“Stefano” y De las Artes en La Juana

La vida puesta sobre la espalda

La vida puesta sobre la espalda

Notable vigencia de la obra de Armando Discépolo en una puesta de sólidos valores, en la que sobresale el trabajo de los actores. Aquí, Cristina Pagnanelli y Raúl Kreig, madre e hijo con afectos entrecortados.

Foto: Gentileza producción

Roberto Schneider

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En “Stefano”, de Armando Discépolo -espectáculo estrenado por el Grupo Teatral De las Artes en la Sala La Juana-, el dramaturgo describe con rigurosa exactitud mediocridades y resentimientos, afectos y rencores, pero también convierte a su obra en un lúcido exponente de crítica social. El personaje central está lejos de ser un frustrado más porque es, antes que nada, un ser humano con comprensibles defectos y virtudes. Es un hombre que proviene de un país de gran cultura al que la poca visión del medio en que se debe arraigar aplasta inexorablemente. La estrechez del agobiante ámbito familiar parece asfixiarlo y sus pequeñeces trascienden al espectador en perfecta simbiosis.

“Me he dado en tantos pedazos que ahora que me busco no m’encuentro”, reflexiona Stefano mirando a su alrededor y escuchando los reproches del padre y de su mujer. La ilusión no alcanzada del inmigrante se transforma lentamente en una honda y desesperante frustración. Entonces resulta grotesco el contraste que se produce entre la persona que realmente sabe mucha música, pero que no ha podido escribir su ópera.

En un comienzo y porque el protagonista no reconoce que tiene un problema, el motor de la acción parece ser económico. Sin embargo, cuando lo conocemos, percibimos que el dinero es sólo una causa para que el verdadero conflicto aflore: la imposibilidad de la relación familiar porque Stefano se cree superior. El personaje pasa del autoengaño a la revelación. El autoengaño es fundacional de todos los caracteres del grotesco. Es un movimiento hacia la toma de conciencia; el deslizamiento de la máscara que cubre la mueca impulsa la intriga que tiene un final trágico.

Son grotescas casi todas las situaciones en que participa Stefano, ya que él es grotesco. Lo grotesco surge de contrastar la tragedia de su vida con la comicidad de las situaciones en las que participa. Como por ejemplo, en una de las mejores escenas de la puesta dirigida con precisión por Carlos Falco y Verónica Bucci, en la que dialoga con Pastore -exacto Rubén von der Thüssen-, que es un juego de palabras, en la que se burla de su discípulo sarcásticamente mientras éste sabe y el espectador sospecha que ha tocado fondo. Grotesca es también la escena en la cual Stefano queriendo calmar a Margarita -en una sólida interpretación de Marina Vázquez- y alegrarla un poco, va a abrazarla, pero lo único que consigue es meterle un dedo en el ojo, o queriendo acariciar a su hijo Radamés -muy buen trabajo de Camilo Céspedes, porque elude con brillante resultado la machietta- que duerme le apoya rudamente una mano en la cara.

El grotesco ubica sus obras en un espacio preconfigurado. El espacio abierto del sainete se desplaza a las habitaciones y lugares cerrados del conventillo. Aquí la acción transcurre en el patio, en oposición a aquella premisa. La elección no es arbitraria sino que concuerda con la temática de la obra y el estado de ánimo de los personajes: la misma estrechez de espacios, la falta de claridad indican de un modo visual la carga de dolor y frustración que se cierne sobre los personajes, mientras sobre el piso se esparcen los trapos usados por los protagonistas.

Como Stefano, Raúl Kreig muestra rasgos grotescos muy marcados tanto en su caracterización física como gestual. Es un personaje ambiguo y no puede o no quiere aceptar la realidad de su vida. Pierde su honra social y busca comprensión en su familia, sin encontrarla. En el excelente trabajo del actor aparece el orgullo, porque se cree mejor que los otros. Culpa a todo el mundo de su suerte, porque es más fácil hacerlo así que encarar la verdad. Vive encerrado en su propio mundo y se niega a ver la realidad.

Cristina Pagnanelli es la perfecta María Rosa, a partir de una labor en la que cuerpo y voz definen con claridad a una madre dolorosa. Está muy bien acompañada por Claudio Paz, un Don Alfonso de postura perfecta, abatido por el dolor del recuerdo de su tierra. Son muy buenas las interpretaciones de Sergio Abbate como Esteban, el único personaje no grotesco y que también quiere ser algún día famoso, y Vanina Monasterolo, la hija sufrida que sufre en silencio.

Los soportes técnicos de la propuesta coadyuban para plantear cómo la belleza es siempre una víctima distorsionada, cuyo origen se desconoce y representa una huella nostálgica, una elegía silenciosa. Porque, como dice Stefano, “la vita e una cosa molesta que te ponen a la espalda cuano nace e hay que seguir sosteniendo aunque te pese”.