“El silencio de Lorna”

Las trampas del dilema moral

Las trampas del dilema moral

Jérémie Renier y Arta Dobroschi, los protagonistas de la película de los hermanos Dardenne. Foto: Agencia Télam

Laura Osti

Los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne ofrecen un nuevo drama moral, fieles a su estilo de enfrentar sus personajes de ficción al mal, al dilema que se presenta en la vida cuando hay que tomar una decisión que puede significar un camino sin retorno.

En “El silencio de Lorna” está presente otra vez la temática de la inmigración ilegal en Europa occidental, tal como ya la habían tratado en “La promesa”. En este caso, una joven albanesa que integra una banda de mafiosos consigue la ciudadanía belga al contraer matrimonio con un joven de esa nacionalidad, que es adicto a la heroína.

El matrimonio es un arreglo comercial. Se supone que Lorna (Arta Dobroschi) tendrá su documento de identidad belga y que Claudy (Jérémie Renier) obtendrá algunos beneficios de la seguridad social. Sin embargo, los amigos de la muchacha tienen otros planes.

Su novio verdadero, también de origen albanés, Sokol (Alban Ukaj), quiere ahorrar dinero para montar un bar propio en Liége, en tanto que la banda mafiosa que organizó su casamiento ya tiene otro candidato para Lorna, un ruso que también quiere obtener la ciudadanía belga, aunque para este nuevo matrimonio arreglado haya que eliminar a Claudy. Así son las cosas en el mundo del hampa.

Lorna es una mujer aparentemente fría, dura; sin embargo, esa imagen pétrea se irá desdibujando a medida que avance el filme. Se nota que no tiene la típica personalidad calculadora y desalmada que ese tipo de oficio requiere. Es una muchacha como todas, con ilusiones, sentimientos, escrúpulos. Y aunque su apego al dinero sea muy fuerte y por necesidad (está siempre aferrada a su billetera o a un sobre donde están los billetes que comparte con Claudy como si de eso dependiera toda su existencia), conserva todavía una conciencia moral que la atormenta.

Decisiones peligrosas

Esa conciencia es la que la lleva a tomar decisiones peligrosas, como desafiar a los integrantes de la banda pretendiendo salvar la vida de su “esposo”, para lo cual propone un divorcio rápido. Con esa intención, comienza a maniobrar con unos y otros, en un difícil equilibrio entre las presiones de los delincuentes y la inestabilidad emocional de Claudy, a quien su adicción convierte en un ser vulnerable, sin voluntad, sin metas ni gusto por la vida.

En todo momento se hace patente el esfuerzo que hace la muchacha para lidiar contra un destino que parece estar ya prefijado y que es implacable. Sin embargo, lo intenta, busca de todas las maneras que se le ocurren un espacio donde la vida tenga sentido. Se resiste a ser un mero instrumento negociable y a que todos sus actos estén regidos por el dinero.

Pero a pesar de sus esfuerzos, que terminan siendo tan delirantes como los planteos criminales de sus socios, no consigue evitar la muerte de Claudy y termina arruinando el nuevo arreglo con el ruso, lo que provoca la ira de Fabio (Frabrizio Rongione), el jefe de la banda, y de Sokol, su novio, quienes deciden repatriarla.

En este punto, la película de los Dardenne, que no se destaca por ser de las más logradas de los hermanos, empieza a flaquear más de lo aconsejable, para terminar en un final inverosímil, un escape desesperado de Lorna, una huida hacia adelante, que deja en el espectador la sensación de un final fallido, como si los que hubieran huido en realidad hubieran sido los directores y guionistas, dejando al personaje definitivamente solo en medio de la nada absoluta. Como si ellos, al igual que los demás, se hubieran preguntado sin saber qué responder “qué hacemos con Lorna”.

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BUENA

El silencio de Lorna

“Le silence de Lorna”, Bélgica, Francia e Italia, 2008. Drama. Dirección y guión: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne. Intérpretes: Arta Dobroshi, Jérémie Renier, Fabrizio Rongione, Alban Ukaj y otros. Producción: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne y Denis Freyd. Fotografía: Alain Marcoen. Montaje: Marie-Hélène Dozo. Diseño de producción: Igor Gabriel. Vestuario: Monic Parelle. Duración 105 min. Se exhibe en el América.