El poeta y su trabajo

Por Francisco Bitar

Una voz propia y sostenida le ha conferido a Alejandro Schmidt un lugar preponderante entre las voces de la poesía argentina contemporánea. “Una voz”... Tal vez sea necesario para el caso de Escuela Industrial (Recovecos, 2008) -y a contrapelo de la doxa- hablar de “poeta”, esa figura que fue necesario erradicar pero que hoy puede acaso recuperarse desde ese punto: real, anacrónica y castigada.

Desde los poemas de quirófano de Gottfried Benn extirpaciones de lengua y paladar, y almohadas de sangre oscura- hasta la ocupación precaria en Carver (el trabajo que por pasajero y recordado obliga a aperturas del tipo “Mi primer empleo fue en uno de esos grandes almacenes” o “En esos tiempos mi trabajo nocturno consistía en limpiar la sala de autopsias”) el trabajo ha devenido fuente de la poesía moderna, menos por su tematización que por su repertorio material: una serie de objetos que anclan al poema y lo vuelven identificable a la vez que interpelan por su particularidad: ¡Sustantivos!, grita Benn, basta que abran las alas y milenios, surgen volando.

Sin embargo, la poesía argentina, ociosa o sesuda, apenas permitió el ingreso del mundo del trabajo específico al mundo del poema, aun contando con los supremos antecedentes de “Diario del fumigador de guardia” de Calveyra y “El solicitante descolocado” de Leónidas Lamborghini. Aversión o indiferencia, el caso es que ambas posturas confrontan la poesía al trabajo, en una tensión del tipo actividad parcial/actividad plena, impidiendo de esa manera la cohabitación de una y la otra, de una en la otra.

Schmidt, en cambio, parece comprender que cada uno de los términos de la tensión ubica y define a su opuesto y que por lo tanto ninguno de ellos existiría si no fuera por el otro. Si existe una tensión, no funciona en términos absolutos, sino al interior de cada uno de estos términos con elementos cruzados entre sí (¿estoy trabajando?/no//¿soy un santo contemplativo?/no, escribe Schmidt).

No existen el poeta por un lado y por el otro el celador de la escuela industrial. ¿Acaso no equivale la exclusión actividad parcial/actividad plena a una oposición romántica entre los que se debe y no se debe poetizar, una de las formas de distinción entre lo bello y lo no-bello? El poeta moderno -en su condición de omnívoro- se alimenta de todo universo cerrado, es decir, de toda serie de objetos que posibiliten la apertura de un espacio de extrañas identidades: el poema.

Como en otras oportunidades, Schmidt trabaja un verso corto que parece ir a tientas, un poco más atrás incluso que su propio avance. Es un murmullo antes que un balbuceo y señala que el conocimiento del poema debe concederse tiempo suficiente para aparecer. Si la reflexión alcanza a irrumpir, el verso se inflama.

Este libro imprescindible lleva la marca de los textos que prueban nuevas zonas con herramientas anteriores. La realidad, en este caso el espacio poético “escuela industrial”, es un modelo más donde el poeta recupera su voz, un nuevo molde para su lenguaje. La realidad, como el poema, está en todas partes y no corre peligro de volverse unívoca: sus modelos son mutables. Permanecer en la realidad no significa volverse realista. Permanezcamos empíricos.

El poeta y su trabajo  Escuela Industrial (fragmento)

“Dibujos en la pared”, de Claudio Gallina.

Escuela Industrial

(fragmento)

Por Alejandro Schmidt

Angustia en la Cooperadora

malas noticias desde el ministerio

a escondidas

la bibliotecaria evangelista

escucha y piensa:

es como dice el profeta Jeremías:

buscaron prosperidad

y hallaron el descontento

un sello de goma

resplandece

y diserta

vértigo y alborozo

sobre la cuadratura del básquet

la novia embarazada

el aplazado

la chupina

la dura sentencia de los baños

la madre soltera

la pobreza

el rencor

contemplan el partido

el mediodía muerde techos agrietados

en el inmenso comedor la tv

anuncia el mundo a los réprobos

¿y quién podría llegar a la cocina sin riesgos?