El miedo, la ansiedad y la angustia

Luis Guillermo Blanco

La Real Academia Española define al miedo como una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario” y al valor como una “cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros”. Pudiendo decirse con certeza que no existe persona alguna que nunca haya tenido miedo de nada ni de nadie. Y aún terror (miedo muy intenso). Cual una reacción ante algo que nos asusta o que nos sorprende desagradablemente y genera temor, esto es, una “pasión del ánimo, que hace huir o rehusar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso”. Pero también se ha dicho que el miedo (al igual que la angustia realista) es una reacción psíquicamente sana, ya que se lo considera expresión de la pulsión de autoconservación que todo ser humano tiene ante el peligro, como un síntoma de que amamos la vida y que deseamos protegerla de todos los riesgos y de todas las maneras posibles. Una sensación que conocen incluso los héroes, aunque éstos reaccionen con coraje. La audacia no tendría sentido si no fuese una victoria sobre el miedo (Andrée Roberti).

En este sentido, opinó Osho que “valentía es adentrase en lo desconocido a pesar de todos los miedos. La valentía no es falta de miedo, la persona cobarde (falta de ánimo y valor) presta atención a sus miedos y se deja llevar por ellos, mientras que la persona valiente los aparta y sigue su camino. Conoce el miedo, sabe que está ahí”. “Valiente no quiere decir sin miedo. Tienes miedo, pero a pesar del miedo te arriesgas; eso es valentía. Tiemblas, tienes miedo de adentrarte en la oscuridad, pero lo haces. Ir a pesar de tí mismo; ése es el significado de valiente. No quiere decir sin miedo. Quiere decir lleno de miedo, pero no dominado por el miedo”. Y Jim Morrison recomendó: “Exponte a tu miedo más profundo. Después de eso el miedo no tiene poder y el miedo a la libertad desaparece. Eres libre”. Aquí aparece ese miedo a la libertad de que hablaba Erich Fromm, lo cual no es absurdo, pues “libertad significa responsabilidad, por eso la temen la mayoría de los hombres” (George Bernard Shaw).

Pero esta cuestión es algo más compleja. Fuera del llamado temor reverencial (el temor de desagradar a ciertas personas a quienes se les debe respeto y/o sumisión; vg., de los hijos para con los padres, de los subordinados para con los superiores, etc., acatando sus deseos o mandatos, y por el cual se obra un acto no querido, ejecutado por esas razones), puede tratarse de un miedo real, ligado a una causa verdadera y comprensible, como una reacción normal ante un peligro efectivo, que puede generar una sensación de angustia real, como un efecto adecuado a una situación de peligro (un daño esperado y previsto) que lo justifique. O, más allá de los ataques de pánico (un cuadro clínico de miedo compulsivo relacionado con la depresión), puede ser un miedo psicopatológico: una fobia. Temores y aversiones, ilógicos, irracionales, obsesivos y compulsivos, relacionados con objetos y situaciones particulares. En general, ocultan un conflicto emocional, vivido inconscientemente, que se traduce en esas emociones sustitutivas. Vg., miedo a las alturas (acrofobia), a los espacios abiertos (agorafobia), a los lugares estrechos y cerrados (claustrofobia), a la suciedad (misofobia) y un largo etcétera, todas con manifestaciones psicosomáticas y sensación de angustia, en sentido psicológico: excitaciones, ansiedades (aprensiones y temores infundados y opresivos, relacionados generalmente con peligros inexistentes o improbables, de ordinario acompañado por un estado general de inseguridad y de indecisión, además de incapacidad para concentrarse y de una constante irascibilidad) e incertidumbres, preocupantes y amenazantes, que son incontrolables y que resulta sumamente complejo procesar.

Y así, del miedo también puede nacer una preocupación crónica, que impide al afectado “ocuparse” de lo que corresponde y que representa una incapacidad de disfrutar de la vida, sino la convicción de que la felicidad se paga con la tragedia, buscando, encontrando y generando tristeza, pues piensa que el estado de satisfacción es transitorio y que terminará de improviso, por lo que se predispone al sufrimiento. En esto consisten las neurosis de angustia: un estado de ansiedad cronificada ante un supuesto peligro ignorado o no bien definido, como si el sujeto necesitara temer algo, impidiéndole vivir tranquilo. “Se dice: “Estoy tan preocupado que no logro hacer nada’. Es una manera de buscar justificación, en caso de fracaso”. Siendo que “la persona eternamente feliz es una utopía. La persona eternamente infeliz es un caso patológico” (Roberti).

En cuestiones afectivas, puede decirse entonces que “el miedo no es más que un deseo al revés” (Amado Nervo): el miedo a amar y ser feliz, en la medida de lo posible. Colocarlo “al derecho” implica intentar salir de esa neurosis saboteadora, de ese miedo cerval, lo cual requiere de psicoterapia. Y si bien es cierto que, como cantan Joan M. Serrat y Joaquín Sabina, en ocasiones, el quiebre de una relación afectiva puede generar “demasiado ruido”, también lo es que “para quien tiene miedo, todo son ruidos” (Sófocles). En fin, no es huyendo cómo se aprende a vivir.

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“El miedo, la edad de la ira” (1965-68), de Oswaldo Guayasamin.