La vida en clave de música

“Pienso que la persona que no sienta por la música una pasión, si no se fascina ante una hermosa melodía, no tiene vida, su espíritu está muerto”, sostiene Edith Valeri de Montrul.

La vida en clave de música

“La música es como la savia que corre por las venas”, admite Edith Valeri de Montrul, brillante concertista y presidenta del Mozarteum, en una amena charla con Nosotros.TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA. FOTOS. NÉSTOR GALLEGOS.

Conversar con Edith Valeri de Montrul significa también hacerlo con su esposo, el maestro Mario Montrul, ya que sus vidas tanto como su actividad están profundamente ligadas.

Nos reciben en un amplio living, llenos de recuerdos de su vida en el continente europeo, pero donde la presencia de los dos magníficos pianos imponen de por sí la atmósfera que se vive en la casa.

- Edith, ¿te imaginás como sería tu vida sin la música?

- No, me la imagino como un espíritu muerto. Pienso que la persona que no sienta por la música una pasión, si no se fascina ante una hermosa melodía, no tiene vida, su espíritu está muerto. Realmente pienso que si, por ejemplo, estoy haciendo algo y escucho por la TV o la radio alguna música, tengo que dejar y escucharlo porque me atrapa.

- ¿Desde cuando la música forma parte de tu vida?

- Desde los cuatro años. Mis ancestros son italianos, piamonteses y marchigianos. Mi abuelo estaba en la banda y le gustaba mucho la música. Una vez pasamos por una casa donde funcionaba un conservatorio, vi un piano y dije: “quiero estudiar eso”.

- ¿Dónde naciste?

- En Rosario, pero a los dos años vinimos acá; me siento santafesina ciento por ciento.

- ¿Dónde comenzaste a estudiar música?

- Justamente con esa profesora, en el barrio, en calle Lavalle, todavía era de tierra. Después vino una tía de Villa Ángela y daba clase a los hijos de los primos, tuvimos que ir ahí, al Conservatorio Fracassi. Después comencé el Liceo Nacional de Señoritas, había empezado en el Normal pero salí porque dije: “yo maestra no voy a ser”. Ya tenía en vista la música. Fue una época muy linda, teníamos profesores como Chizzini Melo, Leoncio Gianello, Luis Di Filippo que nos hacían amar el arte. Nosotros creamos, fundamos una revista en el Liceo, “Promesa”. Yo estaba en la Comisión Directiva, hacíamos artículos, además nos reuníamos con Estrada Bello en la Dante Alighieri, donde imaginate cómo no iba a amar la música. Fue en esa época que comencé en el Instituto de Música, tenía 14 años. Hacía las dos cosas: iba corriendo por la Plaza San Martín para no llegar tarde al coro, aunque me eximía pero yo quería llegar a horario. A los 15 años me tomaron un examen. Ingresé con el maestro Roberto Caamaño, un profesor con letras mayúsculas. Después de varios años fui a Buenos Aires a estudiar con Antonio de Raco, también con el maestro Luis La Vía. Cuando supe que él venía a Santa Fe, dejé de viajar. En esa época era muy sacrificado.

LA MÚSICA, POR ENCIMA DE TODO

“A la par me obligaban a estudiar otra cosa -recuerda-. A mi padre le encantaba la música, pero siempre me decía: Con música no vas a hacer nada, estudiá otra cosa, Abogacía por ejemplo. Entonces, cuando decías que estudiabas Música, te preguntaban: Sí, pero ¿que estudiás además?’ “En cambio cuando llegamos a Viena, y tuve que ir a un médico, me preguntó: “¿Qué estudia?: ¡Ah, música!’ Y cuando le pregunté por sus honorarios, me respondió: “No, nada, cuando dé un concierto quiero una entrada’. Había un respeto y admiración hacia todo lo que fuese musical”.

“Así que estudié Abogacía, hice más de la mitad de la carrera. Me gustaba, me resultaba apasionante, en la UNL, con la Dra. Sara Faisal que me felicitó por el examen. Pero la música, el piano, me atrapaba más”, reconoce. “Llegó un momento en que empecé a tocar, me llamaban para tocar en el Paraninfo, en la radio, en Buenos Aires. Fue entonces que lo conocí a Mario. Él vino de Buenos Aires porque precisamente el Instituto de Música era el único universitario en el país, tenía un peso muy fuerte. Además estaba Franzen de director, que lo reorganizó totalmente, le dio vida, fue algo extraordinario lo que hizo, fue una época de oro del Instituto”.

PROYECTOS EN COMÚN

- ¿Cómo fue que lo encontrás a Mario?

- Lo conocí en 1953. El tenía que rendir el examen de ingreso. Yo tenía 18 y él 20., nos habíamos cruzado alguna vez pero ni nos hablábamos, yo le parecía muy seria. Entonces fue cuando tuve que preparar una pieza de Iglesias Bijou, el profesor me dijo: “Esto no está en ritmo, tóquelo con el metrónomo”. Yo no tenía metrónomo, así que no tuve más remedio que pedirlo prestado. Y ahí estaba Mario con su metrónomo, que gentilmente me prestó. Y allí comenzó todo. Al año, un 22 de noviembre, al volver de un concierto en el Paraninfo comenzó el noviazgo que duró cuatro años. Terminamos la carrera de música y todavía no pensábamos en hacer un dúo. Fue el maestro Pedro Franzen que nos regaló el ciclo de las sonatas a cuatro manos para piano de Mozart, la obra completa: nos dijo, “Los quiero escuchar juntos”. Y así comenzamos, ya estábamos casados, pero hasta ese momento cada uno actuaba solo. Mientras tanto, Mario estudiaba dirección de orquesta con W.Castro. y comenzamos a proyectar el viaje a Europa.

- ¿No tenían hijos todavía?

- No, pero cuando estábamos programando el viaje, quedé embarazada. Silvia nació allá.

- ¿Iban becados?

- No, íbamos por un año, pero en un año no podés hacer nada, no se puede aprender escuela pianística en un año; éramos muy disciplinados, muy estudiosos y los profesores nos hicieron una nota de recomendación excelente. Hicimos muchas amistades, nos fue muy bien, nos quedamos diez años. Conseguimos una beca para Bélgica también, y una vez que estábamos en Roma un integrante de un dúo se accidentó una mano y nos eligieron a nosotros para reemplazarlo. Eran 28 dúos de distintos países. La profesora que estaba en Viena, Irina Barbag Drexler, que era la que organizaba el curso. Luego de dos años, nos llevó directamente para que lo dictáramos nosotros. Desde allí fuimos a Checoslovaquia, Alemania, luego Viena y, bueno, así comenzamos.

- ¿Hay mucho material para dos pianos?

- Sí, mucho en todo el mundo. Pero hay que estudiar mucho, no es sólo juntarse dos personas.

- Después de tantos años ya sabrán lo que piensa cada uno. ¿Se pelean mucho?

- Sí, claro, hasta ahora por supuesto, discutimos pero como siempre estuvimos los dos en un mismo nivel.

Mario interviene: “cuando hicimos la obra de Séller en Viena, se transmitió por radio a todo el mundo. Las críticas fueron muy buenas. Dijeron que nosotros sonábamos como un “super piano’. Era una obra muy densa, muy brava”.

Edith sigue recordando:.”allá tuvimos que hacer toda la carrera de nuevo, incluido la composición. Yo, por ejemplo, escribí una sonata para clarinete y piano que acá me la estrenaron en el Paraninfo, allá por 1978”.

DE VUELTA AL PAÍS

- Esos diez años de Viena, ¿cómo terminan? ¿Volvieron porque extrañaban?

- En realidad, la nena estaba ya acá, las raíces siempre tiran, queríamos hacer cosas acá. Dejamos muchas amistades, como por ejemplo la viuda de Alban Berg. Cada vez que se representaba alguna obra de él como Lulú o Wozek, teníamos que ir al palco de ella, estuvimos en su casa, compartiendo tés, con Jean Francaix, leíamos el concierto de él para dos pianos y orquesta del original de la partitura. Luego lo estrenamos en el Teatro Colón, con la orquesta estable del Teatro, dirigida por el maestro Pedro I. Calderón para toda Latinoamérica. Eso fue en noviembre de 1973. Nos pasó también con Richard Séller, cuando se enteró del dúo, nos manifestó su deseo de escribir para nosotros, no lo conocíamos. Nos fue enviando la partitura desde las distintas ciudades en donde estaba, Ausgburgo, Viena, Japón.

- Toda una vida rica en acontecimientos.

- Volvimos en 1974. Lugo entré en la Dirección del Liceo Municipal. Allí creé el Coro de Niños que dirigió Eduardo Solís. Se hicieron cosas muy lindas. Llevamos al Salón Dorado del Teatro Colón el Conjunto de Flautas Dulces, también con Mario Giromini Dross.

UNA VALIOSA EXPERIENCIA

- ¿Cuántas horas practican por día?

- Depende, porque cuando tenemos concierto, allí sí tenemos el máximo, no nos fijamos tanto en el tiempo sino en la obra. Al principio puede ser que un movimiento nos lleve dos o tres horas. Después ya una obra la podemos hacer en una sola hora. Es como participar en un torneo, todo lleva su tiempo.

- ¿La hija toca piano?

- Ella tocaba muy bien, pero se crió bajo mi piano, estuvo siempre debajo de un piano, jugaba con sus juguetes debajo del piano. Decidió hacer otra cosa.

- ¿Ha habido momentos duros en tu vida?

- Si, por ejemplo cuando me dijeron que no iba a poder tocar más el piano. Fue en 1988. Me hicieron una operación grande en Rosario. Pero yo les dije que estaban equivocados, que yo iba a seguir tocando y efectivamente al mes y medio toqué en un concierto, el de Mozart para dos pianos y orquesta. Después tuve dos operaciones más de pulmón, fue muy duro.

- ¿Pensaste que tendrías que dejar?

- No, nunca, incluso cuando caí en un estado depresivo. No recibía a nadie, pero tenía una monja al lado mío que fue el ángel que me ayudó, de las Siervas de María. De a poco fui saliendo. Me ayudó también el apoyo familiar y por supuesto la música. Pero eso ya pasó, está superado. Hemos tenido una vida muy intensa, con momentos hermosos, tanto acá como en Viena. Conocimos a tanta gente valiosa. Por ejemplo, Eleana Cotrubas, una cantante lírica. Con ella compartimos los primeros conciertos que dimos allá. Tocamos en una de las salas más importantes de Viena: el Musikverain y en la Sala Brahms. Dejamos muchos amigos, concertistas, docentes. No fue fácil la vuelta. Estábamos indecisos. Pero no se puede vivir sin la música, es como la savia que corre por las venas, sin música somos como un alma muerta.

Una vez pasamos por una casa donde funcionaba un conservatorio, vi un piano y dije: “quiero estudiar eso”, cuenta Edith Valeri de Montrul.

2.jpg

Edith Valeri de Montrul y Mario Montrul, una vida ligada en todos los aspectos.

EL MOZARTEUM

- Contame del Mozarteum.

- Hace trece años que estoy en la presidencia, cada vez tengo más cosas proyectadas.

- ¿Hay otros en la Argentina?

- Sí, está el Mozarteum Argentino en Buenos Aires y en Rosario, pero el nuestro no depende de ellos sino directamente de Salzburgo. Nos viven informando de todas las actividades que hacen. No tenemos ningún subsidio. Estoy trabajando ahora con el gobierno de la ciudad, con Cultura Municipal, y además con ATE, que gentilmente nos ceden la sala. Tenemos una actividad muy grande. Necesitamos recursos. Hay que pagar pasajes y todo lo demás. Ahora precisamente viajamos a Salzburgo porque hay nuevas autoridades y nos quieren conocer.

- ¿Tienen alumnos particulares?

- Sí, es muy lindo, nos gusta, estamos en actividad y además uno piensa en lo que puede dejar.