EDITORIAL

Los medios y la vida privada de políticos

La información acerca del escándalo protagonizado por el gobernador del Estado norteamericano de Carolina del Sur, Mark Sanford y una mujer argentina dio origen a una suma de controversias acerca de temas tales como la moral de los dirigentes, el derecho a la privacidad y el modo en que la prensa debe tratar estos escándalos.

En principio, el tema adquiere relevancia pública por la investidura del protagonista. Está claro que el romance de un ciudadano norteamericano con una argentina no llamaría la atención a nadie. El carácter de gobernador de Sanford y su abandono por cinco días de su función pública es lo que le otorga al episodio un relieve que lo transforma en noticia.

En Estados Unidos, la vida privada de los hombres públicos suele estar sometida a la fiscalización de la sociedad. Dirigentes importantes han visto naufragar su carrera política por escándalos familiares o sexuales. Algo parecido ocurre en el Reino Unido. Sin embargo, en Francia o en Italia la moral media suele ser algo más permisiva. Una revista que en su momento publicó un supuesto romance del entonces presidente Mitterrand fue acogido con hostilidad por parte de una opinión pública educada en respetar puntillosamente el mundo privado de sus dirigentes. En Italia, los escándalos del señor Berlusconi, sus supuestas proezas sexuales y sus públicas y reiteradas infidelidades matrimoniales, pareciera que en lugar de deteriorar su imagen, la fortalecen.

A nadie se le escapa que no todas las sociedades reaccionan del mismo modo. Así y todo corresponde preguntarse hasta dónde la vida pública y la vida privada de los personajes públicos deben ser tratados por los medios de comunicación. Al respecto se sabe que entre las dos esferas -lo público y lo privado- no hay una barrera infranqueable. No se equivocan del todo los protestantes puritanos yanquis cuando sostienen que un dirigente con una vida privada amoral y licenciosa no es ni puede ser confiable para ejercer las responsabilidades públicas.

El tema es controvertido entre otras cosas porque nunca los periodistas logran ponerse de acuerdo respecto de conceptos como “moral”, “pudor” y otras categorías por el estilo. La norma constitucional establece con mucha claridad que las acciones privadas de los hombres que no afecten el honor y las buenas costumbres pertenecen a Dios o a la conciencia. El problema en estos casos se presenta cuando hay que dirimir el contenido real de “moral y buenas costumbres”.

Digamos para concluir que lo que nos preocupa en estos casos concretos es el sensacionalismo, la banalización de la noticia y la intromisión escandalosa en la vida de las personas. Puede que un gobernador, conservador y religioso por añadidura, deba dar explicaciones por su conducta privada, pero lo que resulta inadmisible para un periodismo responsable es que la injerencia en la vida privada incluya a la supuesta amante o pareja del señor Sanford.