Al margen de la crónica

Lo que importa es el envase

La reunión está acordada en tiempo y forma. Varios temas deben ser tratados, atendidos y resueltos. Alguien comienza a plantearlos y se abre la discusión. No pasan cinco minutos y un molesto bip anuncia la entrada de un mensaje en un celular cercano. Otro integrante del grupo dejó su aparato sin volumen pero listo para que anuncie los llamados zumbando cual moscardón.

La vibración es tan molesta como el timbre, y al individuo lo llaman con insistencia. Entre un expositor y otro, varios de los que deberían escuchar con atención, revisan mails, entran a Facebook, mandan mensajes o resuelven jueguitos .

Los que tuvieron el tino de dejar fuera de la sala de reuniones los celulares, empiezan a perder la paciencia. Tratan de seguir el discurso del que habla mientras el resto mira hacia abajo y consume la droga conectiva.

Lo curioso de la experiencia es que la comunicación se ha vuelto, para muchos, una cuestión de estatus. Hay algunas actitudes diferentes entre los sexos. Mientras las mujeres lo olvidan dentro de sus carteras y no están pendientes del último modelo, la mayoría de los varones hace un uso empalagoso de su celular. Muchos compran el nuevo prototipo en el que gastan 1.000 dólares cuando podrían pagarlo, dentro de unos meses, 1.000 pesos; y todo por el placer de mostrar que están con la última tecnología. Desenfundan los artefactos y los dejan sobre la mesa buscando de reojo la admiración del resto, como otros, décadas atrás, levantaban los puños de sus camisas para que el mundo envidie sus relojes. En fin, algunas pocas veces tanto alarde tiene razones de ser pero, en la mayoría de las ocasiones, el costoso teléfono sólo recibe mensajes de los chicos que, desde el club le cuentan a su papá sobre la práctica de rugby, la esposa le pregunta qué quiere cenar o la “amiga” le manda un saludo. En los trabajos de equipo, esa adicción resulta molesta y, los que se mantienen al margen de la comunicación extrema, sienten con fastidio que pierden tiempo, de igual forma que lo gastan los “celulómanos” al devorar servicios telefónicos.

Cuestión de imagen; es la era de los símbolos. Y aunque suene a un lugar común, en estos tiempos no importa ser sino parecer. El de los celulares es el ejemplo más notorio, ruidoso y molesto pero hay otros muchos que marcan la mutación de las costumbres. Leer y hablar cara a cara van camino a convertirse en rarezas prehistóricas merecedoras de las primeras planas de los diarios cuando sean descubiertas.