EDITORIAL

El gobierno nacional

frente a la crisis

Observadores políticos y dirigentes de la oposición se siguen interrogando sobre los motivos que alientan al gobierno para mantener en su puesto al controvertido secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Si para algunos el funcionario es indispensable para sostener el llamado modelo kirchenrista, para otros, su permanencia en el cargo es una exigencia del matrimonio para probar que no están dispuestos a concederle a la oposición reclamos que ponen en juego lo que ellos llaman la gobernabilidad.

En cualquiera de los casos, lo que queda claro es que Moreno continuará en su cargo y, en más de un caso, sus funciones se ampliarán. Para el núcleo duro del kirchnerismo está fuera de discusión que el funcionario es necesario y hasta indispensable. Desoyendo incluso los consejos de aliados y dirigentes afines, se insiste desde la más alta investidura del poder en sostenerlo. Las consideraciones de un ex funcionario en cuanto a que Moreno es un cavernícola que se cree economista seguramente podrían hacerse extensivas al propio Kirchner, cuyas ínfulas acerca de su saber económico son por demás conocidas.

Lo cierto es que en una coyuntura económica difícil, con crecimiento de los índices inflacionarios, aumentos de las tarifas y fuga de capitales, la Argentina se dará el lujo de capear el temporal insistiendo en emplear las políticas que fracasaron, aplicadas, además, por funcionarios improvisados y, en el caso de Moreno, rechazados por amplias mayorías sociales.

Daría la impresión de que la pareja gobernante se resiste a hacer una evaluación equilibrada sobre los resultados electorales del 28 de junio. Para ellos parecería que lo sucedido fue un episodio menor, un efecto indeseable de una coyuntura, pero que en lo fundamental la razón está de su lado. Sólo con este diagnóstico equivocado de la realidad se entiende el deseo de mantener en su puesto a Moreno o transformar el tan propagandizado diálogo político en una maniobra distractiva, una pausa como para ganar tiempo y retomar la ofensiva.

Mientras tanto, los dirigentes de la oposición no disimulan su confusión y fastidio. A más de uno la persistencia del gobierno en el error le hace pensar que efectivamente quieren tensionar la cuerda al máximo para después desentenderse de la crisis o responsabilizar a la oposición por sus consecuencias. Si efectivamente los Kirchner quisieran asegurar la gobernabilidad hasta el 2011, deberían atender estos reclamos, que no son de los dirigentes opositores exclusivamente, sino de la sociedad.

Se sabe que en política las señales son importantes. Un cambio de funcionarios, la presencia de dirigentes prestigiados o no desgastados oxigenan el ambiente político y hacen posible el encauzamiento del diálogo. Lamentablemente, estas observaciones de elemental sentido común parecen ser compartidas por todos menos por los Kirchner.