etcétera. toco y me voy

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¿Escuchan en el fondo?

El tema es la música que escuchamos en el trabajo. Hasta la aparición de las opciones individuales, el ámbito laboral, la oficina, proponía y todavía lo hace en muchísimos casos, una única opción para todos. Lo que pasa es que conviven muy diferentes estilos. Lo que se dice, una nota con onda. TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Posterguemos por unos renglones el tratamiento de la radio como opción unilateral de escucha comunitaria en un ámbito laboral. Tengo la edad suficiente como para haber visto la irrupción, como una lujosa novedad -entonces, y no hagan ninguna cuenta-, de la “música funcional”. La música, ligada al placer, de golpe podía funcionar también, tener “utilidad” y así se instalaron en algún momento unos aparatos importantes en las paredes, con una única perilla de volumen.

La música continua, sin palabras, ni locutores, ni avisos comerciales discurría entonces, funcionalmente, por todo el espacio. Todos enloquecidos con la música funcional. Sólo que el primer día fue una novedad, el segundo empezaste a reconocer y tararear algunas de las tranquilas melodías melosas que alguien anónimo eligió por vos y al tercer día -y de ahí en adelante- te memorizabas la continuidad, los enganches y todo lo que seguía. Soñabas con esa música. Odiabas esa música.

A las dos semanas querías asesinar a alguien y no sólo a tu jefe y no sólo metafóricamente a la Martita, que -entonces, claro, y no hagan ninguna cuenta- estaba asesinable con o sin música. Lejos de armonizar el ambiente laboral, entretener a clientes o uniformar gustos y estilos, en poco tiempo más querías romper el aparato que repetía eternamente la misma cinta. Cuando podías, alguien bajaba la perilla y se olvidaba de subir el volumen. Pero alguien también se avivaba -podía ser el señor que pagaba el servicio- y volvía las cosas a su musical y funcional normalidad.

Pero antes de que colgaran y luego sacaron hartados el aparato de música funcional, la radio mandaba y la propia radio enterró la música funcional al generar las opciones de frecuencia modulada que, si bien con algunos avisos y unas pocas palabras, pasaban música todo el tiempo y sin repetir o al menos sin repetir tanto las mismas cintas, circuitos y enganches. Y con la posibilidad de elegir y cambiar si no te gustaba una emisora o se repetía mucho.

Así que antes y después de la música funcional (y hasta que llegó la música en la compu, que esa es otra historia), la radio manda. Como en la biblia, al principio era la radio. Lo que pasa con la música de la radio en el laburo es que le pertenece la selección a dos personas: al primero que llega y al jefe. Y en muchos casos, esas dos personas son la misma. Los jefes, por norma, son tipos mayores que arrancan con tangos a las siete de la mañana. Y cuando llega el resto del plantel, gente de edad intermedia o jóvenes con pelos, atuendos y bríos apenas domesticados, se encuentra todavía con los tangos o los boleros. Tenés que comerte el sapo, literalmente, y bancarte la comparsita sin chistar. De vez en cuando, un tanguito o un bolero está piola, porque hay que escuchar de todo. Pero todas las horas de trabajo, todos los días, comienzan rebeliones secretas, asonadas, se planifican estrategias para derrocar al musicalizador y hasta alguno o todos en algún momento le plantean abiertamente que suba un par de décadas, carajo, musicalmente hablando.

El tema de los gustos personales en materia de música abre conflictos inevitables. Difícil armonizar el gusto por la música clásica de fulanita con el espíritu rockero de menganito; jodido acordar entre Mozart y la Mona Jiménez; complicado convencer a un ochentoso sobre las beldades del “reguetón”.

Además de la eliminación del jefe, de la música que impone e incluso de la vieja radio que nadie se atreve a tocar, aparecieron luego los walk man (aunque estés sentado todo el día), los mp3, 4 y demás y los auriculares que tanto te separan de los tangos como del resto del mundo, incluyendo a Martita, que bien puede ir a histeriquear a otros.

Como opción ¿superadora? observo en muchos negocios la convivencia de buenos equipos de música -con selección a cargo del dueño u operario- con la creciente generalización del uso de la computadora para pasar música y extenderla a todo el local. La misma compu que se usa para cobrar, registrar una compra o consultar stock, puede pasar música, que además es ilimitada.

Supongamos que en un trabajo predomina todavía una única elección musical para todos, hay también una creciente tendencia al empleo juvenil, así es que no sería extraño poder escuchar música que oyen los jóvenes. ¿Cuál es el problema de alternar un poco de Iron Maiden con el tango sempiterno del jefe? Aunque a muchos modositos empleados les vuele la peluca, un poco de rock no vendría mal para sacudir algo, sobre todo en esos trabajos donde todo es previsible, ordenado, aburrido, quieto, rutinario. Aceptemos también, los jóvenes (uahhh) que escuchar rock pesado un rato está fantástico, pero escucharlo todo el tiempo puede darnos cuotas extras de agresividad que terminarán arruinando para siempre la relación con la buena de Martita, que al fin y al cabo es una compañerita de trabajo. Y nos vamos yendo, se va la onda, se va la onda, se fue. Nos vamos con la música a otra parte.