Historia verdaderas

El mantón de Manila, desde China a España por México

Originaria de Oriente, la tradicional prenda hizo pie en los sectores más acomodados del imperio español a fines del siglo XVI. Fue en la metrópoli donde perdió sus reminiscencias orientales para adaptarse al gusto peninsular y extenderse a las colonias. Tal fue la demanda que obligó a duplicar la cantidad de viajes entre Filipinas y el puerto de Veracruz.

 

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En la muestra montada en la capital filipina, se exhiben los más variados modelos de mantones, rústicos y refinados, a través de los cuales se puede seguir la evolución de la tradicional prenda. Los largos flecos que ahora lo identifican son una incorporación española; no estaban en el original chino.

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Carlos Santamaría

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El tradicional mantón de Manila revolucionó las relaciones comerciales de España con Oriente a través de la ruta desde el puerto mexicano de Acapulco conocida como el “Galeón de Manila”, según una nueva exposición inaugurada en Filipinas.

La muestra hace un recorrido por aquellos 250 años de historia, durante los cuales la prenda poco a poco fue perdiendo las señas de identidad de su origen chino hasta convertirse en una de las más típicas vestimentas españolas.

“Envuelto en seda: El viaje del mantón de Manila” es el título de la exposición compuesta por decenas de ejemplares de chales antiguos donados por familias filipinas de origen chino y español, así como por una selección de modelos más modernos ideados por diseñadores contemporáneos locales.

Allá por 1565, un año después de que el conquistador Miguel López de Legazpi incorporara Filipinas a la Corona española, el primer galeón que partió de la isla de Cebú llevó a Sevilla un cargamento de mantones de estilo más rústico y con estampados, como los de cañas de bambú, dragones y templos característicos de Asia.

En la metrópoli, pronto se hizo inmensamente popular tanto para las elites como entre las clases más bajas por su original colorido, delicado tacto y elegantes bordados.

Aunque su uso se extendió a otras colonias en Sudamérica, allí no causó tanto furor como en España, mientras en Filipinas el mantón de Manila se convirtió en una seña de identidad de los “peninsulares”, como eran conocidas las familias pudientes y de origen español en la colonia.

Con la llegada a España de los primeros gusanos de seda importados de China, el mantón comenzó a tejerse en las fábricas de Sevilla, donde las cigarreras lo emplearon para transportar sus atados de pitillos.

Al gusto andaluz

Los sastres adaptaron el chal al gusto andaluz, añadiéndole flecos, colores más vivos y adornos más alegres y barrocos propios del baile y cante flamenco, folclore al que desde entonces está estrechamente unido el mantón de Manila.

“De los animales chinos, se pasó a las flores, en particular la rosa, que además tiene simbología cristiana por la Pasión de Cristo”, explicó a EFE Jeannie Javelosa, directora de la exposición en el Museo Yuchengco de Makati, el moderno distrito financiero de la capital filipina.

Los andaluces introdujeron otros motivos florales como las margaritas, que evocan la paciencia; el lirio, que remite a la pureza; o el romero, que representa la memoria, aunque mantuvieron el loto, que era de origen chino.

Pero los mantones traídos desde el lejano Oriente por la “Nao de la China” siempre tuvieron más aceptación entre la aristocracia, la nobleza y las damas de la corte española.

Tal fue su demanda que obligó a aumentar el número de expediciones por mar hasta el punto de que dos barcos hacían cada año la travesía oceánica de tres meses entre Filipinas y México.

“Hubo un antes y después con el mantón. Si no hubiera tenido tan buena recepción, quizás se hubiera comerciado menos con Oriente, pues el viaje era muy largo y costoso”, según Javelosa.

Con el establecimiento de la ruta comercial, se levantaron astilleros en la ciudad filipina de Cavite, donde se construían auténticas fortalezas flotantes de más de 2.000 toneladas de capacidad que también transportaban a Europa y Sudamérica marfil, perlas, rubíes, zafiros, algodón de Bengala y canela, jengibre y especias de las Molucas, entre otras codiciadas mercancías.

En sentido inverso, el Galeón de Manila traía a Filipinas productos raros o desconocidos a este lado del Pacífico como café, chocolate, o maíz y costumbres como las peleas de gallos, muy extendidas ahora en el archipiélago.

Los viajes se prolongaron durante 250 años hasta 1815, cuando se interrumpieron definitivamente por la Guerra de la Independencia con México.

Alma del flamenco

El mantón de Manila está desde los orígenes documentados, íntimamente asociado al flamenco. Bailaoras y cantaoras como La Macarrona, La Malena, La Argentina, Pastora Imperio, La Niña de los Peines... aparecen retratadas envueltas en mantones de profuso bordado. La importancia de esta prenda se enfatiza en el baile, especialmente, en la escuela sevillana, como explica Matilde Coral, quien considera el mantón “uno de los componentes más bonitos del baile, un anexo que usaban los mayores, como Pastora”. La bailaora, maestra y coreógrafa subraya que “aderezar ese baile con un mantón merece la pena, es muy hermoso, si bien también requiere su estudio y técnica”, aunque deja lugar a la creación de movimientos propios: “Yo tengo uno muy sencillo, muy simple, pero el mantón baila a compás. Ni lo tiro fuera de compás, ni lo muevo fuera de compás. Va bailando contigo. No me gusta tirarlo, pues me está dando mucho prestigio en ese momento y tirarlo lo veo como una afrenta. Lo pongo muy dulce en una silla siempre”. Dando continuidad a esta escuela, actualmente se han hecho populares por su dominio de esta prenda bailaoras como Milagros Menjíbar o Blanca del Rey, que ha hecho de la soleá del mantón su huella dactilar... y no es raro verlo en montajes de la Compañía Andaluza de Danza, Belén Maya o María Pagés.

/// EL DATO

La fiesta

En Ramales de la Victoria, pequeña localidad de Cantabria, se celebra en este mes la fiesta de la Verbena del Mantón. Cuentan que, en la Primera Guerra Carlista, en mayo de 1839, los derrotados carlistas dejaron olvidado un baúl lleno de mantones en su huida y que los soldados de Baldomero Espartero, fieles a Isabel II, aprovecharon para repartir a todas las mozas del pueblo para celebrar la victoria. La Primera Guerra Carlista se desarrolló en España entre 1833 y 1840 entre los partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón -conocidos como carlistas y de un régimen absolutista- y los de Isabel II, denominados cristinos por apoyar a la regente María Cristina de Borbón, cuyo gobierno fue originalmente absolutista moderado, y acabó convirtiéndose en liberal para obtener el apoyo popular.