Anotaciones al margen

1979

Por Estanislao Giménez Corte
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1

El cuaderno Rivadavia rectangular cubierto de polvo y forro araña estaba detrás de pilas de libros y fotografías, de computadoras viejísimas tipo Commodore 64, historietas de Astérix y de Isidoro; debajo de papeles varios que tienen como único destino la basura en medio de una obra. Su destino es la degradación pero su lugar es la memoria, impertérrita a las caducidades de lo físico. Y, más que la memoria, su lugar es la implosión afectiva que sucede a costa de ciertos acontecimientos que impactan en lo sensible, digamos. Allí sí está, claro, su poder, no en el recuerdo en sí; sí en las múltiples sensaciones que eso que creemos recordar nos produce.

2

Lo abrí, como arrojarse desde la adultez, adónde. Me regocijé, sin sentimentalismos, en las descripciones de las fechas y en las condiciones climáticas (“Hoy es un hermoso día de sol”, “Hoy es 5 de marzo”), los trabajosos dibujos libres de toda libertad, la perfecta grafía de la maestra, los recortes, las figuras geométricas, los colores. Me sorprendió la cuasiperfecta conservación del papel. Yo tenía cinco o seis años y sólo me acuerdo que me gustaba mucho dibujar, mucho más que cualquier otra cosa en el mundo, que entonces era perfecto en su circunferencia e infinito; todo semejaba para mí una suerte de diáfano horizonte insuperable: mis viejos, mis hermanos, mi casa. Todo era así, ahora que paso las hojas, pero el recuerdo es engañoso, miente, recorta, silencia, elige y, como construcción, lo moldeamos según la propia expectativa. En eso, puede decirse que el recuerdo tiene alguna relación con los relatos de ficción, de nuestra propia ficción con nosotros como personajes.

3

Luego está el después y todos los adioses y todo lo demás también, pero no hubo en ese pequeño hallazgo la manía de congelarse en la lacrimógena apología del pasado, ni en los arrebatos regresivos, ni en que todo lo de antes haya sido mejor; supongo que sólo, sencillamente, los objetos, el tacto, su olor, su visualización, despiertan fragmentos de memoria adormecida, imágenes que se salen del subsuelo para venir a decirnos qué. Ahora mismo, mis compañeros de la Sarmiento ¿qué hacen allí, acá, al lado de este cuadernito que ahora tengo en mis manos en la tarde, como fantasmitas de un metro que circulan en derredor? En mi recuerdo, prefiero verlos así, luminosos en los delantales blancos, de perpleja naturaleza el rictus de su mirada, como asomarse al mundo y a sus precipicios. En mis sensaciones, prefiero pensar que allí, en esos dibujitos, se cifra una energía extraordinaria que esperaba ser removida, despertada, por ojos que la sacudieran, por la mano ahora tan diferente del que lo llevaba todas las mañanas, por la mirada del que los hizo, tan luego, tanto después...