EDITORIAL

Salud pública y deberes privados

La pandemia de gripe A (H1N1) puso a prueba la capacidad de reacción de las autoridades sanitarias, pero también la aceptación por parte de la población de recomendaciones indispensables para limitar el número de contagios. En general, los consejos que se indican son de sencillo cumplimiento: básicamente higiene -con un correcto lavado de las manos-, precaución si se tienen síntomas y aislamiento para evitar la diseminación del virus. Sencillos, es cierto, pero fundamentales.

Teniendo en cuenta que el virus que produce este tipo de influenza se propaga de persona a persona, las recomendaciones sanitarias que apuntan al autocuidado son de particular relevancia. Por eso se insiste en la necesidad de poner en práctica hábitos que deberían ser de rutina pero que se vuelven vitales en el momento actual como cubrirse la boca y la nariz al toser o estornudar, a la vez que se hace hincapié en la necesidad de quedarse en casa si se tienen los síntomas, mantener distancia con las personas sanas, evitar la concurrencia a lugares donde exista una gran concentración de personas y suspender de manera transitoria aquellas actividades que favorezcan estas aglomeraciones.

Es que el Estado puede asegurar una correcta difusión de la problemática, garantizar la provisión de los insumos, optimizar la atención en los centros de salud, suspender aquellas actividades que se consideren de riesgo para la propagación de la enfermedad. Pero de ninguna manera puede reemplazar la responsabilidad individual en el autocontrol de la enfermedad. Y en esa línea es que se inscriben las recomendaciones emanadas desde los organismos especializados.

Más allá de la confusión generada por datos contradictorios, muchos de los cuales tuvieron -a nivel nacional- un antes y un después de las elecciones legislativas y el posterior relevo en el Ministerio de Salud; de las opiniones encontradas acerca de una presunta explotación especulativa de la psicosis desatada, o bien de la vacilación para acometer la emergencia sanitaria en toda su dimensión y con la firmeza necesaria, lo que se impone es, de manera coincidente con lo que ocurre en el caso de otras plagas, la internalización de pautas preventivas y una conducta acorde. Para otro momento quedará el debate acerca de la relevancia y oportunidad que tuvo cada una de las medidas adoptadas hasta ahora, y de la incertidumbre que supone la aparición de una enfermedad nueva.

Por ahora -y una vez más- se apela a la acción particular para aportar a la prevención. Como ocurrió en verano con el dengue, cuando se le pedía a la población que mantuviera sus hogares limpios y libres de recipientes que acumularan agua, lo mismo se solicita ahora: serenidad antes que pánico, responsabilidad antes que escepticismo y un compromiso personal y colectivo, por encima de la indiferencia y la desidia.