etcétera. toco y me voy

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Con los chicos en casa

La tormenta perfecta -y no vengan con correctos discursos de amor familiar, contención y todas esas beldades- está entre nosotros: esos energúmenos tienen no dos sino cuatro semanas de vacaciones y encima deben quedarse en casa. ¡Ahhhhhh! ¡Qué digo ahhhh!: ¡ahhhhhhhhhhhh! TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected].

DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected]

Vayamos a los bifes: qué tanta posibilidad de reinterpretación de los lazos familiares, qué privilegio de la relación vincular y qué redifinición de los roles hogareños. Acá tenemos que saber quién, cuándo y cómo está o están a cargo de los controles o, ni dios lo permita, del único control. Jodido acordar la final de la Copa Libertadores con Barney; la novela mexicana con Hannah Montana; el documental sobre el somorgujo con los Power Rangers. Acá hay que tomar medidas drásticas urgentes. Una medida drástica sería encerrar a esas criaturas en su pieza -y bancarte luego el redescubrimiento de ese espacio de guerra-; otra medida sería la compra de un nuevo televisor.

En las familias más o menos ordenadas y con un doble flujo organizativo -padre y madre trabajan coordinadamente en una especie de asociación ilícita; lo que asegura futuro trabajo para psiquiatras y psicólogos-, las horas frente al televisor de racionan, limitan y se generan alternativas sensatas, educativas, altamente pedagógicas.

En familias normales, en cambio, con dos o tres televisores y computadoras a las vueltas, se asegura el estigma de los tiempos: todo el mundo in-comunicado con su propio mundo; como islas de un mismo archipiélago. El esquema, que puede ser criticado con sus razones, mantiene a toda la familia relativamente en armonía pues como Antón pirulero (un degenerado, quien quiera que fuera), cada cual atiende su juego. No voy a abundar sobre las posibilidades formativas de este tipo de recreación individual, pero en un mundo que tiende a dejarte solito en todas, que tu pibe se las rebusque así es una preparación para lo que sigue.

Los problemas son más notorios cuando hay un solo aparato en la casa (y nos referimos aquí estrictamente a los que se enchufan, a los electrónicos; porque de aparatos está lleno) y a cierta hora, a toda hora, todos aterrizan enfrente.

Una alternativa es la de esos televisores que ahora se ven en terminales y aeropuertos, con fichas de duración acotada. Tu nene, por ejemplo, después de hacer la tarea (ja!), se gana dos fichas y así puede comandar la elección de su programa favorito o recorrer los canales en busca de algo (eso es la vida, también) que no encontrará (la vida, la vida), total cuando se le terminan las fichas (como en la vida), vuelve a ser el ser vociferante y lleno de argumentos y leyes -aunque no razón-, lo cual también lo prepara sobradamente para su desempeño profesional y social posterior...

Otra forma novedosa es la readaptación del juego de la oca u otro similar, de premios y castigos. En vez de retroceder tres turnos, esperar dos o avanzar cuatro casilleros; se pueden sortear horas de televisión o programas favoritos o, castigo, programas que no te gustan; o la posibilidad de compartir sillón y visión del programa preferido del otro, si chistar, sin tocar el control y con actitud positiva.

Otra cosa llamativa que, veo, sucede en algunos hogares, es el redescubrimiento de los viejos juegos grupales de entonces. Gente jugando al estanciero o al TEG, al juego de la vida; a la lotería (no hay por qué olvidar a la nona), desempolvando el atari y sus juegos antidiluvianos (los vagos hoy matan ejércitos enteros, conquistan países, matan viejitos y vos como un boludo siguiendo la pelotita que rebota por los costados) y otras muchas posibilidades, sin descartar la batalla naval o el diccionario.

Todo pasa y todo queda y acá estamos. Ánimo, sólo faltan dos semanas más. No sabemos para qué ni si van a seguir las restricciones, pero no digan que la experiencia no es excitante, sobre todo cuando te trabás en lucha libre con tu hijita de cuatro tiernos añitos por la posesión del control

y esa cretina no para de llorar, gritar, patalear u desgañitar por unos bichos raros, del extremo norte, que responden al alias -una banda, una organización delictiva- de backyardigans. Acá alguien debe ser eliminado o, por razones tácticas, sitiado. Y juro que no voy a ser yo, eh. ¡No voy a ser yo, me escucharon!

Los problemas son más notorios cuando hay un solo aparato en la casa (y nos referimos aquí estrictamente a los electrónicos) y a cierta hora, a toda hora, todos aterrizan enfrente.