EDITORIAL

La distribución de la riqueza

En los últimos años y particularmente durante la gestión kirchnerista, se instaló con fuerza la consigna de “una mejor distribución de la riqueza”. Desde el punto de vista teórico y argumentativo todo el abanico político e ideológico coincide en que es necesario y justo mejorar la distribución de la riqueza.

La polémica se reaviva cuando se discuten las iniciativas a tomar para que ello ocurra. En sus versiones extremas, las posiciones más conocidas son las que sustentan la derecha clásica, planteando que la distribución se produciría a través del “derrame” de la riqueza a lo largo de la pirámide social, y la que plantea la izquierda tradicional, que considera que el camino para una sociedad justa es terminar con el capitalismo y la propiedad privada.

Hoy estas posiciones extremas son difíciles de sustentar porque no se compadecen con la realidad o porque las experiencias históricas han demostrado su ineficacia. Se sabe que la producción de riqueza es una condición necesaria para construir una sociedad justa pero no suficiente, ya que el supuesto “derrame” no se produce espontáneamente sino que, por el contrario, es necesario una voluntad política y, por sobre todas las cosas, un diseño institucional que lo asegure.

La alternativa comunista por su lado ha fracasado en toda la línea. La historia se encargó de probar que la supresión de los ricos en lugar de liquidar la pobreza la amplía, sumando a ello la imposición de un régimen totalitario para asegurar los “beneficios” de ese orden. Cuba y Corea del Norte son al respecto ejemplos aleccionadores.

El desafío en todos los casos es compatibilizar la producción de riqueza con un tipo de distribución que proteja a los sectores débiles o rezagados, con el objetivo de hacer posible la igualdad de oportunidades, que nunca se puede confundir con la igualdad en abstracto o la igualdad falsa pregonada por el comunismo y sintetizada en la consigna de “a cada uno según su capacidad”, por “a cada uno según su necesidad”.

El debate está abierto y sus resoluciones teóricas no son sencillas. Traducir estas consideraciones a la práctica es algo mucho más complejo porque tiene que ver con campos de relaciones de fuerza, modelos de productividad y resolución política de las inevitables contradicciones sociales.

Lo que es necesario saber es que las políticas económicas distributivas sólo son posibles si existe un sistema político que previamente sepa distribuir el poder. La observación es importante porque el populismo criollo estima que las supuestas políticas distributivas sólo pueden efectivizarse si se desconocen las instituciones.

Dicho en otros términos, no hay políticas distributivas al margen o en contra de la república democrática. Justamente es la república la que reparte el poder como condición necesaria para otros tipos de reparto. No hay otro camino; lo otro es autoritarismo o vulgar demagogia.