Mesa de café

Sobre puentes y puentecitos

Erdosain

Marcial no disimula su satisfacción. El motivo de su alegría es muy concreto: el puente Santa Fe - Santo Tomé constituye para él la mejor noticia del año. —Ahora la región se está poniendo los pantalones largos y mira un poco más lejos de sus narices -dice.

José, que acaba de llegar, lo escucha y por la cara que pone no parece estar del todo de acuerdo. —Mi cuñado vive en Santo Tomé y asegura que el puente está bien, pero no quiere que eso sea un pretexto para que la ciudad se llene de camiones.

Marcial lo mira y se ríe. Es la risa a la que recurre cuando está molesto o algo que escuchó le parece disparatado.

—¿Vos te pensás -dice después- que los contribuyentes vamos a gastar 500 millones de pesos para hacer un puentecito para que tu cuñado salga a pasear con su mujer los domingos por la tarde a Santa Fe?

José está por contestarle, pero el que agarra el bochín es Abel. —Los santotomesinos que no se quejen: tienen el aeropuerto, tiene un polo industrial, se está haciendo una autovía por la Ruta 19. Todo eso no se hace por la linda cara del intendente, sino porque forma parte de un proyecto pensado en términos regionales y con proyección nacional e internacional.

—Yo creo -digo- que se podrían compatibilizar todos los intereses de la región sin perder de vista la estrategia general. Con todo respeto, creo que el problema de los camiones por Santo Tomé es un tema menor comparado con el objetivo de integrar la Región Centro con el mundo y darle a Santa Fe y a todo el departamento La Capital el lugar que se merece. No estoy informado en detalle, pero tengo entendido que los camiones no necesariamente deben pasar por el centro de Santo Tomé. Además, no sólo hay que pensar en los camiones, también hay que pensar en los trenes. Si empezamos a hacer algo grande hay que hacerlo en serio, mirando hacia el siglo XXI, no al fin de semana que viene.

—Ése es el punto de vista del gobierno provincial -observa Abel.

—Ustedes no se anoten tan rápido en los logros -interrumpe Marcial.

—¿Y por que me decís esos? -pregunta amoscado Abel.

—Por nada, por nada -dice Marcial-, vos sabés querido Abel que yo con los amigos de Rosario me llevo muy bien por más que ellos a veces crean que pasando Barrancas ya se escucha el alarido del salvaje, como dijera Lisandro de la Torre.

—Yo no creo en las brujas, pero que las hay las hay -sentencio yo.

—¿Cómo es eso? -pregunta José.

—Evidente, mister José, cada vez que haya un proyecto a favor de la región de Santa Fe alguna bruja sale a pasear con su escoba.

—¿No estás exagerando?

—No demasiado -admito-, pero qué querés que te diga: tus amigos de Rosario invierten millones en un Puerto de la Música pero cuando hay que poner en movimiento el puerto de Santa Fe empiezan las gambetas floreadas y te piden todos los certificados, desde el bucodental hasta las garantías de retorno. Mientras tanto, allí está esa mole inmensa de Rosario a Victoria que es un clavo, pero allí está, imponente, como las estatuas del realismo socialista en tiempos de Stalin: grandotas, caras, feas y al cuete.

—Yo creo -observa Marcial- que todo esto se puede arreglar conversando, pero conversando en serio, sin perder de vista los objetivos estratégicos. Acá están en juego cosas muy importantes para 600.000 personas como para que todo se reduzca a una cuestión aldeana.

—No comparto- dice José.