De domingo a domingo

La batalla comunicacional y las discusiones de fondo

Por Hugo E.Grimaldi

(DyN)

Todos los voceros del kirchnerismo están diciendo que está en marcha un intento muy claro de instalar que el 28 de junio habrá fraude por parte del gobierno sobre todo en la provincia de Buenos Aires, para que esa sensación convalide, por ejemplo, un gran cacelorazo desestabilizador, cuando el recuento demuestre que efectivamente ha ganado el oficialismo, “aunque sea por un voto”.

Le adjudican gran responsabilidad en la operación a todos los opositores y a buena parte de la prensa, a quien se le asigna el papel de ser la difusora no ingenua de las denuncias. Sin embargo, hay quienes piensan que esta contraoperación de inteligencia para manifestar las denuncias es la verdadera operación, es decir que aquello que se proclama como algo que puede ocurrir resulta la pantalla ideal para disimular de antemano lo que sí ocurrirá.

Nada puede descartarse. Tan peligroso juego, que ha comenzado efectivamente con las denuncias de Elisa Carrió, Francisco de Narváez y otros opositores sobre la posibilidad de faltante o cambio de boletas, el copamiento de las mesas por militantes K o directamente la compra de voluntades para sumarlas al voto cadena, es parte de la guerra comunicacional para instalar o desinstalar los temas de campaña, en la que hasta ahora viene ganando ampliamente el oficialismo.

El remanido “modelo”.

La primera victoria del kirchnerismo fue siempre llevar la voz cantante sobre el eje central que propuso para la discusión, el llamado “modelo”, cuya paternidad se adjudica el matrimonio presidencial, ya que durante seis años reforzó su poder. Ni Néstor ni Cristina de Kirchner lograron hasta ahora que alguien se animara a discutirlo en la profundidad de sus conceptos de base, más allá de las críticas a su ejecución o las chicanas y denuncias que se hacen a diario sobre la transparencia de los actos de gobierno o a avasallamientos de la institucionalidad.

Como el que calla, otorga, fue una constante percibir, durante la campaña, que los Kirchner iban por delante y que sus adversarios sólo atinaban a salir más tarde para refutar apenas lo instrumental. Otra ventaja comunicacional que obtuvo el oficialismo tuvo que ver con la estrategia de instalar una campaña nacional, en la cual las figuras de los candidatos suplantaran a las ideas para conseguir que la elección de bancas pasara a un segundo plano y debilitar así la posibilidad de los opositores de marcar como propuesta central una verdadera agenda legislativa en común, un compromiso que quizás esta semana pueda concretarse, si algunos personajes dejan de lado los personalismos y se avienen a sacarse juntos una foto, aunque no haya sonrisas.

De allí, la jugada que se inventó en Olivos para avanzar con las candidaturas testimoniales y hasta la manera de presentar ante la opinión pública las listas, cual si fuera una fórmula presidencial, como método de generar la idea de que la elección tiene características épicas, casi como un referéndum gaullista.

La concepción maniqueísta

La apuesta del discurso oficial se centra en que, aunque se le debiliten las mayorías en el Congreso, las tapas de los diarios del día 29 sumen los votos que el kirchnerismo obtendrá en todo el país y que esa razón matemática le sirva al ex presidente para proclamarse como ganador de las elecciones, lo que le daría chances objetivas de seguir manejando el PJ y de aspirar a la elección de 2011.

La concepción maniqueísta del “nosotros o el caos”, a la que los Kirchner tienen tanto apego, también hizo lo suyo en el manejo de los tiempos de campaña, para obligar a la oposición únicamente a la réplica. La acusación de querer volver al pasado, otra imposición del discurso oficial, fue siempre una valla que los opositores no quisieron o no supieron vulnerar.

El miedo a ser tildado de “noventista” fue para muchos un estigma que casi nadie se animó a afrontar desde el discurso, mientras se quedaron sólo en la chicana insípida de decir que Néstor apoyó a Carlos Menem o que era peor volver a los años ‘70.

En este juego de acción y reacción propuesto por el matrimonio, la oposición entró por el aro durante casi toda la campaña y recién en los últimos días, Mauricio Macri se sacudió algo sus culpas reprimidas e intentó marcar la cancha cuando hizo una referencia de fondo a la política de estatizaciones, centrada en el desmanejo de Aerolíneas Argentinas, empresa que le cuesta a los argentinos de toda condición social $ 150 por año, aunque no puedan viajar en avión. El esbozo de crítica, que avanzó además en la propuesta de reprivatizar la compañía y que se amplió a la idea de retrotraer el pase al Estado de los ahorros jubilatorios de 9 millones de personas, fue un cambio de tendencia en cuanto a la estrategia de instalar temas, ya que fue respondido al unísono por los habitantes de Olivos, a contramano de lo que venía sucediendo hasta entonces, cuando eran ellos los que se sentaban a esperar las repercusiones.

Obama para lo que conviene

Mientras tanto, Néstor no dejó pasar la oportunidad de sumar un aliado de peso a su causa, ya que recordó que “lo que hace falta no es ni un capitalismo de Estado ni un mercado que actúe solo. Se necesita un Estado que articule lo público con lo privado, como dice Obama”, dijo hace un par de días el candidato en Campana, en relación con una parte de un reciente discurso del presidente de los Estados Unidos. La otra mitad de la opinión de Barack Obama, que Kirchner omitió prolijamente porque desencajaba sus argumentos, hay que buscarla en otros párrafos de la misma alocución cuando el estadounidense señaló que “el libre mercado ha sido y seguirá siendo el motor del progreso de los EE.UU.”, al tiempo en que insistió en que los empresarios son “más eficaces” que los gobiernos, a la hora de crear trabajos y dijo también que el papel del Estado “no es el de reprimir a los mercados”, sino el de dar “rienda suelta a su creatividad e innovación”.

Hoy existen, a nivel de las empresas y de los ciudadanos grandes dosis de incertidumbre que han inhibido la inversión y el consumo, sobre todo porque se hacen cálculos sobre la economía que viene, en función de los resultados electorales.

No será lo mismo el día después, dicen los expertos, un Kirchner ganador por 2 puntos que por 10 en la provincia de Buenos Aires, ni mucho menos si pierde, sea por lo que fuere. Los excéntricos números que se empeña en mostrar el Indec describen un país que no entró aún técnicamente en recesión, que tiene inflación de un dígito y que, por lo tanto, no genera ni más desempleados ni más pobres.

Los analistas privados hablan de deterioro productivo para todo el año de entre 3 y 6 por ciento, inflación de dos dígitos, desempleo oculto y valores de pobreza superiores a los de 2003, cuando Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada. Otros números oficiales conocidos el viernes no pudieron esconder el deterioro violento del superávit fiscal (-85 %) porque los gastos siguen viento en popa, mientras que se admite que, de no ser por los fondos previsionales, se habría perdido del todo el superávit primario.

Además, la baja de las importaciones (-49 %) deja para lo que va de 2009 un superávit comercial mayor al de 2008, aunque marca claramente el deterioro productivo. Y además, cosa rara a una semana de las elecciones, se difundieron los números que convalidan que continúa la fuga de capitales, aunque se nota que se viene desacelerando, lo que lleva la sangría a cerca de U$S 40 mil millones, durante los dos últimos años y medio.

Es obvio que, salvo referencias laterales y explicaciones amañadas, ni Cristina ni Néstor han hablado de estos temas en la campaña, pero tampoco la oposición ha sabido cuestionar con fundamentos tantas adversidades. La falta de una puntual discusión sobre la agenda económica podría considerarse, también desde lo comunicacional, como otro logro de los Kirchner aunque, a sólo ocho días del 29-J y por el costo que pueden llegar a pagar, se trata de una autoherencia que deberán tragar sí o sí, a modo de píldora, pero impregnada en veneno.