EDITORIAL

Recalienta el Caribe la tensión en Honduras

Tal vez el ex presidente Manuel Zelaya exagera cuando dice que Honduras vive una guerra civil, pero atendiendo al desarrollo de los últimos acontecimientos, bien podría decirse que la situación es delicada sobre todo a partir del fracaso de la gestión de Oscar Arias. A partir de ahora, el desenlace puede ser imprevisible y afectar no sólo la paz social en Honduras sino la seguridad y el orden en todo el Caribe.

A pesar de los oficios de buena voluntad de Arias, las partes se han esmerado en manifestar posiciones irreconciliables. Micheletti ha rechazado todas las propuestas conciliadoras y, por su lado, Zelaya no ha renunciado a su afán de perpetuarse en el poder por un camino u otro. En este contexto crispado por los rencores, ni la intervención de Costa Rica ni las diligencias oficiosas de la diplomacia de Obama pueden hacer mucho.

El enfrentamiento se produce como consecuencia de una ruptura en el tradicional bloque dominante hondureño. Sólo la ignorancia, el interés ideológico o la mala fe pueden suponer que se está ante un conflicto entre derecha e izquierda o entre gobernadores populares y gobernadores insensibles. La situación de Honduras es crítica desde hace años, sus niveles de pobreza son altísimos y las responsabilidades por este estado de cosas comprenden a todas sus facciones dirigentes.

A los problemas internos se les suma, en este caso, la desfachatada intervención de Venezuela. Pocas veces en América Latina se ha visto una injerencia tan directa y escandalosa de una nación sobre otra. No hay antecedentes que registren que un gobierno expulse a los diplomáticos de otro, y éstos se resistan a acatar la orden. Si eso ocurre es porque las operaciones civiles y militares de los servicios de inteligencia venezolanos se han infiltrado en la sociedad civil y el propio sistema político de Honduras.

Zelaya amenaza desde Nicaragua con una suerte de larga marcha hacia Tegucigalpa. Su rancho de señor feudal está cerca de la frontera y es el centro operativo de todas las maniobras pro retorno. Las avionetas que recorren el espacio aéreo portan armas pero también drogas, ya que es un secreto a voces la relación del hombre de ostentoso sombrero blanco con los narcotraficantes.

El régimen orteguista de Nicaragua está de parabienes. Si Zelaya triunfa, se abre la posibilidad de asegurar también la elección indefinida en Nicaragua. Las relaciones entre Ortega y Zelaya no dejan de ser curiosas. El mismo itinerario que desde Nicaragua hasta su rancho planifican recorrer los zelayistas, es el que desandaron hace veinte años los sandinistas, aunque aquella vez las guerrillas no estaban financiadas por Caracas sino por la CIA norteamericana. En efecto, Zelaya fue uno de los principales operadores externos de la denominada “contra” nicaragüense. Las vueltas de la historia, o el consumado oportunismo de los políticos caribeños, provocan ahora este insólito realineamiento.