etcétera. toco y me voy

Uniforme de invierno

Uniforme de invierno

Por estos días de verdadero torniquete invernal, hay gente que se sube -y no se baja más- a las pantuflas y se zambulle dentro de unos viejos pantalones frizados de segura calefacción -combustión interna incluida- y un buzo que no se lavará hasta el final del invierno. TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Quizás la sucesión de inviernos benévolos nos malacostumbró: ahora que sí hace frío no terminamos de saber cómo responder. Uno se da cuenta de que hace mucho frío no sólo por la sensación térmica o los abrigos, sino por una natural y espontánea generación de barbas de casi todos los hombres que conocemos: todos se dejan instintivamente una barbita rala al principio y más tupida luego. Es independiente de la decisión final de dejársela o no. En nuestra primitiva conformación animal (y tenemos mucho que la defienden luego en la práctica a rajatablas toda la vida) se muestra como una reacción del cuerpo contra la inclemencia exterior. Como cualquier animal, engrosamos nuestra piel y alargamos nuestros pelos, más allá de que después pongamos encima el más sofisticado de los abrigos.

Otra señal de que estamos en invierno, esta vez hogareña, es que buscamos desde el fondo de roperos y placares las viejas pantuflas: modelo ochenta, talón doblegado, impolutas, nunca tocadas por cualquier forma de agua que intente atacar el calafateado natural que los sucesivos inviernos le dieron. Un modelo que se resiste a mudanzas, limpiezas, donaciones. La pantufla original, la que nos gusta, ya se trate de esos modelos espantosos con cuadritos escoceses, o de un simpático conejito, pasará todas las pruebas y aguardará paciente en el fondo del ropero hasta que la saquemos adelante. Y cuando aporte naturalmente sus probados beneficios (muchas cosas que usamos tienen en realidad el plus psicológico del buen recuerdo; probablemente recordamos más cierta sensación tibia y antigua -una especie de vientre materno- que refuerzan las prestaciones actuales del objeto, quizás menos efectivo que entonces), ratificaremos que fue acertada la decisión de no tirarlas nada a la basura, pese a las presiones familiares al respecto. Por qué no se tiran ustedes, carajo.

Yo tengo unas pantuflas tipo bota corta con piel de algo adentro -un material que sospecho sintético pero no me interesa avanzar más respecto de su real composición y características- y descarne afuera. Con eso puedo enfrentar el más crudo o cocido invierno.

Cada cual tiene su calzado de invierno preferido. También la fiaca suficiente como para no cambiarse nada y seguir todo el día con esa ropa, una especie de uniforme de entrecasa. Hay gente que opina que deberíamos en algún momento hacer pasar todo eso por el lavarropas. Pero como con la barba, hay una suerte de resistencia tácita a acercar lo que intuimos tibio y calentito al agua, que en nuestro imaginario -aun cuando tengamos el mejor calefón o termotanque del mundo- es siempre fría...

Igualmente, mis chiquitos, con el correr de los días la ropa y el calzado preferidos empiezan a estar tiesos, paraditos, armados, parecen personas, casi la cáscara exacta de nosotros mismos. Son como un buen amigo que te espera para acompañarte a todos lados. También hay gente mal hablada que piensa que en algún momento esa ropa nuestra tiene un olor a tango insoportable. Y ustedes, mis chiquitas, no frunzan la boquita con falso gestito de asco, que tienen lo suyo. Así de fino, se los digo.

Sobre las pantuflas específicamente, hay gente que las prefiere tipo chancleta, sin talonera. Jodido andar por la vida de esa manera, con un punto de fuga tan ostensible. A Aquiles lo liquidaron justo por allí. Yo cubro todo y tírenme los flechazos que quieran: estaré protegido.

Y nos vamos yendo, felices, contentos, contenidos, abrigados. Hay muchos, lo sé, que vendría a laburar con ese uniforme de entrecasa si pudieran o los dejaran y les creo porque en el barrio no sólo salen -ellos, yo no, ja- a dejar la basura, unos pocos pasos, sino que van a la despensa o al súper de esa manera, sin problemas. Dos cosas voy a decirles mis chiquitos: primero, está muy bien que no se desabriguen; y segundo, laven por lo menos el pantalón. Y no diré más.

Cada cual tiene su calzado de invierno preferido. También la fiaca suficiente como para no cambiarse nada y seguir todo el día con esa ropa, una especie de uniforme de entrecasa.