Contrapunto con Rodolfo Terragno

“Hacen falta instituciones fuertes y una estrategia para el desarrollo”

Siempre es agradable conversar con Rodolfo Terragno. Es un político culto, moderno y por supuesto muy inteligente. Expresa sus ideas con precisión y sus objetivos son siempre altos, con ansiedad de futuro. De él podría decirse lo mismo que Alejandro Korn dijera de Juan B. Justo: “Reúne todas las condiciones intelectuales y morales para fracasar en un país como la Argentina”.

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Enfático. El pensador y político advirtió sobre la responsabilidad de la oposición en esta hora y señaló que no está obligada a alentar la ingobernabilidad.

Foto: Agencia DYN

Rogelio Alaniz

—¿Qué evaluación hace de las elecciones del 28 de junio?

—Por un lado tuvieron un resultado positivo en el sentido de que el oficialismo va a dejar de tener el control del Congreso porque eso significa una gran discrecionalidad; por otro lado, es importante que la oposición sea responsable, faltan dos años y medio y no hay que cebarse, hay que entender que la elección fue un significativo paso adelante pero el país tiene problemas muy graves que requieren acuerdos mínimos.

—¿Cuáles son, a su juicio, esos problemas muy graves?

—A nosotros nos cuesta admitirlo, pero medido por esperanzas de vida al nacer, por mortandad infantil, por dólares por habitante dedicados a la salud sumando al sector público con sector privado... en todos esos índices estamos por debajo de Chipre. En materia de desarrollo, la Argentina necesitaría crecer a cinco por ciento anual durante catorce años para alcanzar el ingreso per cápita que Croacia tiene hoy día. Y para hacer eso necesitamos invertir -nada más que en energía- unos 6.400 millones de dólares por año. Todas estas cosas requieren acuerdos en serio.

—¿Y no se está hablando de eso?

—Para nada. Veo que se discuten tantas banalidades, que si Kirchner está enojado con los intendentes, si la presidenta tardó tantos días en llamar al diálogo, si el diálogo es genuino o es un maquillaje... es una discusión muy superficial y sobre los asuntos de fondo no veo que discutan ni el gobierno ni la oposición.

—Estoy de acuerdo con lo que dice, pero en sus análisis me parece que usted prescinde o no le da el lugar que le corresponde a las mediaciones políticas, como que lo suyo es una reflexión muy economicista.

—No lo creo. Siempre hay intermediación política. Además hay conflictos e intereses contrapuestos. Desde luego que todo eso existe. Lo que digo, es que si bien no se puede aspirar a un consenso absoluto, debería haber ciertos acuerdos mínimos que estén bajo un paraguas, porque para resolver los problemas que hay que resolver no alcanza con un período de gobierno, ni con dos, ni con tres. Si para lograr el ingreso per cápita que Croacia tiene hoy debemos crecer a razón del cinco por ciento anual durante catorce años, se dará cuenta de que es necesario forjar acuerdos que hoy yo no los veo.

—Más de un politólogo sostiene que antes de atender las cuestiones del desarrollo económico es necesario resolver la crisis institucional. Con los matices del caso, argumentan que sólo un esquema institucional republicano garantizará el desarrollo. Hago esta consideración porque me da la impresión de que usted, por el contrario, privilegia el desarrollo económico a la república democrática. Esto, dicho de manera algo simplificada.

—Creo que las bases institucionales y políticas son indispensables para avanzar hacia una sociedad mejor, pero no creo que eso sea una condición absoluta. Y si no fíjese lo que ha pasado con China, que todavía es un país teóricamente comunista. Corea se pudo desarrollar con una dictadura y luego continuó con una democracia. Por supuesto que uno quiere para la Argentina modelos como los de Irlanda o Nueva Zelanda que han logrado combinar una alta institucionalidad con políticas de crecimiento acelerado, pero hay cierta tendencia en la Argentina a pensar que el problema es que nuestro país no crece porque tiene instituciones débiles. Y yo creo que hay que pensar en las dos cosas, en instituciones más fuertes y en una estrategia de desarrollo económico que, a mi modo de ver, no lo hacen ni el gobierno ni la oposición.

—Usted dice que son antinomias falsas “desarrollo contra institucionalidad” o “sociedad agraria versus sociedad industrial”.

—Por supuesto. En Francia, por ejemplo, a nadie se le ocurría discutir París versus la campaña o la industria contra el agro, o la ciencia versus las humanidades, el arte contra la técnica. Nosotros vivimos enredándonos en esas cosas como si la industria fuera contraria al agro o como si el conocimiento fuera contrario a los valores. Por el contrario, lo que yo creo es que las sociedades más avanzadas son sociedades de conciliación, donde todas las cosas se concilian.

—¿No le resulta sintomático que en un país como la Argentina no haya proyectos de desarrollo?

—Ha habido pocos proyectos. Perón tuvo un proyecto, nos puede gustar o no, pero tuvo un proyecto. Ese proyecto consistía en utilizar las barreras arancelarias para crear un mercado cautivo forzando así el desarrollo de la industria liviana y creando un proletariado fuerte con una identidad política. El modelo tuvo su costo: la gente tuvo que consumir productos de menor calidad porque no podía consumir los importados, la industria carecía de competitividad y todo eso llevó a un límite, pero cumplió algunos de sus objetivos iniciales.

—¿Frondizi tuvo un proyecto?

—Por supuesto. Lo que dice Frondizi es que no se puede tener una industria liviana si uno no tiene sustentabilidad con la industria pesada. Lo que hay que lograr es el autoabastecimiento energético y hay que producir acero, aluminio y, como no tenemos ahorro interno suficiente para producir esas cosas, importemos capital pero no dejemos que el capital vaya adónde se le dé la gana, sino orientémoslo conforme a un orden de prioridades. Esos fueron proyectos. Pero en la Argentina han sido raros y pocos. Y ahora hace muchos años que no vemos nada de eso.

—¿Y el menemismo no fue un proyecto?

—Eso fue más bien una ola de confianza indiscriminada en el mercado.

—Retornando al presente, cada vez son más insistentes los rumores de que este gobierno no llega a 2011.

—Me parece lamentable que haya gente que difunda estas ideas. Estas ideas expresan un deseo y hay que tener mucho cuidado con las profecías que se autocumplen. Que por haber hecho una mala elección intermedia, un gobierno no cumpla su período me parece una barbaridad. Que del hecho de que Kirchner haya perdido por dos puntos en la provincia de Buenos Aires se interprete que debería revocarse el mandato de Cristina, me parece muy peligroso.

—Es una manera de ubicarse como opositor la suya.

—Yo, en el Senado, he sido un opositor nato y creo que haber sido el único que votó siempre en contra de los proyectos de los Kirchner. Creo, sin embargo, que la oposición no debe ser desleal ni tramposa. Si usted me dice que hay que interrumpir o disminuir el mandato por cualquier vía, yo estoy en contra.

—No es eso lo que estoy diciendo. Atendiendo a la historia Argentina, me guste o no, no es descabellado pensar en estas alternativas.

—Atendiendo a las condiciones de la historia argentina le digo que no me gustan; y como no me gustan, habrá que trabajar para que ello no ocurra.

—Convendrá conmigo que mucho dependerá de lo que haga el gobierno para que lo peor no suceda.

—No hay duda de que el gobierno puede exasperar, crear conflictos como los que creó con el campo, el gobierno puede entrar en colisión con un Congreso que no domine, pero la oposición no está obligada a alentar la ingobernabilidad. Profetizar que algo va a ocurrir es, en gran medida, aproximarse para que ello ocurra. En cambio, advertir contra eso me parece que es una contribución a la estabilidad. En lo que a mí refiere, le digo que todo lo que pueda hacer para evitarlo lo voy a hacer, y me niego a comentar especulaciones sobre la posibilidad de que el gobierno no dure.

—¿Cómo ve a los presidenciables?

—No voy dar nombres. Lo que le digo es que hay mucha gente que quiere ser presidente de la Nación, pero no sabe para qué. Veo a mucha gente que no tiene la menor idea de lo que haría en el gobierno y quiere ser presidente.

—¿Qué opina sobre esa famosa y reiterada frase de Gramsci que habla de “pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad” para entender el presente nacional?

—Un autor que tiene menos fama que Gramsci, Adolfo Bioy Casares, decía que tanto el optimismo como el pesimismo son cuerpos extraños a la inteligencia. Yo creo que hace falta una inteligencia realista, crítica, aguda; pero también, el optimismo de la voluntad, porque si no es improbable que se pueda construir algo.

La República Argentina necesitaría crecer a cinco por ciento anual durante catorce años para alcanzar el ingreso por habitante que Croacia tiene hoy.

 

Hace falta una inteligencia realista, crítica, aguda; pero también, el optimismo de la voluntad, porque sin eso es improbable que se pueda construir algo.