Al margen de la crónica

Piedra libre

En mi barrio hay niños en la vereda y todas las tardes salen a jugar. Corren de esquina a esquina, hacen equilibrio sobre bicicletas de distinto tamaño y compiten a pura tracción a sangre por llegar antes a la columna que tiene una marca roja, o hasta la vereda donde dos manos y alguna palabra quedaron eternizadas antes de que fraguase el cemento. Trepan a los tapiales e inventan historias sin disfraces, a pura imaginación y bullicio. Hablan pero nunca gritan ni se agreden; arman y desarman juegos; establecen reglas que al rato modifican, apenas se vuelven aburridas; se caen, se ensucian, se ríen -a veces lloran- y vuelven a ponerse en pie. No hay adultos interactuando con ellos; están solos pero no lo están. Algún abuelo o una madre de la cuadra los mira desde el jardín, pero nadie impone orden ni límites, nadie reta ni obliga a mantener la ropa libre de tierra. Para lograrlo sería necesario impedirles jugar, y entonces no habría chicos en la vereda, ni se escucharían risas a lo largo de la cuadra, ni haría falta desviar un poquito la marcha y seguirla por el pasto para no entorpecer la largada de la carrera, ni sería posible maravillarse con esa postal que les gana terreno a las rejas y a las alarmas, al encierro y a la compañía cómoda e impersonal de una pantalla.

En mi barrio hay niños en la vereda y su sola presencia desafía sin saberlo las nuevas reglas de convivencia urbana, esas que rigen la infancia y la vida entera por la inseguridad y el vértigo, más que por el aire libre y la espontaneidad; esas que llenan la agenda de obligaciones y organizan el ocio de todas las edades; que no admiten demoras para llegar a metas que parecen espejismos porque nunca se alcanzan.

En mi barrio hay niños que nunca se quedan quietos; que no necesitan de mucho presupuesto para jugar; que se siguen sorprendiendo cuando escuchan el sonido del tren y ensayan cuentas con los vagones; que resuelven con más abrigo el límite que pretende imponer el invierno, y buscan la sombra -que abunda en los frentes de esa cuadra- cuando hace calor.

Hay muchos más niños en el resto de la ciudad. La vereda de mi barrio no debería ser la excepción.