EDITORIAL

Nuevo escándalo

político en Santiago

Otra vez Santiago del Estero es noticia nacional por un escándalo político generado por la corrupción y la degradación social.

Julio Alegre, el intendente que hasta hace ocho años vivía como remisero en una casa derruida, de un barrio casi marginal de la capital de la provincia, tendrá que dar cuentas a la Justicia acerca de cómo fue capaz de obtener la fortuna suficiente como para ser el propietario de una enorme y ostentosa finca, departamentos en el país y en el exterior, vehículos de lujo y dinero en efectivo celosamente guardado en varias cajas fuertes repartidas en una de sus propiedades.

Alegre no es un caso aislado en la historia de esta provincia sumida en la miseria, el atraso y la mediocridad. El gobernador radical-kirchnerista, Gerardo Zamora, deberá explicar cómo fue posible que este hombre, llevado por él a la Intendencia de la capital, lograra enriquecerse a la vista de todos y sin que nadie lo denunciara.

Desde los últimos años, Santiago del Estero viene siendo una de las provincias más beneficiadas por la caja kirchnerista. En un lugar donde la producción de riquezas es casi nula, se realizaron fuertes erogaciones en materia de obra pública, en algunos casos para plasmar proyectos tan superficiales como la más fastuosa y moderna estación de ómnibus del país, con fondos girados desde Buenos Aires. De hecho, se trata de la provincia más visitada por Cristina Fernández de Kirchner desde que asumiera a fines de 2007.

“Éstos también roban, pero hacen” es la muletilla más repetida por los santiagueños al hablar del gobierno zamorista, que desde un principio extendió su poder a la Municipalidad capitalina.

Durante seis décadas, se culpó al caudillo Carlos Juárez por la decadencia y degradación de esta provincia. Sus opositores le atribuyeron desde siempre la responsabilidad de haber instaurado un sistema corrupto, caracterizado por el autoritarismo extremo y las dádivas otorgadas desde un poder prácticamente absoluto.

Sin embargo, aquel poder juarista se diluyó. El caudillo ya no está, pero las prácticas continúan siendo las mismas. Tanto es así, que gran parte de la sociedad santiagueña no concibe otra forma de supervivencia y posibilidad de progreso que la que representa la subordinación al Estado y la complicidad con las más espurias prácticas políticas.

Responsabilizar a Juárez por todos los males de la provincia es, sin dudas, un error. Este caudillo llegó al poder por primera vez en 1949, pero desde mucho antes la población estuvo acostumbrada a obedecer, primero al viejo patrón de los quebrachales y luego al caudillo político de turno.

Los sectores más influyentes, informados y cultos de la provincia se adaptaron perfectamente a este contexto. La complicidad de algunos y la resignación de muchos son, sin lugar a dudas, factores profundamente arraigados entre los santiagueños. Se trata de una sociedad sin incentivos, ni proyectos.

El proceso para salir de esta decadencia será largo y, muy probablemente, jamás llegue a concretarse con éxito. El futuro de esta provincia sólo depende de los santiagueños.