Entrevista a Rubén Florio y Guillermo De Santis

La luz de la memoria

Los profesores Rubén Florio y Guillermo De Santis fueron entrevistados en el marco del “Ciclo Junio Clásico” y las “XII Jornadas Nacionales de Estudios Clásicos”, que tuvieron lugar en la Facultad de Humanidades y Ciencias, UNL.

El Dr. Rubén Florio es docente, investigador y traductor en el ámbito del latín y la cultura y filología clásica. En la actualidad es profesor de Lengua y Cultura Latina, Literatura Latina y Latín Medieval, en la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca. Es autor de numerosas obras, entre ellas: “Lucrecio y el Código épico” y “Transformaciones del héroe y el viaje heroico en el “ “Peristephanon’ de Prudencio”.

El Dr. Guillermo De Santis es docente, investigador y traductor en las áreas de latín, griego y filología y cultura clásica. Es profesor de Lengua y Cultura Latina II y de Filología Latina I y II en la Universidad Nacional de Córdoba, investigador del Conicet y miembro del Consejo Editorial de la Revista de Estudios Clásicos Ordia Prima. Entre otras obras, es autor de “Cosmos y Justicia en la obra de Esquilo. Imágenes literarias y argumentación” y coautor de “Manual de Lingüística Clásica”.

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“Cura de la herida de Eneas” (detalle) (“Eneida”, XII, 383-440). Casa de Sirico, Pompeya (Museo Arqueológico de Nápoles).

Por Silvio Cornú

—Guillermo De Santis, respecto de su conferencia sobre “Persas”, ¿qué expectativas de lectura debería poner en juego un lector contemporáneo para la comprensión integral de esta tragedia, principalmente en relación con la noción de “bárbaros” y con la relectura que Esquilo hace de las figuras históricas de Darío y de Jerjes?

Guillermo De Santis: —Podríamos decir que, cuando se repone en condiciones actuales la tragedia griega, cuando se la reacondiciona, en general se usa el formato, la macroestructura. Y la lectura que Occidente ha fosilizado o demarcado de esta tragedia en particular indica que hay un gran pueblo bárbaro que nos intenta destruir a nosotros, los civilizados. Es notable ver cómo “Persas” está muy bien leída por una cierta intelectualidad que seguramente conoce varios trabajos de filología, porque esa idea del “bárbaro” que va a avasallar a Occidente no es una idea, por ejemplo, de los romanos o del mundo medieval. Entonces, la filología rescató esa dicotomía desde mediados del siglo XIX. Claro, el romanticismo proyectando la recuperación de lo prístino griego. Se podría pensar en Byron, en el Romanticismo inglés, o, por ejemplo, tres siglos antes, en el esfuerzo de Venecia por ocupar Atenas para recuperar la simiente de Occidente al Posrenacimiento italiano. Bueno, ese siglo XIX logró hacer e imponer esa lectura, con la que yo particularmente no acuerdo en términos generales. Pero lo que importa es que la lectura de la filología ha tenido una influencia en la manera de entender la cultura clásica. Desde ese punto de vista, “Persas” para mí es una obra muy atractiva, tanto en sí misma cuanto por las repercusiones que tiene fuera de la filología clásica, porque demuestra que hay una lectura filológica que ha sabido ingresar en una cultura más amplia y esto es siempre muy alentador.

En cuanto a la relectura que Esquilo hace de las figuras de Darío y de Jerjes, creo que para un lector moderno que tal vez lee el texto sin conocimiento del contexto político-cultural, de la guerra que rodea a toda esa reflexión del autor, resulta muy difícil, casi imposible diría, entender que hay un falseamiento de la historia, que Darío es una ficción histórica. Pero, por otro lado, también uno ve que todo lector moderno entiende que Darío es el absolutamente bueno y Jerjes es el absolutamente malo. De modo que Esquilo ha tenido un éxito de 2.500 años, porque él lo tematizó de esa manera, lo universalizó, intentando que su público sintiera un impacto y, si bien el efecto puede haber quedado amenguado, está, sin embargo, claro en el texto. Entonces, me parece que un lector moderno desde esa perspectiva no traiciona la intención, al menos superficialmente, de la obra.

—Rubén Florio, con relación a su conferencia sobre Virgilio erótico, resulta insólito este calificativo atribuido al autor de la “Eneida”...

Rubén Florio: —Sí, en realidad esta conferencia tiene que ver con un artículo mucho más amplio que he llamado “Virgilio después de Virgilio”, porque, como sabemos, la “Eneida” es tan inmensa que produce una sofocación enorme; sin embargo, todos recurren a ella. Hay una noticia de San Jerónimo muy clara que dice que la gente se conoce a Virgilio de memoria. Las masas populares no leían su obra, pero la escuchaban recitar en el teatro, como comenta San Agustín. Se recitaba toda la obra de Virgilio, aunque, fundamentalmente, la “Eneida”, que tiene un acicate extraordinario para la gente y es que le recuerda un pasado glorioso que ya no tienen.

Lucano, Silio Itálico, todos los épicos posteriores, evidentemente saquean y, en cierto modo, reescriben a Virgilio. Ahora, el primero que lo descompone, creo yo, de una manera no épica, aun cuando tenía talento para la épica, es Petronio, en el siglo I d. C. En el “Satyricon” hay indicaciones claras de que la obra de Virgilio es inmensa y de que hay que dejarla tal como está, y entonces la decodifica de una manera totalmente burlesca. Hay una escena ampliamente conocida, que es extraordinaria porque sirve de percutor para lo que viene después. Allí toma versos de la “Eneida” de una extrema gravedad patética, el momento en que Dido se encuentra con Eneas en el Infierno. Virgilio dice que ella mantenía sus ojos fijos en la tierra. Y Petronio se lo adjudica a un personaje, a Encolpio, que le está diciendo a su amigo que se ha quedado absolutamente sin ningún tipo de resguardo viril y que no puede tener erección alguna. El vocabulario es exquisito; para expresar que ya no es un hombre, dice que ya no es viril como era antes, como un Aquiles, y para indicar que ya no puede hacer nada con eso, usa un término maravilloso: funerata, que significa no sólo el cadáver, sino un cadáver que está expuesto, es decir, que cualquiera puede darse cuenta. El autor rematará el pasaje usando una descripción lírica extraordinaria del Canto IX de la “Eneida”, cuando, al referir a la muerte de Euríalo, Virgilio dice que es como una amapola que, de pronto, asaltada por una lluvia repentina, inclina la cabeza y el cuello se le derrumba.

De este modo, Petronio inaugura en literatura lo que constituirá un recurso frecuente en los siglos posteriores. Lo vemos, en los siglos IV-V, en dos obras totalmente divergentes, la de Ausonio y la de la beata Proba, quienes transcodifican las palabras virgilianas para crear algo totalmente distinto: Ausonio, un centón nupcial, y la beata Proba, un canto en honor a Cristo. Y ahí está el poder de la memoria, que hoy despreciamos pero que en la tradición grecolatina tenía que ver con un amor por los textos, por la cultura, por los códigos, por aquello que nos representa; lejos de implicar un ejercicio sin sentido, constituía un ejercicio interior. Y a eso aludiría probablemente un sabio epicúreo, es decir, quien recuerda eso verdaderamente es feliz, porque no empobrece sino que enriquece.

Guillermo de Santis: —Claro, uno puede reconocer este tipo de juegos si conoce el original. Y creo que uno de los aspectos más hermosos que tiene la literatura clásica, que yo descubrí más dando clases que estudiando, es que los autores de la literatura clásica formaban a sus lectores y sus lectores eran permeables a esa formación. Hoy, el lector parece rivalizar con la literatura... Y, en cuanto al rol de la formación literaria de la persona, es notable, por ejemplo en la escuela media, la falta de una lectura atenta, de dar cuenta minuciosa de las obras, porque se piensa que eso es equiparable a memorizar.

Rubén Florio: —Y lo más interesante de todo esto, y novedoso, es el hecho de que lo anterior se conecta con algo que se denomina arte combinatoria y que descubrí en Lucrecio, después de varias relecturas. De tanto leer, a uno se le hace la luz. En el Libro II del “De rerum natura”, Lucrecio dice que ahí está la literatura, palabras que son como átomos; si se combinan los átomos que hay dentro de la literatura, que son pocos en realidad son las contadas letras del alfabeto latino resultan muchos más, un mundo infinito, donde uno de pronto advierte que Virgilio hizo combinaciones extrañas, adjudicando, por ejemplo, el mismo adjetivo tanto a Dido como a Turno. La primera vez que aparece Dido en la “Eneida”, se dice pulcherrima Dido y la primera vez que aparece Turno, se lee pulcherrimo Turno. Ya desde las “Bucólicas” y las “Geórgicas”, sus obras anteriores, pulidas y acabadas, uno advierte que hay fragmentos que se reiteran íntegros, que en un contexto están adjudicados a un personaje, y en otro contexto están adjudicados a otro. Esto es lo que la crítica contemporánea llama autorreferencialidad y Virgilio lo ha practicado enormemente. Tal vez no se haya dado cuenta de lo que hacía, aunque me inclino a pensar que sí y que incluso haya sido el primero en poner en práctica, de manera deliberada, este juego prodigioso. Pero supongo que no sospechó que su obra iba a sufrir ese mismo proceso de desarticulación y rearticulación. Se trata de algo enorme y extraordinario, que tiene que ver, además, con Raimundo Lulio, en la Edad Media, y con Leibniz y su ars combinatoria, y luego con Borges, que hizo de la memoria uno de sus temas preferidos.

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Rubén Florio y Guillermo De Santis. Foto: Flavio Raina