Al margen de la crónica

La vida sin besos

En estos días de contagio, una de las recomendaciones para esquivar la gripe A es, además de eludir aglomeraciones, evitar besarse.

El príncipe azul despertó a la Bella Durmiente con un beso, exactamente lo opuesto a lo recomendado en la era de los virus gripales. Judas Iscariote entregó a Jesús a sus enemigos marcándolo con un beso. Hay besos y besos; unos ayudan a vivir otros, conducen a la muerte.

Manuel Puig concibió un argumento atrevido en su “El beso de la mujer araña”. La mafia emplea el beso indistintamente como demostración de respeto o como certificado de defunción.

¿Podremos aprender a prescindir de los besos? En nuestra tradición, el afecto justifica los besos; hasta ahora eran el inicio de la pasión, una declaración de cariño, de estima; servía tanto para reencontrar a un amigo como para romper el hielo con un recién conocido; para demostrar la adoración hacia un hijo o para sellar un pacto de amor con otro por el resto de la vida.

Intercambiar calor, acercar pieles, olerse, aproximarse, hace que adrenalina y hormonas fluyan y disminuya el estrés. Si la “censura besuquera” se afinca, las viejas películas de Hollywood, en las que un beso rubricaba una promesa de felicidad eterna, ¿serán encerradas en un cofre bajo siete llaves? ¿Qué pasará con los besos de Arnaldo André, Facundo Arana o Pablo Echarri? ¿Serán prohibidos para evitar que se imite la nociva costumbre?

El genial Miguel Angel se adelantó por siglos e hizo que el primer vínculo, el importante, el superior, fuese a través de los dedos. Así en su “La creación” -magnífico fresco que deslumbra en la Capilla Sixtina-, Dios le da vida a un Adán desfalleciente, a través de su dedo índice; Micchello presintió una manifestación del amor más aséptica.

ET El extraterrestre, también anticipó hábitos y recurrió a uno de sus dedos para conectarse con los terrícolas.

La simbología de los sentimientos, rápida en respuestas, está tratando de imponer el choque de codos, de dedos, los besos al aire. Las personas precisan reafirmar su humanidad y la necesidad de ternura está en la memoria afectiva que no puede borrarse con sólo desearlo. Vivir aislados, proscritos de todo contacto con los semejantes, será una condena que se purgará con el cuerpo como cárcel; todo el tiempo, en todo lugar. A los humanos, nos cuesta prescindir de cosas sencillas. Quizás nos resignemos a que, en vez de compartir el mate, cada uno lleve el suyo en tanto podamos participar de la charla, pero el beso no tiene suplentes. Un beso es un beso, así de simple, o de complicado en tiempos de contagio.