Al margen de la crónica

Dos vidas, un mismo final

Es seguro que María Marta García Belsunce, despertó esa última mañana ajena a su destino, ignorante de que no llegaría a acurrucarse entre sus sábanas por la noche. Es que cuesta imaginar que alguien amado pueda trocar cariño por un arma capaz de sesgar el futuro de la persona con la que compartió vivencias. Quizás ella se bañó, desayunó, charló, discutió, lloró. Algo fuerte, denso y turbio, cohabitaba en el ambiente familiar. Casi seguro no esperaba que una furia ilimitada se apropiara de una persona querida, ni que pudiera vaciar una pistola frente a su cara.

¿Habrá visto el rostro de su asesino? ¿Qué habrá pensado en esa fracción de segundos que separa a la vida de la muerte? Si no mienten los que dicen que en instantes, la vida entera de una persona pasa frente a sus ojos antes de morir, ¿se habrá arrepentido de haber invertido afecto en alguien que lo transformó en odio profundo?

Hay muertes como las de María Marta o la de Nora Dalmasso, que ponen en la mira social conductas privadas de familias de ambientes representativos. Son o fueron-, mujeres; algunas actitudes las asemejan y otras las distancian pero tienen muchos puntos en común empezando por sus finales violentos.

La falta de firmezas en la investigación de ambos crímenes, las oportunidades de los sospechados para “embarrar la cancha” y la voracidad retorcida de la gente, componen otra parte de las coincidencias en estos asesinatos donde se mezclan ambiciones, dinero, sexo y amores.

Las causas judiciales van y vienen, se aceleran y agonizan, en tanto los homicidas siguen con sus vidas. Y las víctimas, ¿qué habrán visto en su último instante de vivas?, ¿la cara de quién? Si hay vida después de la vida ¿qué sentirán? María Marta por ejemplo, ¿creerá realmente que su hermano de buena fe cerró con “la gotita” un agujero en su cabeza porque le quedaba feo y arrojó al inodoro “algo” que rompía la prolijidad del baño? ¿Podrá disculpar la ausencia paterna en su causa?

Cinco tiros en la cabeza no son un accidente, tampoco una cinta que cierra tan fuerte un cuello que impide respirar. Dos mujeres, dos vidas, un mismo final.

Ambas comparten el hecho de la proximidad con sus victimarios, de haber confiado, de haberles sonreído y charlado con ellos. Sus matadores saben que pueden escapar de la Justicia porque aunque no son asesinos perfectos, la suerte, el dinero o las influencias los protegen.

En medio, familiares y amigos reclaman saber quién fue capaz de desatar tanta maldad al tiempo que, hasta los más objetables personajes mediáticos, teorizan sobre una variedad de hipótesis que devora con avidez un público urgido de morbo. Mientras, esas mujeres víctimas del odio de alguien querido, cercano y conocido, en el imaginario popular, son puestas en el lugar de promotoras de su propia muerte. Y lo más triste es que, probablemente, nunca podrán descansar en paz.