La vida los separó pero logró reunirlos

Los participantes del almuerzo recibieron una foto de su rama familiar.

La vida los separó pero logró reunirlos

 

Durante la pasada Semana Santa, Santa Fe fue testigo de la reunión que congregó a gran parte de los integrantes de la familia Guccione-Capritti, dispersos por todo el país. TEXTOS DE MARIANA RIVERA.

Una escueta reseña de un encuentro familiar -sintetizada por Violeta Cañete en una carilla de papel- pero bien documentada con fotografías familiares, recortes periodísticos y miles de anécdotas en la memoria terminó siendo una rica historia sobre sus abuelos sicilianos, tras una pausada charla con De Raíces y Abuelos.

Violeta quería contar en esta sección de la revista Nosotros la alegría que representó para ella y su familia haber reunido a la mayoría de los integrantes de los Guccione-Capritti, sin olvidar -por supuesto- a aquellos que un día decidieron dejar la Sicilia natal para buscar paz y trabajo en esta Argentina: Leonardo Guccione y Elena Capritti.

La reseña que Violeta -bibliotecaria de profesión, nieta de estos inmigrantes italianos- había escrito llevaba como subtítulo “Recorrer nuestro pasado es y será nuestro presente”, casi como una filosofia de vida aprendida de sus abuelos.

La reunión familiar tuvo lugar en el comedor del Club Naútico El Quillá el pasado 11 de abril y convocó a los descendientes de Leonardo Guccione y Elena Capritti, quienes integran las familias Ferraris-Guccione, Cañete-Guccione, Gioielli-Guccione y Guccione-Masinino.

Hijos, nietos, bisnietos y demás descendientes llegaron de diferentes localidades del país -como Puerto Madryn, Posadas, San Luis, Córdoba, los que fueron recibidos por los santafesinos de la familia- para compartir un almuerzo en donde no faltaron los recuerdos, las anécdotas, las alegrías y las emociones por el momento compartido.

“El ejemplo de amor y unión entre los hermanos Guccione-Capritti hizo que sus descendientes tengamos recuerdos inmemorables de familia, valorando todas y cada una de las enseñanzas que nos dejaron a lo largo de nuestras vidas”, aseguró Violeta Cañete.

Además, admitió que “fui el eje del encuentro porque tenía todas las fotos. Conservo una caja llena de fotos y recuerdos familiares de mi mamá. Ella era la hermana mayor y siempre me contaba sobre la familia. Por eso quizás fui la que llevé la posta para organizar el encuentro familiar y reunir a todos los primos”.

Para el encuentro -contó- armé paneles con fotos de mis abuelos y otras agrupadas por cada familia. A cada uno de mis primos le armé unos cuadritos con sus fotos familiares. Trabajé como un mes para organizar todas las fotos para cada familia, pero para mí fue una alegría y una gratificación. Soy bibliotecaria pero realmente lo hice por sentimiento.

UNA FAMILIA UNIDA

Según explicó Violeta Cañete, “mi abuelo murió muy joven, creo que tenía 55 años, y mi abuela a los 62. Cuando mi madre se casó tenía 39 años y nosotros siempre vivimos con ella. Mi abuela tenía el acento italiano, al igual que lo conservó mi abuelo. Tenían una historia familiar de mucha unión, que hizo que nosotros, sus descendientes, tuviéramos una familia muy unida. Los primos nos criamos todos juntos porque las hermanas se criaron muy unidas. Por eso empecé a organizar esta reunión y la convocatoria de los primos fue espectacular”.

Y continuó recordando aquellos años: “De chicos nos reuníamos pero nunca antes nos habíamos podido reunir todos. Donde yo vivía, en Primero de Mayo entre Corrientes y Moreno, era la casa materna y nos juntábamos casi siempre, aunque primero los abuelos vivieron en el centro, en San Martín y Juan de Garay, y también en una casa de calle San Jerónimo. Pero después nos mudamos a esa casa de Primero de Mayo, adonde nacimos mi hermana y yo, adonde vivíamos con mi abuela”.

Como la reunión familiar se realizó en Semana Santa -continuó- desde el jueves pudimos empezar a encontrarnos con los que iban llegando. A veces, por la vida, uno deja de verse, pero no deja de sentir. Pudimos recordar las cosas que hacíamos de chicos, como cuando nos juntábamos a jugar en la casa de Primero de Mayo, que era muy grande. Todo era un jolgorio de primos.

“Fue un encuentro muy emocionante y con mucha alegría, desde todo punto de vista, porque -además- todos incorporaron a sus hijos”, recordó gratificada Violeta, al tiempo que destacó que “pudieron participar los más viejitos de la familia, dos de mis tíos (una tiene 94 años) y la esposa de mi tío, de 87 años”.

EL TRABAJO COMO EJEMPLO

Por otra parte, Violeta contó que “los dos abuelos eran nacidos en Palermo, Sicilia, adonde nunca pudieron volver porque en esa época no se acostumbraba. Sin embargo, nunca cortaron la relación con los de Italia y a medida que pasaron los años fueron viniendo otros parientes a la Argentina”.

Consultada respecto al motivo por el cual decidieron dejar su país, advirtió que “como muchos inmigrantes, escapándose de la guerra. Llenos de ilusiones, apostaron a vivir de su trabajo, recorriendo parte de nuestro país como Tucumán, Buenos Aires y por último Santa Fe, adonde se afincaron definitivamente. Cuando vinieron a Buenos Aires vivieron junto con los primos y después se fueron radicando en Santa Fe y Diamante, además de otras localidades”.

Leonardo Guccione y Elena Capritti tuvieron cuatro hijos: María Antonieta (la mamá de Violeta, a quien apodaban Mary), quien era sombrerera de profesión; Pabla (Palola), que era modista; Vicenta (Gorda), contadora pública nacional; y José (Pepe), médico ginecólogo.

Violeta observó que “ellos -a su vez- formaron otras familias, pero ninguno siguió la profesión de mi abuelo (que era ebanista) sino que hay médicos, contadores, y mi mamá que era sombrerera. Muchos de la familia, en realidad son artistas, ya que otra tía mía era modista”.

Asimismo, aseguró que “toda la familia de mi abuelo materno era de artistas: tallaban madera fina o eran ebanistas pero ninguno de nosotros siguió ese oficio. Vinieron otras épocas y el trabajo manual pasó a ser dejado de lado. Pero tuvimos la suerte de que cada uno estudió, aunque nos fuimos repartiendo por diferentes partes del país”.

GRANDES ENSEÑANZAS

De los años que vivió con su abuela, Violeta recuerda “muchas cosas: mi mamá tenía una relación muy afectiva con ella y también con nosotras. Se casó grande y cuidó a mi abuela durante toda su vida. Me acuerdo que tendría 6 ó 7 años y todavía la recuerdo. En esa época, la familia era todavía un matriarcado porque mi abuelo era un bohemio y la que mandaba era mi abuela, la siciliana”.

Mi abuelo -continuó- hacía un trabajo de hormiga, sin pensar en la plata, a pesar de que eran épocas muy duras. Tenía su taller sólo y trabajaba con sus obreros. Fueron épocas de sacrificio porque a mi abuelo a veces le iba bien con el taller y otras mal. Mi abuela -que era modista de profesión- lo apoyaba y tenía la fortaleza sortear muchas vicisitudes que la vida le puso en el camino. Además, en esa época no se acostumbraba a que los hijos estudiaran y mis tíos pudieron hacerlo con la ayuda de mi mamá: dos se recibieron de profesionales, algo raro en esa época”.

Respecto al oficio de su madre, Violeta contó que “estudió con mi tía cuando vivían en Buenos Aires, de chicas, para hacer sombreros. Era una verdadera artista y después -estando en Santa Fe- estudió pintura con Supisiche. Era muy buena dibujante. Se dedicó a hacer sombreros, que eran el boom de esa época y cuando se dejaron de usar se dedicó a los tocados de novia”.

Por último, aseguró que “en mi casa siempre se mantuvieron las tradiciones familiares italianas. Los domingos comíamos con mi abuela, toda la familia unida. Para mi hermana, por ejemplo, que tuvo cuatro hijos, los domingos también siguen siendo sagrados para comer en familia y también se respeta dar el apoyo a la gente grande”.

Y agregó: “Mi madre no murió tan joven, a los 84 años, pero se mantuvo bien. Nunca jamás hubo una pelea entre ellos y eso hizo que tuviera una buena relación con los primos y los tíos. También aprendió a transmitir ese ejemplo, además del respeto y el cuidado de los padres, algo que ahora no es muy común en la gente joven. Eso fue una enseñanza muy grande que tuvimos como hijos y nietos.

DE RAÍCES Y ABUELOS

COMUNICATE: a los teléfonos 4502544/60 o al e-mail [email protected] o por carta a Rivadavia 3535 y publicamos tu historia sin cargo.

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Marco tallado en madera por Guccione con la imagen de la Virgen de los Milagros.

Un famoso ebanista italiano

“Mi nono Leonardo Guccione era ebanista de profesión e hizo trabajos muy representativos para la ciudad”, dijo orgullosa Violeta Cañete. La araña de madera que adorna e ilumina la cúpula del Convento Santo Domingo de nuestra ciudad es una de sus creaciones, además del marco tallado en madera que contiene la imagen de la Virgen de los Milagros de la Iglesia de la Inmaculada Concepción, que se conservan en la actualidad.

Su abuelo -explicó- tenía un taller en donde era el Club del Orden y ahí me hizo todos los muebles de mi casa. La excelencia de su trabajo perduró en el tiempo y no sólo en nuestros hogares sino también en la ciudad.

Respecto de la araña, explicó que “una de mis tías mandó en 1969 toda la historia de mi abuelo al diario El Litoral, en donde se explicaba que ésta data de 1932, y que -en circunstancias especiales- por entonces era encendida, dando al templo un toque de majestuosa solemnidad. Está suspendida de la parte interior de la cúpula y fue realizada en madera, artísticamente tallada y laminada en polvo de oro. Las lámparas simulan velas y se encienden por hileras, mediante un mecanismo independiente”.

Por último, agregó que “la publicación también incluye la foto de la araña terminada, junto a mi abuelo -quien estuvo a cargo del proyecto, dirección y decoración de la araña- y un grupo de obreros que tomaron parte del trabajo”.

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Integrantes de la familia Guccione-Capritti se reunieron en abril pasado.

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Leonardo Guccione posa con sus obreros junto a la araña de Santo Domingo.