las terribles circunstancias de una Europa que sacude sus cimientos, a la vez que disfruta con el triunfo de su madre: “Mamá camina por el sendero de la gloria”.

En mayo de 1915 se instalan en “La Torrosa”, un lugar idílico en las colinas de Florencia. Lily tiene 14 años, su frágil organismo se va consumiendo, mientras observa cómo su madre modela sus mujeres perfectas.

En 1917, el gobierno de Chile le encarga un monumento que recuerde a los héroes de la Concepción, un sangriento episodio que tuvo lugar en la guerra contra Perú y Bolivia.

Rebeca transmite, a través del frío material, la crueldad sin sentido, la muerte inútil; el brazo en alto es como un grito desafiante ante tanta insensatez. Tal vez la guerra que la rodea, a pesar de su aislamiento, llena de zozobra sus días y le sirve de inspiración. Al terminarlo, escribe a su marido en Chile: “Estoy exhausta pero contenta”. Éste hace entrega simbólica del monumento al gobierno de Chile el 18 de diciembre de 1921. Los diarios del momento hablan de ella: “Es la más grande escultora mujer de nuestros días (siempre la exclusión). Modela y esculpe como un hombre, pero piensa y crea con su corazón delicadísimo de mujer, lo que constituye la más grande altura a que se puede llegar en el arte, dada -precisamente- la pobreza de sentimiento de la mayor parte de las obras viriles de nuestra época”.

El monumento hoy se puede contemplar en una de las principales avenidas de Santiago.

EL DOLOR

La fuerza que emana de ella hace decir a Gabriela Mistral: “La muerte del aviador a mí me cuenta el secreto de su propia vida y confesión de la derrota que, cual más o cual menos, todos llevamos adentro”.

Pero el verdadero dolor la estaba esperando. Lily muere en 1926, a los 24 años. Una de las últimas anotaciones de su diario dice: “Mamá, la artista, la poetisa, la amiga, única protectora que ha guardado mi vida pura y límpida. La evocadora de infinito que me abrió las puertas del azul”.

De ahí en más, Rebeca se dedicará a perpetuar la memoria de su hija. Viaja a Chile, presenta un libro de poemas de Lily y organiza una serie de hogares para niñas huérfanas. Los llama “Hogar nido”. Pero Chile no es más su lugar. Luego de un tiempo regresa a La Torrosa, en Florencia, donde fallece el 14 de mayo de 1929. Tiene 53 años.

La belleza que esculpe el dolor

Rebeca Matte Bello. Oleo sobre tela de Vittorio Corcos, Florencia, 1929.

La belleza que esculpe el dolor

“Horacio”, escultura en mármol, París, 1899. Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, Chile.


La belleza que esculpe el dolor

“Lily”, escultura en mármol de Rebeca Matte, Santiago, 1904. Sociedad de Instrucción Primaria, Santiago.


Vida y muerte, lenguaje único

En 1930 su esposo hace repatriar sus restos, junto a los de Lily, que son depositados en el Cementerio General de Santiago. Muy cerca, una de sus obras acompaña el descanso eterno: “Los ciegos”, simbólica muestra de la derrota humana al ser expulsados del Paraíso.

En la vida y obra de Rebeca Matte, la desdicha fue su fuente de inspiración y los estados melancólicos la llevaron a la cima luminosa del arte, como bien lo expresa su biógrafa, la profesora Isabel Cruz de Amenábar. Abrevó en su dolor físico, alimentado por el vacío de afecto maternal, que no superó ni siquiera con la presencia de su adorada hija. Sus figuras femeninas, gráciles, delicadas, sus manos lánguidas, tratando inútilmente de abrir puertas, de derribar muros, de tocar el cielo, son el grito silencioso que se ahoga en el cuerpo de Icaro, que yace inútilmente derrotado ante la mirada resignada de su padre.

Vida y muerte, profundamente enlazadas, como un único lenguaje, como un único camino, en el andar y desandar de un espíritu exquisito que trató de vivir entre la materialidad de un mundo que muchas veces rechazó, pero que intentó expresar a través de obras de extrema delicadeza que nos permiten contemplarla, en respetuoso silencio, tratando de comprender en toda su dimensión una soledad que no es más que la de cada ser humano, en un vano intento de inmortalidad.

5.jpg

“Lily Iñiguez Matte”, fotografía anónima del álbum familiar, 1905.

La belleza que esculpe el dolor

“Militza”, escultura en mármol de Matte, París, 1900. Museo de Artes y Artesanías de Linares, Chile.

Rebeca, delicada, introvertida, encontró en la escultura el camino para expresar sus sentimientos a medida que se hacía mujer.

LA TRISTEZA DE VIVIR

En el año 1917 la Academia del Arte y el Diseño de Florencia la nombra Académica Honoraria, distinción que nunca había sido otorgada a una extranjera y, menos, a una mujer.

También en ese año la Sociedad de Bellas Artes de Florencia le entrega una medalla de plata por su obra “Dolor”, que finalmente será colocada en el cementerio de Santiago de Chile, en la tumba de sus padres.

En todas sus obras, la figura de la mujer sintetiza la tristeza arrastrada a través de una vida, la ausencia materna, vacío que no puede resolver ni siquiera en su rol de madre.

Pero otra gran obra la está aguardando, que será donada por el gobierno chileno a Brasil.

Por esos años la aviación se ha convertido en la mayor concreción de poder y dominio del hombre. Ha vencido su condición de ser terrestre para tratar de conquistar los cielos. Muchos son los que han entregado su vida para concretar ese anhelo. Rebeca va modelando en bronce dos figuras clásicas que son todo un símbolo del orgullo y el castigo, del dolor y la soberbia abatida. Icaro y Dédalo cobrarán vida en sus manos con una fuerte carga dramática. El rostro del padre, desencajado, vacío y resignado con el cuerpo del hijo definitivamente derrotado, yacente, muerto, con el rostro hacia el cielo que en vano intento logró alcanzar.

Rebeca vuelca en esta obra todo el sentimiento contenido a lo largo de su vida. La ausencia/presencia de la madre, su desesperación e impotencia frente a la enfermedad de su hija, su propia vida vacía de un amor verdadero.

La obra es emplazada en Río de Janeiro, cerca del aeropuerto, y es inaugurada con gran pompa. Una réplica exacta se encuentra en la puerta del Museo de Bellas Artes en Santiago de Chile.

&

ADEMÁS

Podés encontrar más información en: “Rebeca Matte”, Isabel Cruz de Amenábar, Origo Ediciones, Sgo. De Chile, 2008. Obra consultada para esta nota.