Al margen de la crónica

La tiranía del día del amigo

No sé cuántos recordarán el motivo por el cual el día del amigo se celebra el 20 de julio. Pero más interesante que el porqué, sería preguntarnos el para qué tener un día especialmente dedicado a la amistad. Este tipo de fechas -al igual que el día de la madre, del padre, del tío o del hermano- nunca me motivaron demasiado. Este 20 de julio, al igual que en años anteriores, me resistí a enviar mails con frases conmovedoras acerca de la amistad, mensajes de texto o llamar especialmente a alguien para decirle “¡Feliz día del amigo!”.

Sin embargo, fue inevitable recibir unos cuantos SMS, algún que otro llamado y una tonelada de mails, repletos de power points, tarjetas virtuales, poemas, frases célebres y moralejas sobre la amistad.

Pese a mi resistencia -no soy de piedra- y ante la invitación insistente de dos de mis más entrañables amigas, acepté -a regañadientes, ¿hace falta decirlo?- salir a comer y celebrar. Pero mi resistencia se volvió de hierro ante la imposición de bares y restaurantes locales, que pretenden en un día recuperar las pérdidas de las últimas semanas. En la mayoría de los lugares “para hacer reserva se debía consumir el menú del día del amigo”. ¿En qué consistía? En los bares más baratos era de $ 30 -sin bebida- e incluía pizza o arrollado de pollo; en otros -más selectos- llegaba a los $ 80 -la bebida se pagaba aparte- y ofrecía un peceto con papas o una ensalada primavera.

No fue por no tener dinero que desistí de salir a comer afuera, sino porque me niego a pagar más de lo que un plato de comida se merece, en un lugar repleto de gente -en el que prácticamente es imposible entablar una conversación-, con mozos malhumorados y apurados porque tienen que atender 30 mesas al unísono... Cancelé la salida, pero no el festejo. Puse una carne al horno con papas y recibí a mis amistades en casa, un lugar mucho más acogedor para celebrar ¡el bendito día del amigo!