etcétera. toco y me voy

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¡Vamos al cajero!

Soy un tipo relativamente práctico: la tecnología para mí, todavía, sigue siendo un instrumento, un medio y no un fin en sí misma. Cuando voy al cajero, demoro los pocos segundos que me lleva retirar algo de dinero y punto. Pero hay gente que tiene otra relación con los cajeros automáticos... TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Cuando se arma una cola frente o al costado de un cajero automático, puede suceder que alguien demore más de la cuenta. Los que están en espera relojean para todos lados, también, perogrullo, el reloj; miran, mueven los pies nerviosos y alguno larga un puta carajo qué hace este tipo ahí adentro. Encontrará diferencias en las reacciones de las víctimas, desde el que se encoge de hombros resignado, el indiferente, hasta el apasionado que agrega epítetos al comentario inicial. Pero si los segundos y los minutos siguen pasando, van a comenzar a asomarse las cabezas no tanto para mirar si el hombre o mujer o ambos siguen allí -eso ya lo sabemos todos- sino para que ellos nos vean a nosotros, sepan de nuestra existencia, eu, vos, apurate hermano que no es un confesionario...

Hago la salvedad de que uno en general entiende, comprende, cuando quien está en el cajero es una persona mayor o alguien que no parece tener afinidad o asiduidad con la tecnología. Allí uno puede ser paciente. Pero el fenómeno que observo ahora es diferente: casi todo el mundo, hasta la más modesta y tradicional abuelita hoy sabe manejar un cajero automático. Y lo que veo es que hay gente que va al cajero como iría a un shopping o a la peatonal o a un cíber: como un paseo, un juego, parte de un circuito, una diversión incluso.

Y entonces, esa gente, ya que se llegó hasta allí va a tocar las posibilidades aunque tenga dos centavos en la cuenta, que además no podrá retirar por eso de los montos mínimos (y si te quedaron nueve pesos con ochenta, lo lamento). Los ves insistiendo aquí y allá como si se tratara de una pulseada. Esta máquina de miércoles no me va a ganar a mí. Por algún lado le voy a entrar, parecieran decir esas porfías que se traducen en dedazos, teclas, claves y demás...

Buena parte de este modus operandi no viene de la imaginación, sino de observar lo que sucede en los casos de cajeros múltiples en una misma sala: hay muchos bancos que tienen dos o más cajeros y por ello se puede operar en simultáneo: vos, rápido y cáustico; la nona que se trae el machete; la señorita que se agacha para peinarse el flequillo en el reflejo de la pantalla y, también, la familia entera que toma como una recreación la ida al cajero...

Esa gente, en vez de sólo retirar dinero o depositar algo, aprovecha y se pasea por absolutamente todas las funciones de la máquina, permitidas o no; con el solo objetivo de mantener un contacto fluido y si se quiere humanizar un aparato metálico y frío. Es probable que esa gente masculle cosas, charle, putee, ruegue mientras desliza sus dedos sobre un teclado que parece no devolverle respuestas con el mismo énfasis, cariño o ansiedad.

Luego, estas personas, que ya tienen dominio informático, creen conveniente aprovechar la volada para ir interiorizando a sus hijitos en el arte de manejar la tecnología que los acompañará siempre. Y así ves que se efectúa una suerte de tarea conjunta, y que el padre o madre ponen las claves pero los pibes le clavan un enter dubitativo o enérgico, según los casos. O tenés el nene avezado que entremete su dedito en medio del teclado para agregarle un cero al retiro de dinero o un número nuevo a la clave y vuelta a empezar, mientras los minutos pasan y la gente que espera desespera...

Hay casos cómicos: por ejemplo, el de una pareja o familia completa que cambia de cajero porque el que utilizó primero no le dio las respuestas esperadas. Como si se tratara de un tragamonedas en el casino, pues, esta máquina parece antipática e irán hacia otra que se muestra más amable, como si en ella fueran a encontrar otra cosa diferente.

Y así van pasando los minutos. Soy un tipo respetuoso de los tiempos, prácticas y usos de los demás, pero que alguien le avise al cretino ese que ya lleva siete minutos dándole a las teclitas y que hay gente afuera esperando. He dicho.