Neologismos a granel ( I )

Enrique José Milani

El Diccionario de la Academia dice que neologismo es el vocablo, acepción o giro nuevo en una lengua, y el uso que se hace de él. Con todo, el distinguido lexicógrafo argentino Rodolfo Ragucci le agrega un matiz llamativo al decir: “Son voces nuevas y, sobre todo, innecesarias, por haber en la lengua otras equivalentes”. No estamos totalmente de acuerdo con el calificativo de “ innecesarias”, puesto que si aparecen en el habla tanto oral como escrita, siempre que no exista intención de crear palabras al tuntún y con el sólo objeto de entorpecer la comunicación, es señal de que el hablante se ve compelido a crearlas por una necesidad insoslayable: debe llamar de algún modo a lo nuevo, reciente, así se trate de seres vivientes o no, de fenómenos, procesos, elementos, conceptos, representaciones, creaciones que claman por sus nombres. En estos casos se tornan imprescindibles. Nadie llevado por un exceso de puridad lingüística se mostrará totalmente irreductible a la hora de emplear neologismos, aunque todo tenga su medida. No es cuestión de inventar palabras a troche y moche, porque entonces sí, no sólo nuestro idioma, sino todos los demás, se convertirían en una irrefrenable Babel.

Para ir poniendo orden en el bosque que se nos aproxima, digamos que hay, pues, neologismos “necesarios”, ateniéndonos especialmente a los “autóctonos”, es decir, los nacidos en el ámbito hispanohablante. De ser así, ellos colaboran con la economía del lenguaje: una voz acertada, cabal, nos exime de giros idiomáticos extensos, de vaguedades, imprecisiones; de extender innecesariamente el discurso. Bienvenidos, pues, voces como: biogás, bioetanol, monocombustible, (médico) terapista, intervencionista, intensivista; siniestralidad, (materia) fisible, clientelismo, pedraplén, cartelería, bicicleteada, señalética, telemedicina, ciberterrorismo, sindicalizar, cartonear, empoderamiento, resultadista, etcétera.

Frente a estos, están los no tan necesarios por haber en la lengua otros equivalentes: registral, cultivares, clientelar, negligenciado/ a, societal, conexidad, primal, destrato, gobernancia, funcionariado, muestral, proyectual, innovativo/ a, concienciar, chapear, herencial, emprendorismo, flashear, y tantos otros. Pero a fuer de sinceros debemos decir que incluso los tildados de “ innecesarios” pueden responder a instancias muy subjetivas de las que ni el propio hablante o escribiente puede dar razón, porque quizá un pequeñísimo matiz, una connotación indescriptible, algo caracterizador lo empelió a elegir tal o cual neologismo. Por estos días, en nuestra ciudad, un conferenciante iluminó su discursó con dos palabras que sacudieron al auditorio: argentinidad y des-pensada (sic). Habló de la argentinidad y de la Argentina despensada, es decir, la Argentina a la que se la apartó de todo plan integrador que la impulsara a lograr el bien común. Sin duda que hubo urgencias interiores que- como el disertante confesó-lo instaron a que eligiera, entre cientos de vocablos posibles, esos dos.

Muchos que se tenían como neologismos, ya habían desaparecido de la escena a mitad del siglo pasado, por ej. extrañoso-a, fragancioso-a, inglorioso-a, indisputado-a, autentizar, grupear ( mentir, inventar), indulgenciar, desvariación, fulgurecer, aperital, promisora, rancho ( sombrero pajizo), biciclista, embaladura, insanidad, autoestrada, omnibusero, trolebusero, motorman, miscible, negroideo, etc. Por el contrario, otros que por entonces apenas se insinuaban, lucen orondos en glosarios y lexicones: guinche, petrolero, cisterna, torpedista, sublinear, reedición, guillotinar, poemario, sonetario, panfleto, buffet, clac, marioneta, televisor, televisar, televisación, televidente, telespectador, elenco, protagonizar, utilería, debutar, maquillador, caracterizador, caracterización, film, filmina, filmar, filmador, filmoteca, cinemascope, cinemascopio, cinematografiar, cinematografista, cineasta, tridimensional, rodaje,metraje, realizador, auditórium.

La práctica de que las palabras nuevas deben adquirir carta de ciudadanía, luego de ser sometidas a pruebas de supervivencia- de acuerdo con los gustos, usos y necesidades de los hablantes- les posibilita recibir luego el visto bueno académico. Esta modalidad ha quedado registrada en innumerables testimonios de escritores y lexicógrafos. Nuestro docto filólogo Juan B. Selva, en su libro “Crecimiento del habla” registró alrededor de 6.000 vocablos, perfectamente castellanos, que en 1925- fecha de la obra-no figuraban aún en el diccionario. Hacia 1969 muchos aparecen incorporados. Otros no, porque su significación obvia o porque el mecanismo de formación ( derivación y composición) pueden realizarse motu proprio correctamente, y su empleo resulta inobjetable. De lo contrario ¿nos imaginamos el monumental formato ( y valga el italianismo legitimado) que debiera tener el Diccionario?

Para no cansar al lector, dejamos para la próxima nota otras cuestiones sobre el fértil tema de las palabras nuevas.

a.jpg

Letra A. Kuehtmann, Dresde, Siglo XIX.

Foto:Archivo El Litoral