etcétera. toco y me voy

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¿Está el “Toco?

La costumbre de entregar el “Toco y me voy” a último momento hace que su autor se vea inmerso en cuestiones táctiles, intelectuales y de escapismo, cual Houdini criollo. Este humilde escrito transita el límite entre el homenaje y el deschave. TEXTO. LUCAS CEJAS. DIBUJO. LUCAS CEJAS Y LUIS DLUGOSZEWSKI.

El Nene llega a media mañana, generalmente saluda, aunque a veces no, y es ahí cuando se manifiesta su cara, por autodefinición, de Popeye enojado (que no se entere de esto, por favor). Posteriormente, hojea el diario Clarín antes de que yo se lo hurte y parte al bar para regresar con un cortadito discreto, un sobrecito de sacarina y una bolsa de bizcochitos 7 de oro, los grasosos, no los dietéticos.

Luego de colmar el apetito físico, el Nene se dispone a saciar el intelectual. Con la celeridad que caracteriza la redacción de un diario, el “Toco” es siempre entregado al límite del cierre, en el último minuto de descuento, en el match point, en el sprint final, casi cuando oímos la voz desesperada de nuestra amiga y editora Gabriela Redero, que recibe pelotazos desde los cuatro puntos cardinales, reclamando el texto en cuestión. Es en ese momento que vemos cómo Zeus se apodera del cuerpo y la mente del Nene, traducido en un movimiento frenético de manos, cual violinista sobre el teclado, para dar rienda suelta de forma relampagueante a los más diversos temas y tópicos, típicos de su capacidad expresiva -aunque no de la facial-.

¿Cómo es posible que siempre haya un tema?, que éstos no se repitan (aunque nadie resiste un archivo, menos si es digital, cuac!) y fundamentalmente que abarque a la tragicómica condición humana en su totalidad? No lo sé, inquieranlo a él.

Además, es conveniente comentarles que mucho antes de trabajar aquí, yo era un lector fiel de esta columna, en donde hoy me estoy apoyando para escribir estas líneas. Me preguntaba cómo hacía él para escribir: me contó luego que apoyaba las manos en el teclado y tipiaba los pensamientos de manera articulada, claro está. Miles y miles de caracteres, trasladados a situaciones, personas y crudos testimonios confeccionaban esa radiografía (bah, tomografía porque sale a todo color) llamada “Toco...”. Trataba de indagar cuánto le llevaría darle forma, escribirlo y cerrarlo. Y, al fin, muchos años después pude averiguar de cuánto tiempo requería... malditos 15 minutos! Enérgicamente y con la síntesis adquirida por los años del oficio periodístico, era portero y luego reportero, en menos de lo que canta -mal- el Tío Mendoza, el “Toco” está terminado, pulido, esmerilado, cepillado y entregado a su solicitante (Gabriela, ¡que sigue parando pelotazos!). Es interesante destacar, también, que el hecho de integrar la redacción de un diario permite ver cómo se cocina el “Toco”, cómo se fríe y cómo, finalmente, se evapora para volver renacido desde las cenizas, cual ave fénix, siete días después.

En otros tiempos no muy lejanos, el “Toco” era finalizado cuando las rotativas se encargaban de anunciar el momento de cierre con su potente funcionamiento productivo, para “el vago” era como el despertador que nos quita el sueño cuando se está por besar a esa persona deseada, o a punto de convertir ese gol de antología o cuando se levanta vuelo (me estoy yendo por las nubes). Tomar eventos sociales -fiestas de fin de año, casamientos, divorcios, etc.-, comportamientos humanos y hechos cotidianos para moldearlos con el barro del humor, de los que a veces el Nene sale irreconocible y otras impoluto, es algo muy serio -aunque no solemne-, ¡he aquí la cuestión! Por eso la atemporalidad y la vigencia del contenido que podemos encontrar, como se dice, “a la vuelta de la esquina” (el envase después lo traigo).

Consuetudinario comedor de bombones, ningún compañero está a salvo de su poder de observación, desde las redactoras que llevan su desayuno o almuerzo en los tupper ware, hasta los compañeros que en el brindis de fin de año se mueven en la impunidad de la algarabía, desplazándose en una especie de caminata lunar debido al poderoso cóctel que significa beber champaña a la una de la tarde. Todos serán actores de esa comedia, partícipes de alguna escena o acreedores de un “bolo” (sobre todo los vagos de deportes, ¡cuac!). Y ya que de deportes hablamos, el Nene entre “toco y toco” despunta el vicio con el paddle y, esporádicamente, con el “fulbo”, porque en él conviven la gran novelista Marguerite Yourcener y el centro atrás, las “Memorias de Adriano” y el enganche, la elevada literatura griega y lo rústico del picado futbolero.

Quizás en el “Toco” residen conductas que quisiéramos adjudicar a otro, actitudes que a priori avergüenzan y a la distancia causan gracia, instancias dramáticas y agotadoras que se reciclan con el perfil humorístico (y vaya si lo tiene) del Nene. Woody Allen decía que “la comedía era drama más tiempo”. Eso define al “Toco”, eso define al Nene. Uuyyy!... Se me acabó el tiempo. ¡Ya voyyyy, Gabriela!