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La primera novela policial en castellano

En la estela del folletín francés (especialmente de Emile Gaboriau) Luis V. Varela, firmando con el anagrama Raúl Waleis, publica en 1877 como folletín (en 22 entregas) en el diario La Tribuna, de Buenos Aires, y enseguida como libro, “La huella del crimen”, individualizada como “la primera novela policial argentina y como el texto que inaugura el género en lengua castellana”.

A pesar del éxito que tanto en el cultivo teórico como creativo ha tenido y continúa teniendo el género policial en la Argentina, “La huella del crimen” no se había vuelto a reeditar hasta hoy, 132 años más tarde, respetándose la versión original, incluyendo el prólogo del autor y las dos cartas liminares (“juicios críticos”, con elogios para la novela) presentes en la edición original en libro.

Ambientada en París (en la que es dable adivinar a Buenos Aires), la novela tiene como eje al agente de policía L’Archiduc, analítico y vigoroso. Con elementos de lo que caracterizará con el tiempo a la novela policial inglesa, de enigma, pero también con componentes de lo que constituirá la base de la novela policial negra estadounidense, con su acento puesto sobre lo social, “La huella del crimen” plantea problemas como los defectos de las leyes matrimoniales, mezclando elementos de las novelas de aventuras, de amor y sociales.

“El detective de “La huella del crimen’ es un hijo del positivismo, que rechaza la tiranía de la idea y cambia repetidas veces sus hipótesis en función de los nuevos datos que aporta la experiencia. Su trabajo se asemeja a la tarea del científico empírico con que se lo compara: la resolución del crimen supone el tratamiento de un “caso’, despersonalizado y analizado sólo conforme a leyes científicas, de alcance universal. Las peculiaridades no atinentes a problema, como los nombres de las personas involucradas (el asesino, la víctima), son dejadas de lado por el investigador”, sostiene Román Setton en el posfacio a esta edición de Adriana Hidalgo.

Luis V. Varela, nacido en 1845, fue un destacado representante de la generación del ‘80. Nació en Montevideo, porque su familia estaba exiliada; regresó a la Argentina tras la caída de Rosas y, entregado a las leyes, llegó a ser presidente de la Corte Suprema de Buenos Aires y diputado constituyente.

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