La voz americana

Por Julio Anselmi

“Gran Sertón: Veredas”, de João Guimarães Rosa. Traducción de Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2009.

El chiste que alguien pergeñó alguna vez, acerca de que los cangaceiros de Guimarães Rosa hablaban como si hubieran estudiado en la Sorbona, condice de alguna manera con esa crítica que repite el lugar común de emparentar a Guimarães Rosa con Joyce y Cía., y a Riobaldo, el narrador (el interlocutor, mejor dicho) de “GS” como un Fausto y un místico. “No, Riobaldo no es Fausto, y menos todavía un místico barroco. Riobaldo es el sertón hecho hombre y es mi hermano”, ya se defendía en vida Guimarães (*). Y para circunscribir lo ilimitado del regionalismo bien entendido: “Es que en el sertón se habla la lengua de Goethe, Dostoievski y Flaubert, porque el sertón es el espacio de la eternidad, de la soledad, donde el interior y el exterior ya no pueden ser separados”. Y cuando lo quieren adosar al realismo-mágico: “Yo no calificaría mi concepto de lo mágico como “realismo-mágico’; antes bien lo llamaría “álgebra-mágica’, porque ella es más indeterminada y, por lo tanto, más exacta”.

Guimarães pertenece a ese olimpo de escritores inconfundibles por su voz, que no deberían emparentarse ni de lejos con los escritores que hacen de su escritura un estilo inconfundible, porque estampan su firma en cada línea que escriben, sino porque esa voz es el aura de una multitud (a menudo la multitud de solitarios que vagabundean por cualquier sertón de la Tierra), inventada (lejos del magnetófono) y sin embargo de clarísima dicción, neologismos de multilingüismos mediante.

La literatura de América ha dado al mundo como lo mejor de sí la irrupción de esas voces, de Sherwood Anderson a Faulkner; de Rulfo a Marosa Di Giorgio; de Marco Denevi a Di Benedetto y Manuel Puig.

Pero sobre toda esta hojarasca, lo que importa es que Guimarães Rosa narra como un vate inspirado por los dioses. Narra historias extraordinarias, historias comunísimas, lo mismo; personajes extraordinarios y personajes ordinarísimos; retrata moralistas integérrimos y la peor basura humana, con el mismo acierto. Y para aumentar la hojarasca digamos que acierta en su capacidad de arrebatar al lector, de arrearlo hasta una versión confusa, opresiva y paradisíaca (el amor secreto del narrador por Diadorim, un compinche de aventuras que sólo una vez muerto se descubre mujer), de arrebatarnos hasta una versión moderna y casi descreída de la “Divina Comedia”, con más infierno que paraíso, porque en estas tierras del sertón, “El diablo en la calle, en medio del remolino... ”.

Los argentinos Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar se internan en las “luchas y combates” que implica traducir “Gran Sertón: Veredas”, ciertamente con un oído y una experiencia geográfica e histórica más cercanos (a nosotros y a Guimarães) de la que ofrecía el español Ángel Crespo en su, sin embargo, muy respetable versión, publicada en 1967.

(*) “Diálogo con Guimarães Rosa”, por Günter Lorenz. En “Ficçao completa”, Editora Nova Aguilar, Río de Janeiro, 1995).

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João Guimarães Rosa.

Foto: Archivo El Litoral