Al margen de la crónica

Venerables ancianos

En “Las tres edades del hombre”, Tiziano plasma en óleo las épocas de la vida. Dos jóvenes enamorados concentran, sobre la izquierda de la tela, la atención del cuadro; en la derecha, tres niños juegan despreocupados y, en el centro, alejado de la escena, un anciano pensativo cruza su mirada con las órbitas vacías de una de las dos calaveras que sostiene en sus manos. Como fondo, la tierra y el horizonte se funden y forman una imagen infinita. A Tiziano lo obsesionaba el enigma de la vida, la evolución cronológica del hombre y la forma en que recapacitaba sobre su existencia a medida que atravesaba etapas.

La sabiduría está comúnmente ligada a la ancianidad; pero, ¿es siempre así? ¿ser viejo garantiza sabiduría?

Se puede reflexionar sobre el tema partiendo de la base de que construir una vida, no es muy diferente a edificar una casa. El terreno en la que se levantará escapa a la voluntad del dueño, la calidad de la tierra es cuestión de la naturaleza; del mismo modo que el ámbito en el que se nace escapa a toda decisión humana. Pero después, el arquitecto elegido y la calidad de los materiales usados, son responsabilidad del propietario. Igual pasa con la vida. Si una vez nacidos, el entorno nos ayuda a crecer sanos y protegidos, tenemos el camino allanado para hacer de nosotros una buena obra.

De allí en más, quien no sabe fabricar su vida, quien levanta sus paredes torcidas, quien es incapaz de capitalizar errores, será el ejecutor de una vejez endeble.

Las diferencias se ven a diario, hay ancianos que son respetados, que congregan, que son generosos, que no dejan de ser autocríticos, que no pierden el humor ni las ganas de aprender de los otros, que dejaron lejos la soberbia; esos ancianos nunca están solos. El optimismo que transmiten convoca gente de todas las edades.

Y están los otros, ésos que de jóvenes se alejaron de las relaciones sinceras, que perdieron un amigo tras otro, ésos que entran a un lugar de reunión sólo para ver cómo desaparecen cada uno de los concurrentes, que quedaron anclados en algún punto de su solitaria trayectoria; sabios de la nada, niegan verse tal cual son y viven pobremente de un pasado que su imaginación ensalza.

El hombre es responsable de su historia desde el momento que puede distinguir lo bueno de lo malo. Y si al final del trayecto, mira hacia atrás y sólo ve un gran vacío, es que el fracaso le ganó la partida. Para la vejez, como para cualquiera de las etapas de la vida, no existen etiquetas. Hay ancianos con los que da gusto compartir la misma ruta, y están los otros, esos viejos que, solos, deberán sacar la mano para cargar el ataúd que los conducirá hacia su última morada.